viernes, 25 de noviembre de 2011

Sobre la Asamblea

por Eduardo Grüner para IPS

Los diversos balances sobre las elecciones que se han hecho en estos mismos blogs, así como en la V Asamblea de Intelectuales en apoyo al FIT, sin duda suponen una serie de intercambios y debates de gran interés para este momento político. Sería imposible –al menos para mí– sintetizar y hacer a su vez el balance de esas intervenciones. Me permito, sencillamente, formular algunas impresiones y/o hipótesis sobre la continuidad de la Asamblea. Por supuesto, no se trata de nada cerrado ni definitivo –ni siquiera como opinión “subjetiva”– sino de, en lo posible, abrir aún más el espacio de la discusión.

  1. Sea cual fuere la evaluación del desempeño del FIT en las elecciones del 23/10 (como tantas veces se dijo, esta era una instancia importante pero en absoluto definitiva), lo cierto es que el discurso de la izquierda anticapitalista está, como se dice feamente, “instalado”. Es decir –lo dijimos ya después de las PASO– se ha comenzado a resquebrajar el prejuicio de que esa izquierda es apenas una supervivencia folklórica de altri tempi, que ya no tenía mucho que decir en/para el presente. Esto puede parecer poca cosa, lo absolutamente mínimo a que se podía aspirar. Pero –y aún siendo vigilantes con la tentación de sobredimensionar nuestro “optimismo de la voluntad” – no es tan poco si consideramos de dónde venimos y dónde estamos: venimos de décadas enteras de retroceso mundial y local de esas posiciones, en las cuales el thatcheriano There is no alternative se había transformado en el lema mismo del sistema, tanto para la reacción como para el “progresismo”; y estamos en un momento argentino en el que el discurso “K” había logrado persuadir tanto a buena parte de las masas como de los intelectuales de que ellos, los “K”, eran la máxima “izquierda” que la sociedad argentina se podía permitir. Y bien, no: más de medio millón de argentinos se ha permitido al menos poner en cuestión que el único debate posible sea sobre qué clase de capitalismo queremos (¿más neoliberal o más “estatista”? ¿más agro-exportador o más industrial-mercadointernista? ¿más “republicano” o más “populista”?, y así), y ya se está dando el lujito de preguntar(se): ¿y si más allá de esas variantes –cuyas diferencias, desde ya, conviene no menospreciar– el problema fuera el capitalismo como tal? Pregunta que no tiene nada de novedoso, claro (el mundo se la viene haciendo hace casi un par de siglos), pero que después de décadas de renegación pareciera estar “retornando de lo reprimido”, como diría algún psicoanalista. Ayuda mucho la crisis mundial, por supuesto, que día tras día hace patente que las “soluciones” del capitalismo sólo sirven para crear más problemas y estrechar las “salidas”, o más bien volverlas potencialmente catastróficas para el “99%” del que hablan los “Ocupa” yanquis.
  2. Todo esto no debiera hacernos descuidar el “pesimismo de la inteligencia”. Mucho menos incurrir en exaltamientos exitistas desmesurados. La revolución –como quiera que se defina hoy eso– no es inminente, ni siquiera como “situación prerrevolucionaria”. Walter Benjamin solía decir que siempre, en cualquier momento, la revolución (el “Apocalipsis mesiánico”, en su particular lengua teológico-política) está a la vuelta de la esquina. Pero debemos tomarlo como una alegoría. Significa, entre otras cosas, que hay que estar preparados para eso como si pudiera ocurrir en cualquier momento. Es decir: tenerla permanentemente, en la praxis teórico-política, a la vista, en el horizonte. Es la única manera de evitar tacticismos u oportunismos servidores de la inmediatez. Es lo que no pueden hacer los militantes o simpatizantes “K” aún más honestamente convencidos de su “progresismo”, y eso nos da –ya se ha demostrado en muchos debates– una enorme ventaja polémica. Pero tenemos que saber que “eso” no está a la vuelta de la esquina. Pese a los renovados y crecientemente entusiastas abrazos con Obama, y al cada vez más evidente “giro a la derecha” (con contradicciones y bandazos, pero con una orientación inequívoca) de la presi y su gobierno, todavía una gran parte de la clase obrera y los sectores populares apuestan a la “profundización” de “lo que falta” en el “modelo”, apuesta reforzada por el 