martes, 20 de diciembre de 2022

El Mal absoluto

Nuestro pueblo no tiene muchas ocasiones para la felicidad porque vive siempre en la zozobra. Por fortuna, alguna acontecimento por década le ha brindado ocasiones de desembarazarse de todas las frustraciones y resentimientos y fabricar recuerdos que luego transmitirán a las futuras generaciones. 

Pero incluso entonces, deben cuidarse de los guardianes del orden, que son incapaces de sintonizar con la algarabía desordenada, desbordante, un poco borderline pero por eso mismo fascinante. A la sombra del Pueblo se esconde el Monstruo del Gobierno, atento a cada movimiento para poder capitalizarlo para perpetuarse en lugares que no le pertenecen, para los que no está capacitado, que insulta al ocuparlos (Macrón sufre en carne propia el mismo vicio, que entre nosotros da todavía más asco por la ilegitimidad).

Esa mezcla de estupidez, venalidad, falta de imaginación y total inoperancia es una ofensa mayúscula para el Pueblo que, como es decididamente bueno, decide no darle la importancia que tiene.

Tres millones de personas ocupan hoy las calles de Buenos Aires, sus autopistas y sus plazas. En las ya seis horas de fiesta no ha habido un solo incidente fatal. Pero la promesa que movilizó al Pueblo no se concreta y probablemente no llegue a concretarse por el idiotismo de quienes detentan el poder, empezando por los ministerios y secretarías de seguridad, que fueron incapaces de imaginar un dispositivo de seguridad (por otro lado sencillísimo: dejen despejada la autopisa 25 de Mayo, con móviles de prefectura en los pocos accesos que tienen) para que los jugadores (que están ya agotados y seguramente insolados, como la muchedumbre misma) pudieran llegar a alguna parte.,

Lo único que le importaba al Poder Ejecutivo es que la escuadra mundialista llegara a Casa Rosada. Se humillaron y aceptaron cualquier condición para ello (incluso, la de no sacarse fotos con el equipo). No se les ocurrió que la mejor carta de negociación que tenían era precisamente la fuerza pública para organizar la seguridad del traslado del micro mundialista.

El Poder Ejecutivo fracasa por segunda vez en la organización de un evento de masas (aún cuando La comunidad organizada debiera significar algo para quienes lo integren) como nunca se ha visto en nuestra patria. Fracasa en su relación con el Pueblo. Fracasa en su administración de la Cosa Pública. Fracasa en la necesidad de homenajear a los responsables de la algarabía generalizada. Pero fracasa sobre todo en darle a la felicidad las alas que merece. 

Empantanado, el Poder Ejecutivo se mira el ombligo, como un primate subnormal que no entiende su función en el mundo o el mundillo que habita que es sólamente potenciar el fuego sagrado de la multitud, darle alas al Pueblo por venir. 

Una vergüenza, una pena, pero también (escuchen, tarambanas) una furia creciente.


 


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