Anoche cayó sobre Berlín un manto de neblina propio de nuestras islas Malvinas. La estrella de Mercedes giraba suspendida en el cielo de Hardenberg Platz como la señal de Batman: no teníamos máquina fotográfica para registrar el evento, que era de una rara belleza. Hoy amaneció nubladísimo. Pensábamos ir al campo, porque nos recomendaron un mercado baratísimo en la zona de Brandemburgo donde adquirir nuestras materias primas.
Cambiamos los planes y fuimos de visita al Lager de Sachsenhausen, ya que el clima nos parecía el adecuado a una experiencia de Nacht und Nebel. Yo creía haber estado en el lugar, pero me equivocaba (seguramente había estado en otro espacio conmemorativo de los muchos que hay en relación con los meticulosos crímenes cometidos antes y durante la segunda guerra mundial): Sachsenhausen es inolvidable.
Lloré durante toda la visita (que duró más de tres horas), lo que habla no tanto de mi propio sentimentalismo, por otro lado indisimulable, sino de la eficacia del parque temático que Brandemburg ha levantado para recordarnos que el infierno existió (existe) sobre la tierra.
Lo que impresiona de Sachsenhausen (además de las ruinas de las cámaras de gas, las barracas reconstruidas, la cárcel que habitaron no sólo las víctimas de los nazis sino también las del comunismo, las ocasionales flores que dejan los visitantes, las placas conmemorativas, el paredón de fusilamiento, la morgue, los túmulos de cenizas humanas transformados en canteros y el sempiterno graznido de los cuervos), es la belleza de una ciudad diseñada con una elegancia casi griega.
Queda sin contestar la pregunta (que uno de los 13 puestos museográficos diseminados por todo el Memorial inútilmente tematiza) sobre qué pensaban los vecinos de Oranienburg sobre lo que pasaba en esa otra ciudad (más grande que la de ellos) que había aparecido de pronto en sus horizontes. ¿Se podrá, hoy, vivir en Oranienburg sin terminar enloqueciendo? S. dijo que el pueblo parecía una versión infinitamente más siniestra (por real) de Poltergeist. Yo volví a repetir un viejo juego de palabras: Poltergeist es nuestro Zeitgeist.
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