sábado, 23 de febrero de 2019

El imperio contraataca

Por Daniel Link para Perfil

En un país tan bonapartista como el nuestro, convendría recordar algunas de las obsesiones de Napoleón. En noviembre de 1799, ya con el poder en sus manos, hizo promulgar una nueva Constitución, basada en “los verdaderos principios del gobierno representativo, sobre los sagrados derechos de propiedad, la igualdad y la libertad”, para anunciar enseguida que “la Revolución ha terminado”. El primer artículo de la constitución del 28 Floreal del año XII (18 de mayo de 1804) decía simplemente: “El gobierno de la República se confía a un Emperador”. El ciclo revolucionario de 1789 había concluido con el Consulado, cuerpo colegiado del que Napoleón participaba. Le bastó reducir los tres cónsules a uno para, posteriormente, proclamar el Imperio hereditario como garante de la república. Una monarquía plebeya, bien argentina. Entre los muchos dislates que la posteridad guardó como sus “frases célebres” hay una de triste carrera. Napoleón sostenía que “Hay una clase de hombres que ha hecho a Francia más daño que los revolucionarios más furiosos: los frasistas e ideólogos”.
Ni la izquierda ni la derecha se salvaron de semejante condena al registro de lo imaginario o ideológico, condena que hoy vuelve de la mano de la peor pesadilla: la derecha confesional que considera que la verdad, al mismo tiempo natural y religiosa, tiene un solo enemigo: la “ideología de género”.
Como el joven Marx había caído en una tentación semejante (la ideología como una conciencia falsa del mundo y de las relaciones en el mundo), muchas veces es difícil contestar a las bestias. Que lean, en principio, El 18 Brumario de Luis Bonaparte, donde Marx, ya maduro, demuestra que lo imaginario cumple una función específica en el desarrollo de los procesos históricos.
La perspectiva de género es, en efecto, una ideología, porque propone la posibilidad de imaginar mundos, relaciones y potencias del ser no necesariamente actuales. Cumple un papel decisivo en los procesos de transformación de las sociedades que, hasta ahora, no se han convertido en más injustas o más violentas por las perspectivas de género sino por otra cosa: la fuerza bruta y la ignorancia, en primer término.
Que alguien suponga más cantidad de verdad en los cuentitos complicados de las religiones monoteístas que en esa plaga, la horoscopía (que azota incluso las páginas de este diario), sólo puede sostenerse en una ignorancia que se regocija como tal. Sólo como ejemplo: las funciones que se reservaron a las mujeres en los relatos de los grandes libros dogmáticos de las religiones tuvieron una función histórica. Pero en modo alguno pueden aplicarse en nuestras sociedades, no guardan ninguna “verdad” esencial, salvo la del Tiempo. Confiar en esas “frases” es como pretender que un Emperador sea el guardián de la República. Cosas de chicos brutos.

lunes, 18 de febrero de 2019

Los hilos conductores

A todo el mundo recomiendo viajar con una manía. Por leve que ésta sea, siempre nos apartará de los recorridos más previsibles, más trasitados por el turismo de masas. Por ejemplo, nosotros viajamos siempre en busca de una iglesia de San Sebastián y la posibilidad de adquirir una estatuilla del mártir para agregar a nuestra colección.
Hace unos días estuve en República Checa, por asuntos de trabajo. Viajé con dos colaboradores, uno de los cuales, Leo Cherri, se quedó unos días para conocer Budapest y Viena. Me mandó, desde el Belvedere, esta foto para alimentar mi manía (le reproché, sin embargo, que no hubiera recorrido todas las santerías del lugar para procurarnos una imagen) de una estatua de escuela veneciana (Giovanni Giuliani):



Esta mañana, mi hija me reenvia un mensaje de su amigo Maxi Cuenca, quien fue DJ en nuestra boda (y que vio cómo, en aquella ocasión, se hacía pedazos el gigantesco Sebastiano que habíamos llevado como testigo mudo de nuestra unión), con esta foto:


Al principio pensé que la foto era la misma y que Maxi la había levantado del FB de Leo (no se conocen entre sí, hasta donde sé), pero después me di cuenta de que no y el vértigo fue todavía mayor: son dos fotos diferentes y la casualidad quiso que estas dos personas, que viven en ciudades diferentes (una en Buenos Aires, la otra en Barcelona), visitaran el mismo museo húngaro con días de diferencia y posaran sus ojos sobre la misma estatua y pensaran en nosotros.
Así comienza, claro, una ficción paranoica, la pesecución del orden secreto del mundo.


