Es como en los juegos de computación en los que, a medida que pasamos de nivel, las complicaciones se multiplican. La masiva digitalización de la fotografía pareció inaugurar un período de registro total y absoluto (el mapa del Emperador de la China, según Borges). Días atras, en el show de Baby Jane, nos sorprendieron los brazos en alto de la muchedumbre que, en vez de intentar hacer la experiencia para la que habían pagado pequeñas fortunas, preferían competir con los camarógrafos y editores de la compañía. Miles de cámaras digitales y celulares en alto impedían ver prácticamente el escenario.
Y sin embargo... Las personas que conocemos se sorprenden de que nosotros imprimamos nuestras fotos de viaje. Unos amigos que pasaron unos meses en Europa vienen a devolvernos los chips que les prestamos para sus celulares. "Traigan las fotos", les decimos. Lo hacen. Es decir: traen un pen drive donde están todas las fotos que tomaron, sin orden ni concierto (ni siquiera rotaron las tomas para las que tuvieron que girar la cámara).
Una pequeña encuesta casera arrojó el estremecedor resultado de que, en efecto, ya casi nadie imprime sus fotografías (manía "de artista"). De modo que el registro, si es que puede llamársele así a la toma, se pierde irremediablemente cuando el soporte digital (las tarjetas de memoria, los discos rígidos) se necesitan para nuevas acumulaciones insensatas.
Los investigadores del futuro y los museos de fotografía no tendrán, en pocos años, con qué enriquecer sus acervos (ciertamente, todo va a parar a facebook y a fotolog, pero tampoco se sabe qué sucederá con esos materiales de baja resolución una vez que las personas crezcan y reemplacen su actual entusiasmo por inscribir el propio cuerpo en relación con todo lo que existe por pasiones más farmacológicas: ansiolíticos y antidepresivos).
Así, la utopía del registro total (de lo Real totalmente fotografiado) se pierde en el abismo mismo que la digitalización inaugura con su pulsión de Nada.
Lo mismo sucedió en su momento con los viajes en avión, los que, lejos de hacer del mundo un pañuelo (como siempre quiso creer el sentido común) lo ensanchan hasta la desesperación porque somos conscientes de todo lo que nos separa (en horas, en kilómetros, en dólares) de la China y el Japón, que antes eran sólo una ensoñación y una unidad del exotismo y ahora el límite imposible de un cálculo matemático.
Una pareja que prepara su luna de miel nos dice: "Vamos a imprimir nuestras fotos". Como si les hiciera falta esa declaración enfática de un propósito que, en el fondo, saben que no cumplirán nunca, porque nunca encontrarán el deseo de editar el cúmulo de desenfoques, tomas atolondradas, repeticiones maníacas, errores de encuadre que todos cometemos sin culpa desde que el soporte digital nos lo permite. Estaría dispuesto a apostar que nunca veremos esas fotos impresas. Y, todavía más, estaría dispuesto a proponer una empresa de servicios: "editamos e imprimimos sus fotografías".
Es curioso que lo que se postuló como la democracia y la libertad más irrestricta desemboque, finalmente, en una especialización laboral más.
genial, finalmente comprendo la diferencia entre un flogger y un emo. Los primeros, dentro de cinco años, se van a matar a rivotril y los emos con Zoloft.
ResponderBorrarclaro, porque desde que llegaste al millón de visitas sos como cumbio
ResponderBorraresta bueno como metafora, no hay registro de nada. las pulsiones estas mas escopicas terminan consumiendose en si mismas. como mirar porno, satifaces ese ratito y te queda nada mas que una acumulacion de cosas que terminan teniendo el mismo sentido no? el onanismo siemrpe encuentra una manera de reeditarse, es de los mas contemporaneo siempre
ResponderBorrarDetesto la fugacidad que un recuerdo adquiere en una pantalla.
ResponderBorrarSaer (El entenado) dice que cada hombre muere justamente por tener recuerdos únicos. Eso supone la negación de un rememorador común, cada foto es el instante único de una mirada, precisa o fuera de foco. Me niego a perderla en los derroteros inhóspitos del ciber espacio o las frías maquinitas tecnológicas de backup.
Menos mal, creía que soy la única persona que imprime sus fotos. Ahora se que en Monserrat hay dos que también las imprimen.
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