viernes, 10 de noviembre de 2006

Libros recibidos

Es 1965, en Düsseldorf, en la Galería Schmela. En un rincón de la sala hay un cubículo de vidrio que contiene un taburete colocado sobre un mueble metálico. Sentado sobre el taburete, Joseph Beuys con la cabeza cubierta con miel y una capa de polvo de oro. En sus brazos sostiene una liebre muerta. La abraza con ternura. El zapato del pie derecho de Beuys tiene los cordones atados a una plancha de hierro, que reacciona con estrépito a cada uno de sus movimientos. El otro pie se acomoda dentro de una pantufla de fieltro (¿tártaro?).
Del otro lado del vidrio, los testigos de la acción ven al artista del rostro irisado de miel moverse de un lado al otro, dictándole sus lecciones a la liebre muerta, explicándole las obras exhibidas con un murmullo casi inaudible. Debajo del taburete, un hueso esconde un micrófono que trasmite por radio las explicaciones de Beuys a la liebre muerta.

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De allí, Max, el tema pasa a varios autores (¿muy parecidos o muy diferentes entre si?): Mario Bellatin publica Lecciones para una liebre muerta (2005) y Alfredo Prior (que ha investigado la obra de Leonardo con la misma obsesión de Beuys) llama Cómo resucitar a una liebre muerta (Mansalva, 2006, ISBN 987-22648-8-0) a la colección de textos escritos y publicados entre 1972 y 2001: crónicas, biografías, críticas de arte. Sería suficiente para saludar la aparición de este libro señalar que lleva la firma de el más grande de los artistas argentinos vivos (que ha atravesado la pintura de parte a parte, cargando a cuesta sus fantasmas) y no haría falta más. Pero además, el libro es delicioso y está lleno de observaciones inteligentísimas. El volumen se cierra con un texto imprescindible: la pieza teatral Rrose Sélavy mise à nu par le Capitaine Nemo, en la cual Prior pone a dialogar a Rrose Sélavy, su hermana Suzanne, el Capitan Nemo y el Coro de los Hermanos Retinianos. Antes, ha inventado su propia tradición, en la que se encuentran nombres como los de Ramón Borges, una síntesis de todo lo que en la obra de Prior verdaderamente importa.

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En el número
14-15 de la revista Martín Fierro (enero, 1925) y luego, en Inquisiciones (págs. 124-125), Jorge Luis Borges escribió (es, por supuesto, en el archivo exquisito de Raúl Antelo donde encuentro la cita):

¿Que signo puede recoger en su abreviatura el sentido de la tarea de Ramón? Yo pondría sobre ella el signo Alef que en la matemática nueva es el señalador del infinito guarismo que abarca los demás o la aristada rosa de los vientos que infatigablemente urge sus dardos a toda lejanía. Quiero manifestar por ello la convicción de entereza, la abarrotada plenitud que la informa: plenitud tanto más difícil cuanto que la obra de Ramón es una serie de puntuales atisbos, esto es, de oro nativo, no de metal amartillado en láminas por la tesonera retórica. Ramón ha inventariado el mundo, incluyendo en sus páginas no los sucesos ejemplares de la aventura humana, según es uso de poesía, sino la ansiosa descripción de cada una de las cosas cuyo agrupamiento es el mundo. Tal plenitud no está en la concordia ni en simplificaciones de síntesis y se avecina más al cosmorama o al atlas que a una visión total de vivir como la rebuscada por los teólogos y los levantadores de sistemas. Ese su omnívoro entusiasmo es singular en nuestro tiempo y doy por falsa la opinión de quienes le hallan semejanza con Max Jacob o con Renard, gente de travesura desultoria, más atareada con su ingenio y sus preparativos de asombro que con la heroica urgencia de aferrar la vida huidiza. Sólo el Renacimiento puede ofrecernos lances de ambición literaria equiparables al de Ramón. ¿Son menos codiciosas acaso que la escritura de éste las enumeraciones millonarias que hay en la Celestina y en Rabelais y en Jonson y en The Anatomy of Melancholy de Robert Burton?

Se refería a Ramón Gómez de la Serna, pero también (muy indirectamente) a Ramón Llul y su delirante orden de las cosas.

El vampiro de Düsseldorf ha vuelto.

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