54%. También apuesta a eso, en un sentido contrario –porque el “modelo” parece incluir ambas posibilidades–, la inmensa mayor parte de las clases dominantes (los llamados “medios hegemónicos”, contra lo que se dice, no son ninguna “nueva clase dominante”: apenas son una vanguardia ideológica maltrecha ya casi pedaleando en el completo vacío), que quizá por primera vez en mucho tiempo tiene la oportunidad de apoyarse en una “legitimidad” inédita del gobierno que las representa bonapartísticamente: de allí, como venimos insistiendo, que la oposición de (más) derecha sea innecesaria. Todavía hay, pues, un hiato, una brecha, una suerte de desfasaje, entre la objetividad de la situación y la “subjetividad” (para hablar rápido) de las masas. Es en ese espacio por ahora informe y contradictorio, en el cual se va a producir la auténtica “batalla cultural”. Si continúan, con todos los disimulos del caso, los “ajustes” –y la profundización de la crisis así lo indica, aunque por ahora exista aquí un cierto “colchón” mayor que en Europa–, aumentará la conflictividad social. Las masas darán de facto sus luchas, por un tiempo sin romper de iure con el gobierno (salvo, quizá, que la progresiva desesperación del “moyanismo” lo precipite a esa ruptura, y las masas se encolumnen transicionalmente con él: veremos). De esto no hay nada que extrañarse, es la historia misma del peronismo. El gobierno y las clases dominantes lo saben perfectamente: por eso amonestan cada vez más agresivamente contra la acción directa, o permiten la represión “indirecta” y localizada, que todavía no se atreven a asumir frontalmente desde el Estado central (no se trata de si Cristina “quiere” o no hacerlo: esa discusión es ociosa, no estamos hablando de la psicología de los personajes): abren los paraguas por si la brecha empieza a cerrarse. Otra vez: es en esa brecha, que podría volverse progresivamente angosta, que está el campo de la “batalla cultural” que se viene. No, claro, porque ella vaya a ser puramente ideológico-discursiva. “Cultural” alude aquí, más o menos “gramscianamente”, a la construcción de una contra-hegemonía global preparatoria para el momento en que las uvas estén maduras para ir más a fondo.
  3. La Asamblea, como es obvio, debería jugar un rol sustantivo en la “batalla”. No va a ser fácil, la relación de fuerzas es aún muy desfavorable. No me refiero solamente al encomiable pero cuantitativamente mínimo 2,3% de votos del Frente, sino al hecho de que “K” sigue detentando la “hegemonía cultural” (claro que no en el sentido sarliano). Sin embargo, las fisuras, que ya venían goteando, se siguen abriendo. A los intelectuales simpatizantes se les pone cada vez más cuesta arriba alambicar razonamientos defensivos (véase Carta Abierta/10). Las reuniones cartaabiertistas sabatinas se limitan a invitar funcionarios que intenten explicar… Aerolíneas Argentinas: si ya estamos en el punto de justificar el retiro de la personería gremial de un sindicato y su “militarización” de hecho, es que la espalda se va acercando a la pared (no me pronuncio sobre las características de ese sindicato, sólo lo menciono como precedente bien peligroso). El resultado –entre otras cosas más importantes, desde ya: hablo de lo que nos concierne inmediatamente a los “intelectuales”– es que el debate político-cultural, que aparentemente había experimentado un “renacimiento” en el 2008, ha vuelto a sumirse en una caída libre hacia la mediocridad y la irrelevancia. El “pensamiento crítico” va camino a ser exclusivamente crítica a todo pensamiento que no sea el más alineadamente oficialista. La pobreza conceptual –para no hablar de la “estética”– del 678ismo es entre patética y risible. Se está llegando a un techo. El proceso, como decíamos, va a ser todavía largo. Pero no es el tiempo de esperar la maduración espontánea, sino de comenzar a pasar a la ofensiva. La Asamblea –también en esto venimos insistiendo muchos– necesita mayor visibilidad y presencia pública. En las últimas reuniones se viene notando una merma de la asistencia presencial (no pude ir a la última, pero entiendo que hubo alrededor de 100 personas). Es comprensible: estamos a fin de año, los que no están más directamente comprometidos privilegian otras ocupaciones, ya pasó el entusiasmo de las dos campañas electorales, etc. Pero es asimismo un signo de que esa instancia asambleística podría estar entrando en un estado de cierto agotamiento. Si fuera así, la cosa tiene sus riesgos: algún grado de “burocratización”, que sean siempre los mismos los que lleven la voz cantante, y demás. No es culpa de nadie, es una posibilidad objetiva cuando tiende a “ralentarse” la dinámica. Pero creo que un modo de prevenirla es, para decirlo gruesamente, sacar a la Asamblea más a la calle.
