jueves, 5 de julio de 2007

La pintura, como forma de escritura

Por Silvina Friera para Página/12

El poeta y el pintor cuentan cómo crearon el libro Niños... que nacieron peinados.

Es cierto lo que observó Alejandra Pizarnik en 1972, dos noches antes de su muerte, cuando conoció la serie de retratos que pintó Alfredo Prior en Pringles. "Angustian estas caritas de tiza mojada." Esas "figuritas" –realizadas con una técnica inventada por el pintor, la encaústica, una mezcla de cera, pasteles, plasticola y betún– aguijonean los ojos y entretejen una sutil conexión con ese lejano depósito de las emociones en fuga. En una de las paredes del living de la casa del poeta Arturo Carrera, una de esas caritas interpela a quienes la observan. Osvaldo Lamborghini, cuando miró por primera vez los niños pintados por Prior, exclamó: "A este pibe no le circula sangre por las venas, le circulan perdigones".
El poeta y el pintor acaban de publicar Niños... que nacieron peinados (en la editorial Enargeis), primer emprendimiento de Estación Pringles, un "centro de utopías realizables de la pampa húmeda" y asociación sin fines de lucro presidida por el autor de La partera canta e integrada por Juan José Cambre y César Aira, entre otros (ver aparte). El libro reúne retratos de Prior y fragmentos de poemas de Carrera en una suerte de antología poético-pictórica que Daniel Link definió como "un tratado sobre lo viviente y sobre el arte, que hace de la infancia, la infancia como déjà fait, su piedra de toque y, al mismo tiempo, su punto de aniquilamiento". Prior juega con un conejito blanco mientras posa con Carrera para las fotos. Ambos recuerdan cómo se conocieron en la década del '60, discuten, no se ponen de acuerdo –una misma anécdota puede tener más de dos versiones– y se ríen.

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