por Alejandra Rodríguez Ballester para Ñ, 306 (Buenos Aires: sábado 8 de agosto de 2009)
“Contemporáneo es aquel que recibe en plena cara las tinieblas que provienen de su tiempo”. La cita de Giorgio Agamben, que sirve de epígrafe a uno de los capítulos de Fantasmas, el último libro de Daniel Link, expresa, en clave dark, obsesiones que el libro despliega en variados tonos y registros. Es central la pregunta por esas tinieblas - la imaginación, los fantasmas, las sirenas de la Odisea-, que ejercen la “seducción de lo irrevocable”, largamente conjurada por la modernidad. Y también la preocupación por lo contemporáneo, por esos imaginarios que atraviesan los textos de nuestro tiempo y nos constituyen. Desde Sartre, Barthes y Blanchot, pasando por Susan Sontag , hasta Antelo, Agamben y Sloterdijk, Link traza un mapa seductor y personal del pensamiento sobre lo imaginario. Y ensaya lecturas que recorren los estratos altos y bajos de la cultura, desde las series televisivas y la cultura chatarra al cine de autor; de la fotografía a los dibujos de Tom de Finlandia. Se ocupa de textos literarios que podrían configurar un canon actual –Nabokov, Copi, Bellatin- pero también de Lorca, Rulfo o Saint Exupery. Otros géneros, como el epistolar y la crónica, a la vez que problematizan el discurso crítico, superponen imágenes de ese personaje inclasificable que es su autor: escritor, blogger y “catedrático”, nunca “intelectual”, ya que considera que los últimos fueron los de Punto de Vista. Té de por medio, con un gato sobre el grabador, Ñ conversó con él sobre estos temas, bajo la mirada doliente de un San Sebastián flechado.
Tu libro Fantasmas propone como objeto de reflexión a la imaginación y la opone a la cultura, considerada como un dispositivo que “encarcela imaginarios”. ¿Es siempre antagónica la relación entre imaginación y cultura?
En general, hay una identificación entre lo imaginario y la cultura; en las teorías de base marxista la cultura aparece como una estrategia para legitimar la hegemonía de una clase y la explotación, por lo tanto, lo imaginario adoptaba el mismo papel, como engaño y mistificación en relación con la realidad. En la década del 70, ese punto de vista empezó a ser revisado: la cultura podía ser un dispositivo de disciplinamiento, pero lo imaginario ya existe antes y tiene una fuerza como para sobrevivir y atravesar esos sistemas de clasificación. Encontré autores que habían pensado de ese modo: Roland Barthes, Aby Warburg, para quien las imágenes son una potencia y perduran más allá de los tiempos y de las culturas. En ese punto, lo imaginario vuelve a cobrar una dimensión interesante.
Das una definición bastante compleja de la imaginación por oposición a la idea más corriente de “imaginación creadora”.
Toda imaginación es creadora, inventora. La gente siempre está vistiendo con ciertos ropajes lo que se considera la realidad. Traté de usar lo menos posible la palabra imagen, más cargada de tradición filosófica. La reemplacé por “fantasma”, que es bien transicional: no está ni en el mundo de los muertos ni en el de los vivos; no es exactamente imaginario ni exactamente real. Esa noción permite sostener el movimiento, lo inacabado, lo que no termina de morir como es el caso de la infancia. Los fantasmas son figuras del deseo y del miedo.
La modernidad tuvo cierta imposibilidad de lidiar con lo imaginario, ¿cuáles son las razones de esa imposibilidad?
Desde Marx hasta Max Weber, se ha sostenido que la modernidad es un proceso de laicización, de desencantamiento del mundo. La crisis de valores universales que caracteriza al siglo XX tiene que ver con esa destrucción de lo imaginario; uno no ve el bien o el mal, hay que imaginarlos, la ética también participa de lo imaginario. ¿Por qué sucede esto? Tal vez yo no lo sepa. Supongo que la modernidad que tiene ese impulso hacia adelante, se obligó a descartar lo que tuviera que ver con el pasado.