  4. No obstante lo dicho, en la última reunión se hicieron algunas bien interesantes propuestas, previos intercambios en los blogs y en la lista de correos: comisiones de trabajo sobre distintos temas, gestiones en pos de un canal de TV (entiendo que en estas dos cosas ya se está trabajando), una revista pública, etc. Son proyectos de la máxima importancia para abordar y profundizar en la etapa inmediatamente próxima. Todos ellos, me parece, deberían apuntar a sostener con rigor y firmeza los grandes principios generales de las posiciones de izquierda anti-capitalista y la crítica a todos los aspectos criticables del “modelo K” (el económico-social, el político tanto nacional como internacional, el ideológico-cultural, y así). Pero también me parece que todo eso debería hacerse con un máximo de anti-esquematismo y anti-sectarismo, así como de complejidad y profundidad teórico-política. Obviamente, no es lo mismo un programa de TV que una revista gráfica, donde nos podemos dar el lujo de alguna mayor sofisticación discursiva. Pero –con la debida atención a la especificidad de los respectivos lenguajes– el espíritu global debería ser de pluralismo y seriedad. Se trata de construir, para los tiempos venideros de elaboración “contrahegemónica”, una referencia insoslayable para la cultura argentina, y no de recocernos en nuestra propia salsa. Es para esto que veo necesario “abrir” más la Asamblea al mundo exterior. El canal y la revista, si logramos hacerlos, van a ser un enorme paso hacia ese objetivo. Mientras tanto, se pueden pensar otras formas, más inmediatas, de aparición pública. La reciente publicación de la Carta Abierta 10 es una primera oportunidad (ya algunos estamos trabajando sobre ella, y en unos días tendremos una respuesta) para una “presentación en sociedad” mediante un debate que es de la mayor importancia, pero ojalá que sea solo un primer paso.
  5. Me permito terminar con dos citas más o menos célebres: “Se empieza por ceder en las palabras, y se termina cediendo en todo” (S. Freud); “Si no se piensa el lenguaje, no se piensa, ni se sabe que no se piensa” (H. Meschonnic). En efecto: hay palabras-principios a las que no podemos renunciar. Palabras como “socialismo” –o incluso “comunismo”–, “revolución”, “lucha de clases”, “anttimperialismo”, etcétera. No son, pace Laclau, “significantes vacíos”: están cargadas por una historia a veces épica, a veces trágica, densa, compleja y llena de sentido. Y no son simplemente consignas o palabras “deseantes”: son conceptos y categorías para entender el mundo en que vivimos y para orientar su transformación. Renunciar a ellas sería des-entendernos tanto de la interpretación como de la transformación –para recordar al paso la Tesis XI–. Esto nos diferencia de muchos intelectuales “K” que están todo el tiempo a la búsqueda de “nuevos lenguajes” para orientarse en el laberinto en que se les ha transformado su abandono de las palabras “viejas” (la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser, para ponernos tangueros). Pero al mismo tiempo, estamos obligados a pensar constantemente sobre nuestras palabras. No podemos conformarnos con la premisa de que ellas ya lo han resuelto todo de una vez y para siempre. Esa sería una actitud anti-histórica y anti-dialéctica. Por otra parte, hoy no son palabras que figuren “naturalmente” en el léxico de las lenguas públicas y populares. Volver a hacer que entren en ellas es una gran tarea cultural. Es una tarea enorme y ciclópea, pero muy bella como tarea. Ya hemos empezado a llevarla a cabo. La Asamblea, en su modesta medida y dentro de sus límites –cuyo ensanchamiento es una parte irreductible de esa tarea–, podría y debería contribuir a resguardar nuestras palabras, así como a volver a pensarlas día tras día.


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