En la presentación de su último ejercicio audiovisual, Apuntes para una biografía imaginaria, Edgardo Cozarinsky se corrigió y dijo que su trabajo, al que se resistía a llamarle "película" (con justa causa), no era propiamente íntimo, sino clandestino, y ningún otro adjetivo podría cuadrarle tan bien como ése, porque Apuntes para una biografía imaginaria parece hecho desde el mismo lugar (la emboscadura) que Ernst Jünger, el protagonista de esa otra gran película de Cozarinsky, La guerra de un solo hombre, había definido como el único posible para tiempos como los suyos (y los nuestros).
Apuntes para una biografía imaginaria está hecha (como otros monumentos postcinematográficos: Hurlements en faveur de Sade o Histoire(s) du cinéma) con restos. Pero a diferencia de esas películas, Cozarinsky (que admitirá una de ellas, y otra no, al lado de su nombre) asume hasta las últimas consecuencias que en nuestro tiempo todos nos descubrimos en situación de resto.
No se trata, aquí, de la recuperación de desperdicios de otros films (secuencias que sobraron, o que pueden resignificarse en otro contexto), un footage guardado con manía de coleccionista, no. Porque Cozarinsky presenta sus Apuntes (deliberadamente articulados en una espiral temporal que avanza y retrocede) no como cosa del pasado, no como unos recuerdos o testimonios que habría que salvar de no sabe bien qué olvido, sino casi como un tipo de vacación sabática: la suspensión del tiempo y de la actividad; no el trabajo, sino la inoperatividad y la descreación.
La situación de resto en la que Cozarinsky se pone y nos pone (como espectadores de su no-película, de su ejercicio postcinematográfico -sé que, en este contexto, la palabra "vanguardia" no serviría para nada) es, naturalmente, la de la inminencia y el llamado: Apuntes para una biografía imaginaria es el tiempo presente que llega después del último día, un tiempo en el cual nada puede suceder porque el novísimo está todavía en curso. He ahí la tensión temporal de una inminencia. Y en cuanto al llamado: ¿no es lo que han sido forzados a interpretar esos amores constantes de la cámara de Cozarinsky? Lo que ellos escuchan, y a lo que reaccionan (mejor o peor) es una musiquita, una musiquita que es todo el secreto de la película, lo que establece su cohesión interna y por la que danzan no tanto las rememoraciones sino las imaginaciones (¿qué piensa? ¿por qué llora?). Que ya no hay cine (al menos en su versión "cinematográfica"), Cozarinsky lo sabe y lo demuestra con estos Apuntes, no íntimos, sino clandestinos (como quien dijera: maniobras tácticas que conviene que no se conozcan). No una película, sino un ejercicio de esa clase que sirven para desarrollar una ascesis: un ejercicio espiritual.
Nada hay de pasado en estos Apuntes, porque la única temporalidad que reconocen es la del presente contínuo. Y, por eso, no hay propiamente cineasta, detrás de este ejercicio, sino un superviviente, un escritor sin destinatario, un poeta sin pueblo. Son ésas, creo, algunas de las razones que hacen de Apuntes para una biografía imaginaria una "obra maestra" postcinematográfica. Hasta ahora no ha habido muchas. No creo que haya muchas más con la intensidad que Cozarinsky supo imprimirle a la suya.
pocas veces se usa un género (biografía en este caso) desplazándolo de su materia básica, más o menos, el recuento de un pasado. Quizá el resto, como bien decís, Daniel, se inscriba en el goce innato por materializar la vida, es decir, el presente (presente como hoy, presente como don). Gracias por el texto. Y al maestro, por su obra.
ResponderBorrar