En este “desencantamiento”, ¿cuál fue el rol del psicoanálisis?
Lacan es muy crítico con el registro de lo imaginario que considera una mera “prótesis”. Pero el último Lacan dice que la tarea del psicoanálisis es llenar de imaginación el mundo, porque lo real es la muerte. Están esos momentos muy duros de la historia, como las guerras o los procesos revolucionarios, si uno no consigue dotarlos de cierta positividad imaginaria lo que queda es pura destrucción. La modernidad trató de desmantelar el registro de lo imaginario. Y lo que quedó fue una suerte de nada.
La figura de las sirenas en la Odisea, sería equivalente a los fantasmas. Vos contraponés dos lecturas: la de Adorno, que lee el mito en términos de clase, para inclinarte por la de Kafka, que pone énfasis en su potencia de seducción. Sin embargo, no parecés descartar totalmente la lectura adorniana.
La lectura de Adorno de la Odisea, como alegoría del capitalismo, es muy astuta. Pero tiene la falla de ningunear a las sirenas, porque le interesa ver cómo en relación con lo imaginario se colocan el burgués y las clases subalternas, Odiseo y sus remeros. Adorno, “el” pensador moderno, no ve lo que se juega en la fuerza de seducción de las sirenas. Kafka, en cambio, analiza qué les pasa a esas imágenes en el momento en que la gente decide no escucharlas. Es lo de Oscar Wilde en El Fantasma de Canterville: viene una familia norteamericana, totalmente pragmática y los fantasmas carecen de fuerza para asustarlos. Pero los fantasmas no siempre sucumben. Aby Warburg ve cómo la serpiente americana y la serpiente europea tienen que ver con terrores que no han sido transmitidos culturalmente. Caillois ve que el pulpo aparece en todas las culturas, un predador del abrazo, es la ambigüedad lo que lo vuelve monstruoso. Y eso está en la morfología animal. Es una idea, quizás demasiado avant garde, pensar que el hombre no imagina nada, y es arrastrado por fuerzas que vienen de otra parte.
Pero también te referís a lo inverso, imaginarios que caducan, como los de la imaginación humanista o la imaginación dialéctica frente a otros que surgen.
Tratando de no sostener un modelo evolucionista, creo que son fuerzas que operan y en algún momento, quedan marginadas y se nota la fuerza de otras. Lo importante es ver cómo se articulan. No es lo mismo la concepción del tiempo en la imaginación humanista, en la imaginación dialéctica, en la imaginación del desastre o en la imaginación pop. La imaginación humanista es la que sostiene la modernidad, que llega a un punto de interrogación sobre sí misma que le demuestra que no hay una sola, sino muchas modernidades. Se comienza a imaginar según otros paradigmas. Es la aparición del arte de vanguardia pero también de las culturas nuevas, la cultura industrial, la radio, los periódicos, nuevas formas de distribución de la información y el saber. Se dan también alianzas entre la cultura letrada y la cibercultura: la problemática en torno a los derechos de autor, en internet, remite a la noción de autor y al universo literario. La cibercultura reivindica la noción de enciclopedia de la cultura letrada, la wikipedia recupera cosas como “el saber importa y debe estar compilado”. Hay un relevo, una dinámica. El pop lo inventó Duchamp, Kafka. Sí, la cultura pop es de los sesenta, pero el pop ya estaba allí.
Te referís a la imaginación de la catástrofe como característica de la contemporaneidad y la leés básicamente en el cine. ¿Ese imaginario puede asociarse a la literatura argentina?
