por Daniel Link para Perfil
¿Por qué nos afecta tanto la muerte de Salinger (1919-2010), si desde junio de 1965, cuando publicó su último relato (“Hapworth 16, 1924”, una precuela de la saga de los Glass en la que un Seymour de siete años escribe una larga carta desde la colonia de vacaciones), el escritor estaba, lo sabíamos, ya muerto?
Antes, Seymour Glass se había reventado la cabeza de un tiro en "Un día perfecto para el pez banana", uno de los más memorables cuentos jamás escritos. ¿No es ese regreso tardío a la infancia de una de las glorias de la literatura norteamericana una declaración que habría que tomar al pie de la letra?
Kafka ordenó que quemaran todos sus papeles, Blanchot desapareció de la faz de la tierra para convertirse en apenas una escritura casi agónica que no es más que un rumor, un mar de fondo. Salinger eligió el ostracismo y el silencio (y condenó a su familia a compartirlo con él). Prohibió hasta donde pudo que se hablara de él como si hubiera existido, persiguió legalmente a quienes adaptaron al cine su puñado de relatos y a quienes pretendieron escribir sobre sus días. Thomas Pynchon eligió la misma forma-de-vida y muchos creyeron que, en el fondo, se trataba del mismo individuo con dos nombres.
Hay, en la muerte de escritores que eligieron encarnizadamente el lugar del muerto y el silencio, un misterio que no dejará jamás de preocuparnos: ¿cómo será vivir así, en esa ausencia radical de imagen social, en esa ascesis total como única manera de conjurar los peligros del mundo?
Ahora nos dicen que Salinger ha muerto de muerte natural (es decir, de vejez). Se había quebrado una cadera el año pasado pero estaba totalmente repuesto de ese accidente.
En el fondo no cambia absolutamente nada, pero nos quita la esperanza de una revelación postrera.
Escribió El cazador oculto (libro que, por respeto, no puede llamarse de otro modo) y un puñado de cuentos que interrogan delicadamente unas vidas sin felicidad*. En esos textos (gracias a ellos), la cultura norteamericana adquirió su forma definitiva: juvenil, populista, contracultural, hasta el último suspiro.
*Acá, todos para descargar
Las tres gracias
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Mientras preparo un taller sobre el paso (siguiendo algunos motivos) de los
cuentos tradicionales, desde las lejanas cortes europeas a los libros que
hay...
Hace 3 semanas.
8 comentarios:
Hermoso texto. Recuerdo que la lectura (no a muy temprana edad) de A Perfect Day... me creó un desasosiego que duró semanas y sigue creando escozor cuando la recuerdo (extrañamente recuerdo nítidamente la lectura en sí, el momento, algo que no me pasa con otras cosas que he leìdo).
"Escribió El cazador oculto (libro que, por respeto, no puede llamarse de otro modo)". perdón mi ignorancia. por qué (respeto) no puede llamarse de otro modo?
Porque hay que ser insensible (lingüística y narrativamente) para llamarlo "El guardián entre el centeno". Cosa de gallegos, de montañeses...
"El guardián entre el centeno". Casi tan feo, el título, como Tierna Es La Noche (por Tender Is The Night) de Scott F., en vez de la menos espantosa Suave Es La Noche; menos matambril, también.
De acuerdo con lo que decís sobre la traducción de The catcher in the rye. (¿Cómo se traduciría The pitcher...?) Sobre por qué lamentamos su muerte, creo que simplemente porque lo queríamos. Además de todo, uno nunca deja de ser un lector-hembra para quien los escritores que lo hicieron feliz son seres queridos.
No es su ocultamiento de tantos años lo que venero de Salinger sino el hecho de que haya escrito tan bien pero tan poco. Tengo un apego especial por esos escritores, los que se callan cuando no tienen nada más que decir, los que ignoran la lógica productivista de que porque son escritores, tienen que publicar regularmente. Es una manera entre muy pocas de no tener una obra con altibajos.
Perdón Daniel, no me sale otra cosa que decirte: qué diferencia entre los tipos que aplauden con una sola mano y los que buscan exponerse, mostrarse; tipos a los que no les alcanza más que para comentar lo que escriben otros. Creen que hacen literatura. Pura potencia, pero nada más.
La polémica se puede entablar entre un pensamiento como el de Aira, que descree de escritores de pocos libros, en beneficio de sus minilibros y aquellos que no paran de escribir. Una polémica a mi gusto esteril y que siempre considere una operación publicitaria en uno u otro sentido.
A mi leal saber y poco comprender, el título en español para “The catcher in the rye” debiera seguir siendo “El cazador oculto”. Leí la traducción de Fabril, la de Mendez de Andes, en insoportables viajes por la línea “C” soportados gracias al perfecto monologo interior del narrador Caufield. Caufield no “guarda” nada, sino que es un “cazador” en el sentido que podría igualarse a “cazar mariposas”, es decir, res-guardar (aquí sí, en sentido protector, paternal o maternal) La secuencia es aquella conocida en que el narrador, atento, intenta que los niños caigan, ciegos por el sembradío que tienen delante, en el abismo. Una “caída en el tiempo”, una caída en la sexualidad, y en los viles intereses humanos. El narrador es en este punto un insensato y no acepta estas leyes naturales. Aquí el símil podría extenderse a la actividad misma del narrar y de impedir que los niños dejen de jugar, en el amplio sentido de juego creativo, de suspensión de actividades productivas o re-productivas. Como título, “El guardián en el centeno” es, pasando por lo sonoro, lo sintáctico, lo semántico y lo pragmático, una gallegada. Pero son las gallegadas que debimos y debemos soportar gracias a que hemos dejado de tener la iniciativa en referencia a la traducción literaria.
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