Judith Butler ganó la prestigiosa y
muy bien dotada beca Mellon, que decidió destinar a armar una red de
estudios críticos con varias universidades norteamericanas y
latinoamericanas. Como parte de las actividades previstas en uno de
los programas incluidos en esa red, se organizó en San Pablo
(Brasil) un seminario cuyo título, “El fin de la democracia”,
indicaba un camino de indagación: formas radicales de democracia y
micropolíticas como salida a la crisis de representación que puede
observarse en cada rincón de Occidente.
Enteradxs de la visita de Judith
Butler, un grupo de conservadores agresivxs recabó firmas con el
objetivo de que la conferencia de Butler se cancelara, porque ella,
así dijeron, promueve la destrucción de la familia y quiere
“hacernos creer que la identidad es variable y fruto de la
cultura”. “foraButler” y “Quemen a la bruja” fueron las
consignas que consiguieron más de 360.000 adherentes.
El día del Seminario hubo miles de
manifestantes a favor y en contra de la presencia de Judith y su
discurso que, justo es decirlo, esta vez tenía poco que ver con la
construcción histórica que reconocemos como “género”.
Volviendo a su país, la teórica tuvo
que soportar todavía una afrenta mayor: ella y su mujer fueron
atacadas por mujeres con pancartas que las empujaron ante la mirada
atónita de las fuerzas de seguridad, que permitieron el vejamen. Una
de esas ménades persiguió a la mujer de Judith Butler diciéndole:
“sos fea, andá a la peluquería”. “Vivan las princesas de
Brasil” fue la hedionda consigna de quienes abogaban por retrotraer
la discusión política sobre género y sexualidad a la Edad Media.
La efigie de Judith Butler fue quemada en acto público mientras se
rezaba el Padre Nuestro.
En las últimas semanas, una muestra de
arte (Queermuseu) y una performance con un Cristo representado por un
transexual fueron levantadas en Porto Alegre y en Río de Janeiro.
Estamos hablando de hechos de violencia de género, homofobia y
discriminación en grandes ciudades brasileñas. Imaginarse lo que
puede suceder en el resto del país, dominado por cámaras
legislativas confesionales, hiela la sangre.
Si a eso se suman las reacciones
paranoicas y destempladas de prácticamente todas las comunidades en
relación con el “caso Kevin Spacey”, queda claro que el mundo se
apresta a un salto hacia atrás de imprevisibles consecuencias y que
ninguno de los derechos ganados en los últimos años está
garantizado.
Un poco por eso, con Albertina Carri y
Sebastián Freire creamos un colectivo cuya primera presentación fue
“Archivos del goce”, una meditación sobre el modo en que el
fascismo ha marcado nuestros cuerpos y hasta qué punto es imposible
la felicidad y la algarabía física en un mundo cada vez más
inclinado al secuestro, la normalización y la represión de los
placeres.
1 comentario:
Cuanto horror.
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