Sí, nosotros tenemos grandes catastróficos, Pizarnik es una de ellos, la noción muy catastrófica del último hombre es una noción pizarnikiana, ella no es sólo la última poeta como dice Aira, sino el último hombre que se postula en ese umbral de transformación que es un umbral de final de la especie, de final de la historia. De allí el progresivo enmudecimiento, despojamiento de vocabulario. Pero los estudios de literatura argentina suelen ser muy endogámicos, como si fuera toda igualmente interesante. Yo trato de pensar lo argentino en un contexto menos escolástico, en relación con lo contemporáneo. Y hay escritores que me gustan mucho, como Copi, argentino o rioplatense, pero al mismo tiempo muy francés y muy influido por Tenesee Williams. En El arcoíris de gravedad de Pynchon, el Martín Fierro, Lugones, tienen un lugar central. Esas mescolanzas me gustan más. Saint Exupery, viene acá, funda Aerolíneas Argentina, conoce a su mujer, la rosa de El Principito, eso es muy argentino…La Argentina, si es algo lo es sólo en relación con otra cosa.
¿Por qué discutís la idea de que exista un “giro autobiográfico” en la literatura?
“Yo” es una figura imaginaria, nadie puede sostener “esta es la verdad sobre mí”, en esa imposibilidad se funda el psicoanálisis. Sabemos que cada vez que aparece “yo soy” lo que sigue es falso. Y bueno, ahí está la gracia. La idea de “giro autobiográfico” no tiene en cuenta la dimensión de lo imaginario, se lo he dicho a Alberto [Giordano], “vos creés que cuando una persona escribe “yo”, lo que va a contar es cierto y no es así”. Por ejemplo, en Banco a la sombra de María Moreno, hay una crónica de ella en Venecia. Y María Moreno nunca estuvo en Venecia. Es un yo totalmente ficcional. Es cierto que hay muchas personas que estamos escribiendo “yo”, “yo”, pero no porque nos parezca que nuestras vidas son divinas sino lo contrario, es tal nulidad mi vida que invento cosas, para hacerla más entretenida. Al decir “yo” estoy estetizando mi propia vida. En el último libro, Giordano comenta esta discusión que tuvimos. No hay por qué creerle al yo.
En Fantasmas escribís que el cierre de Punto de Vista tiene que ver con la pérdida de relación de la revista con lo contemporáneo. ¿En qué reside esa no contemporaneidad?
Yo seguí muy de cerca la trayectoria de Punto de Vista porque fui discípulo de Beatriz. No sabía que la revista iba a cerrar y me impresionó. En ese último número leí una incomodidad en relación con el propio presente, que es esencial en un grupo que se postulaba como autónomo de cualquier institución. Se dieron cuenta: lo que está pasando o no nos gusta, o no podemos dar cuenta de ello con nuestras herramientas. Creo que tiene que ver con que Internet generó formas de intervención que competían con Punto de Vista. El punto de inflexión fue la crisis de 2001, cuando muchas revistas se pasaron a lo virtual. De todos modos creo que Punto de Vista era el último grupo intelectual, lo cual en sí mismo era un anacronismo.
¿Y cuál es el concepto de intelectual que habría perdido vigencia?
Creo que tiene que ver con la confianza en la política, Punto de Vista jamás resignó su confianza en la política. Los sucesivos descalabros del consejo editorial tuvieron que ver con intervenciones fuertes en ese campo. Yo puedo tener mis ideas políticas pero trabajo con gente a la que no le pregunto si estamos de acuerdo políticamente. El intelectual es el que habla a título personal fundando su intervención en la autoridad que le da su nombre propio, eso ya desapareció de la faz de a tierra. Intelectuales libres ya no hay.
Daniel,me quiero comprar tu libro.
ResponderBorrarAl haber leído el libro se llega a disfrutar más la entrevista. Me encantó sobre todo cuando hablás del "yo":“vos creés que cuando una persona escribe “yo”, lo que va a contar es cierto y no es así”.
ResponderBorrary "Al decir “yo” estoy estetizando mi propia vida."
Parece q esa autoridad perdida del intelectual es razon de q haya cerrado Punto de Vista, pero en funcion de que se erige como autoridad la Coca Sarlo cuando escribe en Viva?
ResponderBorrar