Payasada canalla
por Oscar Reymundo*
Siempre fue recomendable que el psicoanalista se decidiera a salir de su consultorio, como para situar, en la cultura de su tiempo, el discurso que amenaza devorarse la singularidad de sus pacientes (y, claro está, la de él mismo en cuanto sujeto).
Recomendable para el desempeño de una función que, si se quiere analitica, no puede confundirse con la del terapeuta-señor-de-verdades-absolutas-candidato-a-modelo-de-identificación que persigue, a toda costa, el reestablecimiento de un supuesto estado original que se alteró por los golpes de la vida.
Si salir del consultorio y mezclarse en su ciudad sigue siendo una buena recomendación para psicoanalistas, es para darle a los síntomas con los que trata en su clínica el digno caracter de auténticas defensas y el estatuto de verdaderas respuestas ante la voracidad del discurso predominante en un momento de la civilización.
Por eso no podemos menos que decir: qué suerte poder inventarnos síntomas que no permiten que nos transformemos en imbéciles adaptados.
Porque la amenaza de la imbecilización adaptativa, vamos a decirlo así, nos espera a la vuelta de cada esquina. Lamentablemente, contra esta amenaza no hay vacuna y todos estamos igualmente expuestos: legisladores y legislados.
La adaptación hoy se llama canallada. Estar adaptado, hoy, es ser un canalla. Y la canallada, en estos tiempos, puede asumir, según el lugar en el lazo social que cada uno ocupa, el semblante o la apariencia de una ecuación "progre" y "moderna".
En la ciudad de Buenos Aires se inventó una ley que rinde homenaje a la adaptación de nuestros días; es decir, una ley canalla.
Canalla porque bajo la apariencia de una posición progresista e igualitaria, reafirma y consolida un prejuicio que ya huele a podrido.
En la ciudad de Buenos Aires se inventó una ley que legitima el prejuicio contra la homosexualidad. Increible, ¿no? En la ciudad de Buenos Aires se legisló a favor del prejuicio. Los homosexuales pueden "casarse" pero no pueden adoptar chicos ni tienen derecho a la herencia. Es como un casamiento entre leprosos. ¿Cómo llamar, qué nombre darle a este acto judicial sino el de una payasada canalla?
¿A quién favorece esta fantochada del "si pero no"?
Muchachos, muchachas: Nada tengo contra el casorio, nada tengo contra la fiesta tan soñada, nada tengo contra los joyeros fabricantes de alianzas, ni contra los reposteros. Estoy a favor de que cada uno goce y disfrute de su síntoma-solución como pueda. Pero no nos engañemos: este derecho porteño a la unión civil de parejas del mismo sexo no es sinónimo de igualdad ante la ley.
La legislacion de la Ciudad de Buenos Aires es, en este sentido, un acabado ejemplo del cinismo y del racismo contemporáneo: podés usar la alianza en el dedo que quieras, pero seguirás siendo tan marginal como siempre.
¿Qué cambió? ¿Qué impostura es ésta?
*Oscar Reymundo es psicoanalista, miembro adherente de la Escuela Brasileña de Psicoanalisis del Campo Freudiano.
Reside en Florianopolis, Brasil, donde desde 1999 existe derecho a pensión para parejas del mismo sexo.
Ya no hay vergüenza...
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