jueves, 1 de noviembre de 2007

Anticipo

Berazachussetts, por Leandro Ávalos Blacha (fragmento)

Dora, Milka, Beatriz y Susana caminaban tranquilas por un sendero del bosque, cuando Dora señaló asombrada a un costado. “¿Y eso?”. Sus amigas tan poco sabían del asunto como ella. “¿Otra mujer violada?”. Milka dejó caer, de la sorpresa, la canasta con el mate y las facturas. Recostada en el piso, con la espalda apoyada en un tronco, había una mujer desnuda. “Debe de ser una puta –sugirió susurrante Dora–, mírenle el pelo”. A decir verdad, si se trataba de una mujer de la calle, se hallaba en plena decadencia. Aparentaba mucha más edad de la que tenía y era sumamente obesa. Llevaba el cabello corto y de un fucsia intenso. La hubiesen creído muerta de no ser por el movimiento del pecho que delataba su respiración. A su lado las cuatro amigas se sentían esbeltas y bellas. Lo que más las impresionaba era el torso desnudo, con dos tetas grandes como pelotas de básquet y numerosos rollos de grasa que caían como en una cascada. Debajo tenía una calza de lycra del color de la piel, que se le agarraba al cuerpo como una garrapata.
“¿Y qué hacemos?” preguntó Susana. Dora respondió extrayendo su cámara de fotos del bolso para tomarle algunas a la mujer. Vivía interrumpiendo el curso de la vida con su frase “esperen que sacamos una foto”. No se despegaba un segundo de su cámara automática, con la que llegaba a disparar hasta 20 veces por día, aunque rara vez las revelara luego. Quería simplemente retener todos los instantes que pasaba con sus amigas, tanto si se trataban de momentos especiales e imprevistos –visitar un centro turístico o cruzarse con alguien famoso–, como de una merienda común y corriente. Tenía cientos de rollos acumulados en las vitrinas. Cada uno en su pequeño envase cilíndrico transparente, con 36 recuerdos adentro. No conocía las cámara digitales. Era la más cholula; soñaba con conocer celebridades e iba a cuanto móvil de televisión se realizara. A éstos siempre la acompañaba una cartulina con el nombre de la ciudad, Berazachussetts, que Dora levantaba con esmero mientras duraba el programa. La mujer se sentía gratificada, quizás famosa, cuando el conductor la nombraba al aire.
Beatriz intentó resolver la situación de un modo ordenado: “¡Nos vamos ya mismo y avisamos a la policía!”. Susana insistía en que no estaba bien dejar a la mujer en ese estado y que debían responsabilizarse de ella. A Dora le molestaban esas excesivas muestras de solidaridad de Susana, que no creía del todo honestas. Se la pasaba hablando de ayudar al prójimo y si veía mujeres solas quería integrarlas al grupo de amigas. Parecía no tener en cuenta que sumando a otra mujer en sus reuniones serían un número impar para sus torneos de cartas y tejo. Cuatro era el número indicado. En esta ocasión, sin embargo, ayudar a aquella deformidad humana le prometía un número altísimo de fotografías, por lo cual coincidió con Susana.
Se acercaron cuidadosas al cuerpo y lo empujaron hasta donde estaba desplegada la lona de playa. Ataron dos toallas a las puntas y comenzaron a tirar de éstas para arrastrar a la mujer. Ella, por otra parte, seguía sin despertar. Milka las ayudó tirando del medio de la lona y Beatriz fue corriendo al auto. Movió el vehículo a la entrada del sendero, para que nadie viera lo que estaban haciendo. Sudaba del temor.
Las otras tres mujeres continuaban con su fatigosa tarea. Luego de unos pasos debían detenerse y descansar para recobrar fuerzas. Aprovechaban entonces a estudiar el rostro pálido y salvaje de la mujer, inquietas ante los fuertes ronquidos que emitía. Al fin divisaron el auto con Beatriz y emprendieron el trabajo de despertar a la obesa durmiente. Zamarrearla no alcanzó para despertarla, ni darle cachetazos o tirarle agua. Dora, siempre la más impulsiva, tomó entonces una gruesa rama y golpeó con ella el estómago de la mujer. Ésta abrió los ojos y emitió un monstruoso alarido que hizo retroceder a las tres amigas. Movió los brazos y pataleó como a una tortuga boca arriba, sin poder levantarse. No parecía amigable, pero al cabo de unos minutos las mujeres lograron tranquilizarla o ella simplemente se cansó de gritar. La ayudaron a pararse y lentamente comenzaron a caminar, cuidando que no se cayera. La mujer se tambaleaba y era difícil sostenerla por el peso. Pero por fin alcanzaron el vehículo y la arrojaron al asiento trasero. Debieron correr al máximo el del acompañante para que cupiera. Dora se ofreció a ir en el auto con la obesa hasta el departamento y las amigas caminaron hasta la parada de colectivos más cercana. Antes de arrancar, Dora le cubrió el torso con la lona para que no llamara la atención su desnudez y luego se puso en marcha.
Condujo inquieta evitando las calles más transitadas, aunque esto significara demorarse un poco más en el breve trayecto. No dejaba de estudiar a su acompañante para comprobar que siguiera viva y tranquila. Al llegar al garage del hotel estacionó en su cochera y permaneció en el automóvil esperando a sus amigas. En algunas ocasiones intentó que la mujer hablara y le contara quién era. Probó de todo: le ofreció agua, algo de comer y hasta le preguntó si quería escuchar alguna radio en especial. Ante su incómodo silencio, prendió el estéreo y puso su casete favorito: los grandes éxitos de Valeria Lynch. Trash instantáneamente se puso a emitir unos alaridos cargados de angustia que, no obstante su volumen, no llegaban a ahogar la voz que entonaba “Como una loba”. “Si no te gusta pongo otra cosa”, dijo Dora muy nerviosa buscando a tientas otra cinta. Le pareció descortés y exagerada la actitud de esa mujer cuyos gritos llegaban a asustarla.

Sobre el autor

Leandro Ávalos Blacha nació en Quilmes, Provincia de Buenos Aires, el 16 de junio de 1980. Estudió Letras y Edición en la Universidad de Buenos Aires. Asistió al taller literario del escritor Alberto Laiseca. Publicó Serialismo (2005), Premio Nueva Narrativa Sudaca Border, en Eloísa Cartonera y “Niña albina” en la antología No hay cuchillo sin rosas (Buenos Aires-Stuttgart, Eloísa Cartonera, 2007). En octubre de 2007 ganó por unanimidad del jurado el Premio Indio Rico de nouvelle por Berazachussets (Buenos Aires, editorial Entropía, en prensa).


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Demasiado bueno para ser de un estudiante de Letras. Seguramente abandonó la carrera a tiempo.

Emma Funes dijo...

Lea es un grande. Humilde, de un pérfil bajísimo y absolutamente encantador. Sobrevivimos juntos a un par de cursadas y a varios café con leche de Puán. Siempre aunque el docente fuera imbécil total, Lea mantenía esa bonomía de los grandes...Felicidades Lea si lees esto.Te abrazo