sábado, 16 de febrero de 2019

Búsqueda implacable


Por Daniel Link para Perfil

En los vuelos transoceánicos, pongo cualquier película hasta que me haga efecto la pastilla hipnótica que tomo para poder dormir. Pero volviendo de Frankfurt, elegí Searching (Buscando), un prodigio narrativo que me juega una mala pasada. Aguanto hasta el final, con los progresivos efectos del soporífero, y me prometo verla nuevamente cuando llegue a mi casa. La versión integral es mucho mejor que la reducción preparada para los aviones, a la que le faltan unos cuantos minutos.
Searching es la historia de la búsqueda de una hija perdida o desaparecida. A diferencia de la saga Taken, protagonizada por Liam Neeson, aquí nada es muscular ni sensorial ni mafioso ni heroico, sino: inteligente.
El padre (desempeñado por John Cho) es un hombre que trabaja con computadoras, desconcertado por la muerte de su esposa. El punto de vista de la película es precisamente el de su computadora (o el de la macbook de su hija), y todo lo que se ve es lo que sucede en esas pantallas, en particular, claro: los resultados en los buscadores.
Una vez aceptada la desaparición de la hija, el padre contacta a la policía. No sabe nada de su vida social y debe reconstruir su entorno y sus movimientos a través de las redes de las que ella participa. Naturalmente, debe “hackear” las cuentas previamente, mediante un sistema que incluye un solo abuso narrativo: la cuenta de correo de su hija está asociada a la cuenta de correo de la madre muerta, que él conoce. Sin ese dato (yo nunca conocí las claves de las cuentas de mis hijos, pero los tiempos han cambiado) la trama no se sostendría.
Todo sucede en cinco días frenéticos de chateos, comparación de imágenes, tabulación de respuestas, seguimientos en google maps, reconocimientos en cámaras de seguridad y, sobre todo, noticias periodísticas.
La verdad, cuando se sabe, es terrible y muy triste: no hay trata de mujeres, ni lavado de dinero, ni drogas de por medio. Sólo la distancia establecida por la misma técnica que la película usa como motor narrativo. El relato es prodigioso sobre todo cuando muestra el parpadeo de un cursor, el borrado de un mensaje a medio escribir, la vacilación antes de pasar de página como un efecto de conciencia (sensibilidad e inteligencia). Una conciencia y una identidad desgarradas por la técnica, que en definitiva son las únicas a la que hoy podemos aspirar. Searching muestra cómo hacer un relato impecable en tiempos de enamoramiento de los dispositivos.


miércoles, 13 de febrero de 2019

El arte de injuriar

por Daniel Link para Perfil

Con mis amistades estamos preparando la necrológica para publicar en la última semana de marzo, cuando se realice en Córdoba el VIII Congreso de la Lengua patrocinado por la infame Real Academia Española. Nosotres estaremos en otra parte, en el encuentro internacional Derechos Lingüísticos como Derechos Humanos, que se realizará también en Córdoba del 26 al 29 de marzo. 
 Al Real Congreso llevaremos una corona mortuoria, con una leyenda que subraye que la Madre de la Lengua Castellana dejó morir a su hija por codicia. Uno de los derechos que reivindicaremos en el encuentro paralelo será el de jugar con el lenguaje, del que nadie puede reivindicar título de propiedad alguno, para mantenerlo vivo. 
Por ejemplo, en relación con el masculino universalizante que la RAE defiende a capa y espada. Es mentira que no esté marcado genéricamente, y esa marca hiere la sensibilidad de quienes quedan fuera de su alcance, que son la mayoría de quienes usamos el lenguaje. Por supuesto, si el uso de la “e” como plural inclusivo pretende imponerse como una norma abstracta, tampoco llegará muy lejos. María Moreno lo dijo claramente: “¿Qué pretenden, que les diga forres?”. Las situaciones de enunciación y el sustrato libidinal del lenguaje muchas veces nos obligan: para forrear a alguien, en masculino o femenino, siempre habrá que recurrir a las viejas desinencias. 
Lo mismo con los señores de la RAE, que solo pueden señalarse como “viejos chotos”, precisamente por su impulso para legislar sobre derechos que hemos abrazado hasta sus últimas consecuencias: el derecho a decidir la propia lengua.





sábado, 2 de febrero de 2019

¿Qué bicho te picó?


