Una institución más o menos nueva presenta, entre sus primeras intervenciones, una serie de conferencias públicas en un museo y una obra de teatro experimental en un centro de documentación.
Se trata de cinco actores o performes, cada uno de los cuales participa (en mayor o en menor grado) de las disciplinas artísticas tradicionales: una directora de teatro, un cineasta, un artista plástico, un novelista, un dramaturgo (yo soy uno de ellos, no importa cuál). Muy astutamente, el proyecto ha sido puesto bajo el tutelaje de the public, designación que involucra, al mismo tiempo, un debate sobre la “esfera pública”, esa alhaja de la década del ochenta del siglo pasado, y una meditación sobre las audiencias. El sexto performer hace, precisamente, de público: es el espectador (el único) de los intercambios entre los otros cinco.
Para otorgarle mayor dramatismo al experimento, se ha decidido que el espectador no comparta la misma lengua que los otros cinco, con lo cual no tiene idea de lo que se dice en escena pero capta todas y cada una de las sutilezas de la puesta, las intensidades afectivas, los cambios de dirección en los intercambios conversacionales.
Durante los entreactos pienso que el efecto debe de ser muy parecido a Huis Clos, que pretendía demostrar que “El Otro es el Infierno”. Pero la espectación (incluida en el experimento como parte constitutiva de él) parece introducir una figura ajena a la pieza de Sartre: una deidad (o demonio) al cual el teatro, al mismo tiempo, celebra y teme: el público.
Se comentan casos. En tal Festival se vio una obra en la que no había acción dramática, sino (apenas) presencias. En tal otro Festival los performers actuaban sin público y todo era luego retransmitido a un lugar remoto (o varios).
El rumbo de este experimento (como el de cualquier otro) es incierto, pero sus premisas son más ricas, porque establecen una tensión infinita (irresoluble) entre la multitud (como sujeto) y el vacío: no otra cosa es el Único.
Las tres gracias
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Hace 2 semanas.
1 comentario:
Interesante!
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