sábado, 23 de abril de 2011

La infancia conectada

por Daniel Link para Perfil

Un amigo me pide ayuda para mover una biblioteca de lo que fue su antiguo estudio y que ahora se transformará en el cuarto para el bebé. Pasa a buscarme con su auto nuevo, un modelo familiar gigantesco que parece un transatlántico. Curiosamente, cuando me siento a su lado, no tengo lugar para las piernas y, cuando quiero correr el asiento para atrás, me advierte que no voy a poder hacerlo porque está la silla para el bebé ("por eso tuve que cambiar el auto", agrega).
La monstruosidad que reposa en el asiento trasero ocupa más de la mitad del espacio disponible. Al lado, unas bolsas que no entran en el baúl, donde se guarda el carrito de paseo de la criatura.
Llegamos a la casa de mi amigo y movemos la biblioteca a su nuevo lugar. El bebé se ha despertado recién de la siesta en su mecedora vibratoria, desde donde nos mira. ¿Vibra? Habitualmente sí, pero ahora se le han acabado las pilas. Otro tanto sucede con el móvil gigantesco instalado sobre el moises, un dispositivo que gira, brilla y canta (o emite melodías) en cuanto el bebé comienza a llorar.
Hasta ahora, el bebé dormía cerca de la cama de sus padres, pero han decidido mudarlo y, por lo tanto, han encargado en Europa un baby call con video, que les informará no sólo si el bebé se despierta y llora, sino qué movimientos realiza y, eventualmente, si un secuestrador se apresta a llevárselo para siempre.
Semejante despliegue tecnológico me marea un poco y me hace pensar en los miles de millones de niños que crecieron sin ninguna de esas herramientas. El cuco, los atentos oídos de los padres, y una precaución generalizada servían para alcanzar el umbral de adultez que, intuyo, este bebé no alcanzará jamás del todo.

(anterior)


7 comentarios:

Tommy Barban dijo...

Lo único que se necesitaba (que se necesita) es un lindo sonajero.

Anónimo dijo...

El cuco es superfluo también

santi dijo...

La infancia es cruel, siniestra y oscura desde antes que existan los teléfonos celulares, las barbies, Mariano Peluffo y el wi-fi.
Este protagonismo repentino de los bebés me hace pensar en esa necesidad, quizás humana, quizás social de ser algún día papás. Y me imaginé un coro de suegras anunciándoles a vos y a Sebastián que ya es hora de pensar seriamente en la paternidad.

Anónimo dijo...

"intuyo": buena elección

Larsen dijo...

Por razones similares a las de tu amigo, bajé los discos de Ruidos y ruiditos, que durante mi primera infancia me pasaron una y otra vez. Extranísimo. Tengo la sensación de que es la única música infantil que hubiera aprobado Adorno.

Anónimo dijo...

¡el baby call, esa abominación! Con lo lindo que es "el vivo", cuando se trata de bebés que amamos... beso, laura

elantonio dijo...

Ese es justamente el problema de tanto gringo que nunca llega a adulto - a pesar de que empiezan tan pronto... porque después de no quitarles el ojo de encima hasta los 16 años (se los cuida de una forma enferma. Incluso tienen una regla: el niño no debe alejarse del ojo que lo vigila una distancia mayor a dos veces su altura. Cuando me lo dijeron pensé que era joda...), después de este agobio, decía, se los manda al college y de ahí en más, con suerte, los ven dos veces por año. No es que esté mal eso -lo que hubiera dado a los 18 por tener esa suerte, yo que me fui de mi casa recién a los 26-, pero el asunto es que este amago de adultez en muchos, muchos, muchos casos nunca se termina de concretar y el gringo te queda así semi-teen for ever and ever, y como cada vez se ve más viejo, termina en una situación de comedia negra.