lunes, 9 de octubre de 2006

Poderoso caballero (3)

Gracias a las aceitadas relaciones de Silvia F. con el poscomunismo (que sigue controlando puestos claves en la ciudad), hemos conseguido una concesión que nos permite no sólo redondear nuestro presupuesto, sino ahorrar unos pesitos.
En realidad no se trata de una concesión, porque eso implicaría trámites que no estamos en condiciones legales de realizar, sino un permiso de gran ambigüedad y cierta generosidad (¡todavía con membrete de la DDR!, lo que aparentemente le agrega fuerza por la confusión que genera en los agentes del orden bromatológico) para operar en las puertas de los teatros del Este. Lo que hacemos es vender tentempiés en los entreactos de las larguísimas puestas a las que son afectos los alemanes. Al principio habíamos arreglado con las autoridades teatrales y los sindicatos de trabajadores vender Bio-Bouletten. Las Bouletten son lo que en Buenos Aires se consideraría una hamburguesa casera, que se come aderezada con una salza a base de mostaza. Lo del prefijo "bio" fue una estrategia de mercadotecnia que se le ocurrió a Silvia F., que tanto se preocupa por esa característica de los alimentos (algo similiar a lo que en tierras americanas se llama "orgánico"), que no titubea en consumir Bionade, una especie de gaseosa más bien horrible que justifica su participación de lo "Bio" porque no está carbonatada sino sometida a un proceso de fermentación no alcohólica. Puede ser, pero la base de semejante bebida es un jarabe de colores y sabores sólo comparables con los caramelos masticables de nuestra infancia.
Comenzamos, pues, preparando nuestras Bio-Bouletten en la semana, para venderlas los fines de semana en las puertas de los teatros. Pero en nuestra segunda aparición en la vereda de la Volksbühne, hace dos domingos, tuvimos problemas con los proveedores habituales de esa clase de vituallas porque consideraron que lo nuestro era competencia desleal (es verdad que nuestras Bouletten eran mucho más ricas, sencillamente porque sabemos cocinar mejor la carne, y la gente se dio cuenta rápidamente), así que tuvimos que cambiar de rubro.


Foto: Sebastián Freire

De modo que decidimos cargar nuestra canasta (el paraguas multicolor fue un hallazgo callejero de S.: yo preferiría algo más sobrio, pero a caballo regalado no se le miran los dientes) con un producto nacido de la hermandad entre Berlín y Buenos Aires (como todo el mundo sabe, ciudades muy parecidas, salvo en la miseria estructural de la segunda): sánguches de milanesa. Aquí los llamamos "Bio-Schnitzel in Brötchen": milanesitas pequeñas cuyo carácter "Bio" garantizamos por la calidad de la carne (sólo argentina), porque las milanesas están horneadas y no fritas, y por la frescura de las verduras que las acompañan (una hoja de lechuga y una rodaja de tomate, ambas estrictamente "bio", según nos aseguran nuestros proveedores del mercado de Kreutzberg). Los aderezos adicionales quedan a criterio del consumidor. La elección fue un suceso porque, siendo como son en estas latitudes afectos a la milanesa, jamás se les había ocurrido servirlas en pan.
Así pudimos ver algunas funciones de teatro: Meistersinger de Castorf (una porquería), Die Fruchtfliege de Marthaler (encantador, pero un poco largo), en la Volksbühne y Mahagonny de Andreas Homoki (excelente, aunque cambiaron el final de la ópera y la Jenny era debilísima tanto en canto como en presencia escénica) en la Komische Oper, porque los boleteros ossis, que rápidamente se volvieron adictos a nuestras vituallas, nos avisan cuando hay lugares libres en la platea (y sino, nos dejan entrar parados).
La semana que viene se nos complica un poco el panorama, porque hemos recibido pedidos para la Staatsoper, y justo dan una Dido y Aeneas con puesta de Sasha Waltz que nos han recomendado mucho, pero como tenemos que atender ya varios teatros (corremos de una puerta a otra cuando no coinciden los intervalos), nos será difícil quedarnos a la función. Ya nos pasó ayer domingo, al mediodía, en la Schaubühne, donde no pudimos entrar a escuchar a Terry Eagleton porque no dábamos abasto preparando los sanguchitos y, para peor de males, los wessis amenazaron con llamar a la policía.
Por supuesto, yo propongo anotar en mi libreta como ganancia indirecta el valor de las entradas de teatro que nos ahorramos, pero S. insiste en censurar mi criterio contable.

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