viernes, 11 de diciembre de 2020

El Mal absoluto

El auto huele a sangre fresca. Si me detuviera la Policía de la Provincia de Buenos Aires no sé qué explicación les daría. Dentro de una bolsa negra de consorcio metimos un hule negro ensangrentado en el baúl.

Pero, de todos modos, parte de la sangre chorreó en el tapizado del baúl, en mis crocs, en mis pies.

Han sido tres semanas de pesadilla desde la muerte de Cartulina,  que trataré de poner en limpio en cuanto recupere un poco de equilibrio.

Esta mañana, después de haber estado vomitando toda la noche, Greta se instaló al costado de la tumba de Cartulina, donde nuestro jardín se confunde con el bosque salvaje. 

La llevamos de inmediato al veterinario porque sabíamos que la perra ya se había instalado en la muerte. Le pusieron unas inyecciones para proteger su aparato digestivo sin éxito: seguía vomitando sangre. 

La cargamos en el baúl del auto (usando una hamaca paraguaya de camilla) y nos fuimos a la Clínica Veterinaria donde le habían hecho una punción hace dos años. En el camino, cagó sangre.

Nos empapamos en la sangre sacrificial de la perra, que quedó internada, intubada, hasta mañana. No sabemos cómo se resolverá su cuadro clínico. 

Pero es evidente que esta noche deberemos salir a matar a los fantasmas que se han apoderado de nuestra vida cotidiana. En memoria de Cartulina y, tal vez, para salvar a Greta de las garras del Mal.



 

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