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Por Daniel Link para Perfil

El 13 de junio de 2016 se estrenó la serie Braindead, de 13 episodios. Su tema es el bipartidismo político en los Estados Unidos, tratado en tono de sátira con toques de propaganda electoralista. Ya entonces las imágenes de Donald Trump metían miedo.
Muy divertida, la serie tenía algo raro: producida por Ridley Scott, sufría más bien marcas propias de Tim Burton (la música, el tema, el tono).
El rol protagónico (desempeñado por Mary Winstead, a quien venimos siguiendo desde
Scott Pilgrim pero que brilló sobre todo como heroína en la extraordinaria 10 Cloverfield Lane) es el de una documentalista que detesta el mundo de la política, pero que decide aceptar un trabajo que su hermano, parlamentario demócrata, le ofrece, porque quiere terminar una película sobre unas músicas africanas en proceso de desaparición.
Cae un meteorito en la tierra que aloja una vida alienígena cuyo efecto más notable es extremar las posiciones políticas, como estrategia para dominar el mundo (lo primero, claro es paralizarlo): ¡la grieta!, y el cierre parcial del gobierno (Obama lo sufrió durante quince días, el de Trump duró más de cinco semanas y ahora está en un impasse hasta el 15 de febrero, mientras duran las negociaciones).
Para nosotros, "¿qué bicho te picó?" es algo que uno piensa frente a un fanático de una ideología u otra. Para la serie es lo mismo, pero literalmente. Los bichos comen parte del cerebro de los parlamentarios, volviéndolos completamente insensibles a cualquier otra cosa que no sea la destrucción del otro.
El cese de gobierno supone que se suspenden a los trabajadores “no esenciales”. Trump es el primer presidente norteamericano que sufrió un shutdown mientras su partido controlaba ambas cámaras del Congreso, lo que resulta todavía más preocupante.
Las tareas no esenciales involucran, por ejemplo, a todos los parques nacionales y sitios recreativos y conmemorativos (incluidos los museos, zoológicos y archivos nacionales), agencias federales como la recaudadora de impuestos, control climático, etc.
El gran perdedor de este primer asalto (a la razón) fue Donald Trump, cuyas políticas migratorias fueron el detonante de la no aprobación del presupuesto. No sólo por el costo del muro en la frontera sur, sino también el limbo en el que se encuentran los dreamers, una vez que el programa DACA, que los protegía de la deportación, fue cancelado. En todo caso, la grieta y la parálisis toma a los latinoamericanos de rehenes: de un lado, los rehenes de afuera; del otro, los de adentro.
La imagen negativa de Trump en su país supera el 55 %. Pero él sigue firme en sus convicciones (que otros consideran delirios) xenófobas.
Es muy raro tener que defender, en un mundo global, el derecho de las personas a la migración. Pero como el bicho fascista ya está picando demasiadas cabezas, conviene subrayar que las ideas de izquierda son fáciles de identificar y son siempre nobles y fáciles de abrazar en consecuencia. Por el contrario, las ideas de derecha, también fácilmente identificables, son siempre miserables y ominosas.
El problema surge, claro, cuando las ideas se transforman en programas de gobierno, como sucede en el caso de Venezuela, que vive una dolorosa crisis sobre la que muchos consideran fácil pronunciarse ligeramente, como fue el caso, precisamente del presidente norteamericano y sus vergonzantes aliados ciegos, el presidente de Brasil y el de Argentina.
Es claro para todos que el gobierno de Maduro agoniza en su propia podredumbre. Pero no es tan claro que la solución sea la jugarreta urdida en las últimas semanas, el reconocimiento de un gobierno autoproclamado, el congelamiento de las cuentas en Estados Unidos del Estado venezolano, etc.
La respuesta del otro lado será vaciar el tesoro venezolano y cargarlo en un avión privado de bandera rusa.
Pero así, picados por el bicho de la inhumanidad, sólo se camina hacia una catástrofe de consecuencias por ahora imprevisibles.
En Braindead, una musiquita hacía explotar los cerebros comidos por los extraterrestres. Nos está faltando esa musiquita, algo con cierto sentido de futuro, que licúe el odio.