domingo, 22 de abril de 2012

El triunfo de Calibán

por Daniel Link para Perfil

El 21 de enero de 2002 publiqué en Radar un texto titulado “CaSerolazo” (mezcla rara de cacerola y batalla de Caseros) que, entre otras cosas, recordaba que “Argentina (país experimental como pocos dentro de ese vasto territorio experimental que se llama América Latina) fue, durante la década del noventa, el gran experimento del mundo globalizado: Experimentemos allí, deben haber pensado los estrategas norteamericanos y los europeos cuando, durante la década del noventa, entablaron una guerra económica en la cual cada proceso de privatización funcionó como una batalla”.
Ya conocemos los resultados de esas batallas, y los resultados de cada contienda: Europa (esa Europa urdida por un “marxista de derecha”, como le gustaba llamarse a si mismo a Alexandre Kojève, a quien recordábamos la semana pasada) se quedó con los teléfonos, las aguas, las redes eléctricas, Aerolíneas..., y el petróleo.
Uno diría que desde que América Latina existe como unidad imaginaria ha constituido el campo de batalla de los centuriones de la modernidad capitalista. La doctrina Monroe, en verdad ideada por el oscuro John Quincy Adams, y su Corolario Roosevelt (1904), justificaron, a partir del lema “América, para los americanos” las sucesivas y cada vez menos elegantes intervenciones norteamericanas en su área de influencia y, al mismo tiempo, el vago ideario del “panamericanismo” que, aunque hoy ya no se pronuncie, sigue operando en diferentes niveles de la geopolítica continental.
En plena guerra entre Estados Unidos y España, Rubén Darío se pronunció, en un texto titulado “El triunfo de Calibán”, contra la doctrina Monroe, contra “los búfalos de dientes de plata” y “los aborrecedores de la sangre latina”, a los que llama calibanes.
Calibán, como se sabe, es un personaje en La tempestad de Shakespeare. Grosero, primitivo, salvaje, Calibán está esclavizado por Próspero, cuyo otro sirviente, Ariel, se identifica más con lo espiritual y lo estético.
Darío identifica a los Estados Unidos con el monstruo americano (“Calibán” viene de “caníbal”, que a su vez viene de “caribe”: malas audiciones que la historia nos devuelve) y sentencia: “no puedo estar por el triunfo de Calibán”. Entre los Estados Unidos y España (que “no es el fanático curial, ni el pedantón, ni el dómine infeliz, desdeñoso de la América que no conoce”), se queda con España (“la Hija de Roma, la Hermana de Francia, la Madre de América”). Contra la doctrina Monroe, Darío enarbola la doctrina Sáenz-Peña, “el argentino cuya voz en el Congreso panamericano opuso al slang fanfarrón de Monroe una alta fórmula de grandeza continental”. “Sea la América para la humanidad”, propuso Roque Sáenz Peña en la Conferencia Internacional Americana de 1890.
La década del noventa, entonces, fue un campo de batalla que favoreció los intereses económicos de los hijos de Roma en contra de los “herreros bestiales”. La Argentina perdió casi todas sus joyas, incluyendo YPF. No tenía chances de ganar nada, porque no era propiamente una fuerza beligerante, sino el objeto de la guerra capitalista. La esfera pública (los políticos y la prensa) toleró y hasta celebró ese cambio de doctrina que hoy vuelve a ser noticia.
Argentina sigue sin chances de ganar absolutamente nada en la fase actual del sistema capitalista (Messi es su emblema). Vuelta la Sra. Fernández a los apurones de un tierno y cálido encuentro con el Calibán, somete al parlamento un apluadido proyecto que, más allá de los efectos interiores (y soy incapaz de imaginarlos, o los imagino instrascendentes), inclina la guerra global en favor del Norte panamericano (el mismo que interviene en nuestra defensa ante los tribunales internacionales, el mismo al que le obsequiamos la Ley Antiterrorista).
Toda hipótesis de acuerdo de libre comercio entre la UE ( a la que ya no ampara la impresionante imaginación y el talento de Kojève, y si es que ésta sobrevive a sus propias derrotas, lo que la vuelve un tutor ciertamente poco atractivo) y el Mercosur (esa invención en la estela de Martí y de Darío) deberá ponerse ahora entre signos de interrogación, o directamente tacharse de la agenda.
Si no hubiera exterior (si no hubiera fuerzas exteriores que nos piensan como botín de guerra), nos dejaríamos dominar por la algarabía de las figuritas patrióticas. Pero me interesa detenerme en los vientos de la historia, que nos arrastran. El mundo se transforma, y al hacerlo cruje. Lo que se oye es la transformación del mapa capitalista y lo que sorprende es el papel central que Argentina parece tener en esa metamorfosis.
La ménade de Calibán, Hillary Clinton, dijo que "Las decisiones tomadas por los diferentes países son decisiones que ellos deben justificar y deberán vivir con ellas". O sea: no nos parece mal lo que hicieron, pero no nos pidan que nosotros justifiquemos una orden de combate (en estas lides, no hay “obediencia debida”).
Por supuesto, ése es el papel que se nos pide que cumplamos: justificar, para nosotros mismos, mistificar (vivir con ello), por enésima vez, el triunfo de Calibán. No vivimos en épocas de fundación (no vivimos el tiempo de Darío), sino de integración operativa de lo disponible.
Aclardo el punto, ¡Viva YPF!, y para los cazadores de elefantes, el saludo rubeniano:  Bufe el eunuco”.



1 comentario:

Diego C. dijo...

Los prólogos de Darío son un delirio programático; hipersensibilizados. Se puede leer una política de la lengua en ellos (Cfr. "Utopía: dos umbrales"). Darío representó un vórtice de poesía y poder político, pero siempre derivando hacia una tendencia que parece un -tal vez, no sé- inevitable salto que le impidió hacer pie en cualquier formulación que no fuera éxtasis poético. (¿Esa posesión y exceso fueron la ebriedad que rescatan los académicos nicaragüenses o fue otra cosa?)
Su estética acrática era reglada (como las reglas que citás arriba): sus desvíos eran raramente controlados y respondían a una ley ("Yo persigo una forma"); por ejemplo, la regla que toda poesía debe seguir: la ley métrica ("No, la forma poética no está llamada a desaparecer").
En las "Palabras liminares" (1901, Prosas profanas) habla de un manifiesto "ni fructuoso, ni oportuno": ¡un manifiesto que no es oportuno!, hermoso programa. En el "Prefacio" de Cantos de vida y esperanza exclama: "de todas maneras, mi protesta queda escrita sobre las alas de inmaculados cisnes". Toda una política destinada a su alegre disolución, o no: lo que queda inscripto en la música verbal, antes de entregarse al silencio y a nuestras lecturas.
Por supuesto, esto está en relación con las potencias de la tierra (que se nos aparece como la integración operativa de lo disponible: el petróleo).