Mientras se desarrolla la primera temporada de Being Human (versión norteamericana) sin nuestra compañía y, sobre todo, sin nuestra aprobación, la tercera temporada de Being Human (versión british) ya ha terminado.
Seguramente habrá una cuarta, porque las cosas han quedado planteadas como para que así sea, pero, ¡cuidado!, señores de la BBC: han tensado demasiado la cuerda melodramática y mejor sería volver al tono original, mucho más poético, más filosófico, más gracioso.
Todo se ha vuelto asfixiante en esta comunidad de los que no tienen comunidad, sobre todo porque (aunque viven en un bed & breakfast, un lugar de paso) han hecho casa: los perros se embarazan, el fantasma y el vampiro se emparejan, bla, bla, bla.
Haber partido de la monstruosidad para llegar a esto es desaprovechar las posibilidades de una trama que, antes, había demostrado su capacidad para sortear con éxito los lugares comunes del género.
En esta temporada, Being Human se volvió.... un poco densa, como Mitchel, el vampiro sexy (ya sabemos que los vampiros tienen esa tendencia a aburrirnos con sus tercas moralidades). Creo que los guionistas se dieron cuenta del error en el que habían incurrido y por eso, en el último capítulo, alerta de spoiler, George mata a Mitchell.
Lo que se anuncia, a través de la presentación de uno de "los antiguos" es el comienzo de la era vampírica, la proliferación de fantasmas y, naturalmente, el parto de Nina y su camada de bebés-lobo (los primeros, dicen, de la Historia). No sé qué esperar (dudo, dudo mucho de esas promesas), pero, por si acaso, me pongo a releer todo Lacan ya mismo.
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