Después de la intensa jornada de ayer estábamos tan felices (y nos sentíamos tan millonarios) que decidimos cenar en nuestro restaurante predilecto, Phoenicia, un libanés que queda en el número 8 de la Pestalozzistrasse (además de que la comida es riquísima, está abierto hasta la 1 de la mañana, lo que constituye una verdadera rareza en esta ciudad) y, después, tomar un taxi ("Kurzstreck", le dije al taxista al subir, lo que lo obliga a cobrar sólo 3 euros).
Al mediodía, habíamos pasado por el Bode-Museum donde, como esperábamos, había una cola de varias cuadras de turistas ansiosos por entrar gratuitamente al museo, recién re-inaugurado. En un par de horas habíamos liquidado nuestras existencias de Bio-Schnitzel in Brötchen (e, incluso, habíamos redondeado el precio para arriba, como buenos especuladores que somos).
Después, con la canasta vacía y los bolsillos llenos, nos dirigimos al negocio donde teníamos que dejar unos relojes para arreglar. Por fortuna, en el camino nos dimos cuenta de que nosotros podíamos arreglar uno de ellos, el que tenía la malla rota, lo que significaba, por un lado, un ahorro para la comitente y, por el otro, un ingreso adicional a nuestro magro honorario por servicios de cadetería.
A la tardecita, fue todavía más hermoso enterarme de que por mi papel de figurante argentino en la obra sobre la crisis del 2001 que habían montado nuestros queridísimos amigos Dieter y Torben en el Iberoamerikanisches Institut también iba a recibir un honorario (éste, más suculento). Todo funcionó sobre ruedas y amenicé la velada con mi habitual gesticulación de payaso ebrio (S., que sacó fotos, está preparando un gif animado que me hace quedar un poco en ridículo, pero cuya publicación aceptaré, fiel a la verdad como me considero). ¡Menos mal que estuve en la mesa! Más allá de mi necesaria presencia como partiquino folclórico, se dijeron cosas que no se ajustaban a la realidad de los hechos y no era justo que el público se llevara una idea equivocada de los tristes rumbos políticos de nuestra República.
Al finalizar, se me acercó una chica y empezó a decirme: "Seguramente no te acordarás de mí..." "Ya sé, fuiste alumna mía", la interrumpí. "No, no", me respondió. "Vos fuiste alumno de mi mamá". Se trataba de la hija de mi profesora de contabilidad en la escuela secundaria, que me traía de regalo un recuerdo remoto (y un poco distorsionado) de mí mismo y que mezcló fechas y acontecimientos. Igual fue dulce verla, ya crecida, y le mandé saludos a su madre, María Elena. Más tarde sí, apareció el verdadero "alumno mío" (Se llama Diego Iturriza y lo envidié porque ha conseguido algo que yo siempre quise: escribir para Playboy, México, que paga realmente bien. "Cuando pagan", acotó).
Hoy llueve, y esperamos la visita de un influyente periodista de Radio Alemania, amigo de Pino Solanas y Osvaldo Bayer. Tal vez podamos hacer con él también algún negocito.
Las tres gracias
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Hace 2 semanas.
1 comentario:
Iturriza anda por berlin?
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