De pronto, como un maléfico pájaro gris, el otoño cayó sobre nosotros, dos semanas después de los pronósticos de todos nuestros amigos y, aún, la prensa escrita. Ahora se dice que ha sido un mes de septiembre completamente excepcional y no queda sino alegrarse de que así fuera. Hoy, el cielo parejamente gris hizo que la luz del mediodía pareciera ya el crepúsculo. En mi oficina, frente a la embajada de Rumania y al lado exactamente de la embajada de los Estados Unidos (razón por la cual la calle está cortada para siempre y casi nadie, salvo los ocasionales visitantes de este edificio y los huéspedes del hotel que está en la misma cuadra, se aventura por ella), sólo se escucha el gorgoteo de los radiadores que empiezan lentamente su trabajo. Por lo demás, a las cuatro de la tarde ya casi todo el mundo se ha ido a otra parte, como si hubiera manera de escapar a la estación. Mañana y pasado, lo dice el Weather Channel, al que poca atención aquí se le presta (otro de los tantos errores de conciencia que los europeos no admiten), habrá chubascos matinales. Y el fin de semana no presenta indicios de mejoría alguna. Como coincide con un feriado (la celebración de la reunificación alemana, esa quimera), supongo que habrá que pensar en irse a cualquier parte donde haya un poco de sol, o de buen tiempo.
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