Los historiadores y arqueólogos todavía se interrogan por el misterio de la ciudades mesoamericanas del período clásico, que hacia el siglo VII entran en simultánea decadencia luego de varios siglos de crecimiento continuo y terminan siendo abandonadas: Teotihuacan, Monte Albán, Tikal, Palenque son las ruinas (los índices) de algo que no salió bien. ¿Pero qué? Las dos primeras (doscientos mil y treinta mil habitantes, respectivamente) mantenían relaciones comerciales. Ambas ciudades tenían cultura, naturalmente (no otra cosa es una ciudad), artes sofisticadas, religiones con complejas cosmogonías, desarrollaron las ciencias (física acústica, ingeniería, astronomía, cirugía, etc.), la agricultura y el comercio. Se puede sospechar que muchos de quienes vivieron en esas ciudades fueron todo lo felices que un régimen teocrático puede permitirlo. Y sin embargo, esas ciudades soberbias cuyos centros ceremoniales hoy recorren los turistas del mundo entero con una extraña mezcla de reverencia y perplejidad fueron abandonadas por sus habitantes (campesinos, funcionarios, sacerdotes) y no hay explicación que no involucre una petición de fe respecto de las más extravagantes conjeturas historiográficas.
Es inevitable la comparación con Atenas (un ejemplo entre otros): los atenienses no fueron mejores matemáticos, médicos, guerreros, comerciantes o artistas que los zapotecas o los teotihuacanos. Pero todavía sentimos su influencia porque inventaron algo que ellos no: la filosofía.
Una sociedad puede florecer a lo largo de los siglos y dar muestras espléndidas de urbanidad, pero sin filosofía (sin ética, sin política) termina hundiéndose bajo su propio peso.
Las tres gracias
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Mientras preparo un taller sobre el paso (siguiendo algunos motivos) de los
cuentos tradicionales, desde las lejanas cortes europeas a los libros que
hay...
Hace 2 semanas.
4 comentarios:
¿Y la tragedia, no cuenta?
Estimado Daniel,
arriesgo que no es que en dichas ciudades se careciese de una filosofía política, sino simplemente que no han quedado elementos suficientes que nos permitan ensayar una reconstrucción de sus ideas en la materia.
Y por cierto, si en tales ciudades se hubiese cultivado sólo las matemáticas, la medicina, el arte de la guerra, la actividad artística y la práctica del comercio, sin detenerse nunca su clase intelectual a una elaboración política de tipo filosófica, ello también implicaría el cultivo por parte de quiénes ejercían el mando, de cierta filosofía política y de cierta ética (por más censurable que ambas pudiesen parecer): el imperio de la praxis del poder.
Sin embargo, aún en una sociedad semejante, debieron existir individuos que barruntaron opciones diferentes y más elaboradas, pero la ausencia de libertad debió impedirles difundir y hacer públicas sus opiniones y seguramente, legar a la posteridad las obras cuya falta ahora percibimos...
La libertad, como dijo Wells, es el derecho de decir cosas desagradables y sin ese derecho a ser desagradables a los que mandan, no existe la más mínima posibilidad de difundir el tipo de elaboraciones a las que te referís, que siempre parten de un núcleo minoritario.
La filosofía política y la ética, en última instancia, en sus primeras formulaciones y antes de su asunción por el cuerpo social, no constituyen más que capítulos del ejercicio de la libertad de expresión. De lo que sin dudas carecían esas sociedades precolombinas, era de libertad. Y a partir de ahí, de muchas otras cosas.
Quizá lo más terrible de la ausencia de libertad, es que tal situación significa a la larga o a la corta, la desaparición de la ciudad misma como entidad política, porque la ciudad no es sólo aglomeración de sujetos sino también, surgimiento y aceleración del proceso de individuación, que nos hace ver como separados del otro y nos plantea el problema de regular las relaciones con el otro, tanto interpersonales (éticas) como verticales (derecho político). Si tales relaciones están signadas por la pura dinámica del poder -el que manda, manda y hace lo que quiere-, la ciudad misma será aplastada al final por el puro peso de los hechos y la deserción de sus habitantes como mecanismo elemental de autodefensa individual: si los que mandan, mandan y hacen conmigo lo que quieren, yo de acá me borro y listo.-
Un abrazo,
Rodolfo
"terminan siendo abandonadas (...) son las ruinas (los índices) de algo que no salió bien" Toda ciudad será abandonada o destruída. Tenga o no filosofía. Provenga o no de una tradición occidental. Es decir ¿Es el sólo hecho de la permanencia en el tiempo el parámetro para medir lo bueno y lo malo de una cultura? Nuestra cultura sigue (ok, hasta ahora) ¿y para qué? y por otra parte, ¿Y si en realidad tenían una ética que era una praxis diaria y continua aunque no haya sido reflexión escrita? ¿No es de hecho una cosmogonía, una metafísica? ¿Por qué no podría serlo?
Saludos.
En relación a las últimas frases del artículo cito textual a Henry David Thoreau en Walden-> Dixit:
"Lo que hoy todo el mundo repite y acepta como verdadero, puede convertirse en mentira mañana, una mera opinión de humo que algunos creyeron fuera nube que daría agua fertilizadora para los campos. Tratad de hacer aquello que la gente antigua afirma ser imposible de realizar, y demostrad que sí podéis. Los hechos antiguos pertenecen a las generaciones antiguas, y los nuevos, a la nueva generación"…
Saludos, Aquileana :)
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