Los problemas de la vida semirural: un amigo muy querido me invita a una perfomance en el centro de Buenos Aires. El género merece subrayarse no porque me merezca algún respeto (muy por el contrario), sino porque es una de esas intervenciones estéticas que sucederan una sola vez. Hic et nunc (yo mismo he planeado, para hoy, un potlatch que no volverá a repetirse).
Pero estoy en el campo, lejos, y no puedo ausentame (porque... hoy, y mañana... en fin, no importa, "cosas mías"). De modo que me veo obligado a ausentarme de la performance (respecto de la cual, justo es decirlo, tenía la más alta de las expectativas: creo que incluso había empezado a escribir mentalmente algo).
Informo la terrible circunstancia (para mí, más que para mi amigo, enloquecido con los preparativos previos), y en ese momento me doy cuenta de que puedo participar a la distancia de lo que suceda. No me refiero a ningún artilugio tecnológico, sino al hecho de que sé que muchas personas que conozco estarán donde yo no puedo estar (porque el don de la ubicuidad, por más que haya demostrado sobradamente merecerlo, se me sigue negando). Después podré preguntarles qué fue lo que pasó, cómo fue la performance. Y podré someter las versiones que me cuenten a un debate interior. Podré reconstruir (o no) el acontecimiento (entre las cosas más experimentales que mi amigo ha hecho se cuenta algo llamado, si no recuerdo mal, Reconstruyen el asesinato de la modelo).
Será como recibir cartas o como recordar a ese pesadillesco "Pierre" que no cesa de torturar la conciencia de Sartre en Lo imaginario. Pero, como entonces, no se tratará de un Ersatz de lo ausente, sino de la ausencia misma (o el silencio de las sirenas, o las imágenes desaparecidas, en fin: una interpelación que desde un más allá desconocido. ¿No es acaso el arte, quiero decir: la imaginación, una heterotopía?
Son, tal vez, palabras de autoconsolación. O la constatación de aquella vieja verdad: mejor que la satisfacción es siempre el deseo.
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