miércoles, 3 de diciembre de 2008

Kirchner, una vida

por Daniel Link

Kirchner gritó, gritó, gritó, mientras se revolcaba en el cuarto al que había sido confinado, tratando de quitarse el chaleco de fuerza que le habían impuesto.
Estaba mal, Kirchner, desde la guerra, tres años atrás: "el campo.... el campo...", musitaba entre sueños durante las noches en que lo sometían a dosis crecientes de morfina para que descansara un poco. De otro modo, se la pasaba gritando inmundicias, augurando complots que iban a destruir al país, al continente, al mundo, y reclamando los cigarrillos que en la clínica psiquiátrica le habían prohibido consumir. Nadie entendía a ciencia cierta qué es lo que quería dar a entender con esas palabras entredichas, pero como era imposible obtener de él mismo una explicación coherente, se aceptó la hipótesis de una fijación maníaca y de un rechazo al modo de vida urbano que hasta su hundimiento mental había sido una de sus características más sobresalientes.
No se sabe todavía qué fue lo que se desmoronó en la cabeza de Kirchner
1. Para algunos (un esquizofrénico que convivió con él en el mismo loquero durante algunos años), su sensibilidad enfermiza lo sumió en la insanía: "somos los sismógrafos de la tragedia de nuestra cultura". Para otros, su conocida afición a relacionarse con prostitutas fue lo que precipitó la caída. Era una enfermedad de transmisión sexual lo que lo habría llevado, según esta versión, primero a la locura y después al suicidio. Un médico prestigioso, el Dr. Edel, llegó incluso a diagnosticarle atrofia cerebral como consecuencia de un estadio avanzado de sífilis, lo que decidió su mudanza permanente al sur (tan mítico y tan de moda por aquellos años). Naturalmente, habría que revisar con más atención su historia clínica para avalar esta conclusión un poco temeraria, porque no parece haber correlación entre el lapso que va de su internación hasta el suicidio y la oscilación de su estado mental, que pasaba de un relativo equilibrio, durante el cual podía hasta sostener conversaciones con cierta coherencia, y sus profundos desarreglos, que sumían en la desesperación a quienes lo rodeaban. ¿Tan sensible era Kirchner? ¿Tan fatal había sido su apego a esas mujeres que, desde su perspectiva, erotizaban las calles? Kirchner no podía andar solo por el mundo, incluso mucho antes de perder la razón, porque su erotomanía era tan intensa como su afición al tabaco. Hubo momentos en que, si de él hubiera dependido, no habría podido pagarse el alquiler.

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1 Cfr. Kirchner, Ernst Ludwig y Gustav Schiefler. Briefwechsel: 1910-1935/1938 (ed. Wolfgang Henze). Stuttgart, Belser, 1990, y Kornfeld, Eberhard W. Ernst Ludwig Kirchner: Nachzeichnung seines Lebens. Berna, Kornfeld, 1979.


El texto completo puede leerse en la antología de Mariano Blatt y Damián Ríos, Vagón fumador (Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2008)



Actualización: ahora, acá, el texto completo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

cómo no los incluyeron a cucurto y casas? pero cómo ha podido suceder tamaña injusticia y olvido imperdomable...?