sábado, 14 de abril de 2012

La causa griega

Por Daniel Link para Perfil

Los griegos son de una simpatía arrolladora, producto de una combinación de savoir-vivre y un cierto infantilismo que últimamente se les ha reprochado con una contundencia que yo no comparto.
Es verdad: el “modelo griego” (a diferencia del “modelo turco”, tan cercano que conviene ponerlo como término de comparación) no ha sido muy exitoso. Pero eso forma parte del encanto griego y no constituye su límite, sino su umbral de transformación (la cosa jónica, Homero).
Mientras las tribus de bárbaros que alguna vez los príncipes alemanes unificarían en reinos y, después, en algo semejante a un Estado, se dedicaban a cazar jabalíes, los griegos estaban inventando la humanidad, la geometría, la metafísica y la tragedia. Dudo que a un pueblo pueda pedírsele tanto y, además, pedirle consistencia fiscal, una vez que la geometría, la metafísica, la tragedia y, sobre todo, la humanidad se hundieron irremediablemente bajo nuestros pies, en un terreno podrido por la crisis del sistema financiero.
Crisis” es una palabra de pura raigambre helénica: κρίσις, pero los griegos no imaginaron ni el “sistema financiero”, ni el capitalismo ni el Mercado Común Europeo (este último, invención de un filósofo moscovita profundamente conocedor de lo griego, mientras trabajaba para el Ministerio francés de Asuntos Económicos: Alexandre Kojève).
La elegantérrima solución de Kojève a los desafíos del capitalismo avanzado (o, lo que es lo mismo, a la ilusión del fin de la historia, propugnada por esos alemanes, Hegel y Marx) obviaba algo que los griegos siempre tuvieron muy en cuenta: el combate soterrado (pero perpetuo) entre las fuerzas de la autoctonía y las fuerzas de lo cosmopolita como motor de la historia.
La causa griega está plagada de irrupciones de esas llamadas de la Tierra, de esa protesta contra los cielos empíreos (desde las sirenas hasta los minotauros y las esfinges con las que los héroes no cesan de enfrentarse). No podemos culpar a los descendientes de Homero por haber imaginado a Odiseo, ese personaje odioso, ladino y farsante, inventor del “presente griego”. El problema es que Occidente lo haya heroificado como vencedor de los monstruos, que siempre vuelven, como una pesadilla.

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