jueves, 24 de noviembre de 2011

Fringe, el disparate

Dos personas de mi mayor confianza (gracias, Matías; gracias, Claudia) me envían, separadamente, este artículo sobre Fringe. En él leo:

Modelos tecnológicos

(...) Lo que tiene lugar en Fringe es la oposición de dos modelos tecno-científicos. Uno es el de Massive Dynamic, la oscura corporación que representa el avance de la tecnología –con extrañas alianzas con la industria armamentística–; y el otro, el laboratorio de Walter Bishop en la Universidad de Harvard, un lugar –la Universidad– que en la actualidad ya no ocupa el rol primordial que en otro tiempo tuvo para la ciencia –alejada en la actualidad del ámbito del conocimiento y situada en el dominio empresarial–. Estos dos modelos, económicos y culturales, en la serie aparecen también como dos lugares diferentes a través de la puesta en escena y el display de la tecnología. Mientras que Massive Dynamic es un lugar aséptico, higiénico y desafectado, el laboratorio de Bishop es un lugar sucio, orgánico y vivo –en el que uno encuentra hasta una vaca–, penetrado por los remanentes de la cultura hippy.

Se trata también de una oposición entre un modelo de experiencia e intuición frente a un modelo frío y cuantitativo. Una ciencia afectiva y creativa frente a una ciencia absolutamente alejada de cualquier relación con la imaginación. Y esa misma dialéctica de modelos científicos es la que en cierto modo también se encuentra detrás de la confrontación entre los dos universos paralelos, donde de nuevo el papel de la tecnología es importante. La Fringe Division del “otro lado” está hipertecnologizada, pero cuando los universos entran en contacto y, como ocurre en la cuarta temporada, trabajan en conjunto, esa tecnología avanzada se ve necesitada de la intuición y la experiencia humana de los agentes de este lado –suponiendo que al final se nos esté hablando desde “este” lado– para solucionar algunos casos.


Por un lado, celebro la atención de Miguel A. Hernández-Navarro a una de mis series predilectas. Por el otro, deploro que su texto esté tan mal planteado. El epígrafe de Adorno es índice de un camino equivocadísimo, sobre todo cuando luego se le agregan las piedras del goce lacaniano, totalmente contradictorias con ese desbrozado (salvo que se ponga a ambos bajo el amplísimo y ya muy agujereado paraguas del hegelianismo).
Es verdad: hay dos modelos de ciencia, el de la ciencia imperial de Estado y el de la ciencia nómada, el modelo compars y el modelo dispars de la ciencia: una ciencia ligada a los modelos tecnocráticos, otra ciencia ligada a las líneas de fuga de la imaginación. Pero eso se deja leer en lugares tan lejanos de Adorno y de Lacan que sería difícil llegar ellos sin tachar previamente todas las referencias al esteticismo y el resentimiento adorniano (o uno u otro, como se prefiera). La vía elegida se topa bien pronto con un callejón sin salida, porque el analista, que no puede ocultar su predilección por Fringe (nadie le paga para que la mire) se ve obligado, sin embargo a puntualizar (con dedo admonitorio) que "no debemos olvidar que Fringe es un producto de Fox". ¿Y si fuera un producto de Sony, o de HBO, qué cambiaría? Jamás lo sabremos, porque Hernández-Navarro parece suponer que la mera mención del canal distribuidor (no de sus guionistas o productores) alcanza para decirlo todo sobre esas "mercancías producidas por el trabajo de unos sujetos que sudan y son explotados, para seducirnos con la magia de un objeto mítico cargado de recuerdos, experiencias y afectos que viene de otro tiempo para dotar de sentido nuestro presente". ¿Puede haber resentimiento mayor que el que se deduce de esa frase? ¿Y en qué sentido es verdadera esa lectura desatenta y reductora, que, al mismo tiempo que desdeña lo imaginario (el canto sirenaico en la alegoría premonitoria analizada por Adorno), desdeña exactamente lo que la serie propone, para interpretarla en términos de un historicismo cultural que Fringe no solo no defiende sino que además abomina (y por eso el pasado, el presente y el futuro son piezas móviles)?
Luego, para poder justificar un cierto pasaje de "la tragedia griega" al "cuento de hadas" (ninguna de las dos cosas son principales en
Fringe y por eso ya hay "productos" -¿de Fox?- que han tomado el relevo, una "manía-Blancanieves" que nosotros, lectores de Propp, disfrutaremos con la algarabía del caso).
Por supuesto, Fringe es trash (¿podría ser de otro modo? ¿Podría gustarnos si no lo fuera?) y delirante hasta el paroxismo. No se entiende por qué, cuando ya hay varios episodios de la cuarta temporada emitidos, el analista se detiene para propinar sus seudo-razonamientos en el final de la tercera, que fue apenas un trampolín para pegar un salto más allá, más hacia lo desconocido.
Como se recordará, Peter sacrificaba su existencia para salvar no uno, sino dos mundos. Hecho el asunto, nos enteramos de que el mundo nuestro (en fin, el mundo primero que la serie había presentado como "propio") había cambiado sutilmente, porque Peter había sido sustraido del transcurso temporal y nadie tenía recuerdo de su existencia adulta (ni su padre, que no es su padre) ni su novia Olivia.
Por cierto, lo único que importa de Fringe es Olivia, que fue una, después fue dos (en varios episodios interactuaron ambas, para nuestra delicia) y ahora son tres, porque la Olivia "actual" no es la Olivia-novia-de-Peter ni la Olivia machona del otro lado.
Amamos a Olivia hasta la desesperación pigmaliónica y, por eso, la serie no hace sino presentar el tiempo y el espacio como formadores de identidad y de conciencia: un pigmalionismo cuántico que pone a la mujer en situación de experimento (o que dice que la mujer es lo experimental por excelencia). Las líneas temporales son como cabellos desarreglados (ya lo hemos dicho: la Olivia actual está siempre levemente despeinada). Y las personas no son sino condensaciones o puntos en un plano de inmanencia absoluta, que además no es único sino que se desdobla hasta el infinito, permitiendo todas las torsiones narrativas que uno quiera imaginarse.
A diferencia de antecesoras ilustres (Lost), Fringe no es patética, pero es intensa y, todavía más: intensiva. Contra la extensividad de la ciencia real de Estado (la abominable Nina), propone un modelo intensivo de razonamientos donde lo que importa no es nunca la verdad (o sí, pero en segundo término) sino lo interesante del problema.
No sé qué entiende el analista por
"un modelo de ficción mítico y mágico", pero lo cierto es que Fringe no parece participar de ese modelo. Lo que propone es un modelo de ficción problemática, donde lo que importa no es la verosimilitud realista, sino la cualidad del problema involucrado y el modo en que, ¿adivinan?, los cuerpos son afectados: según un caso, aparecen víctimas con la piel transparentada; según otro, cadáveres vaciados de pigmentos.
Peter (¿fantasma de si?) vuelve de un más allá que no se sabe bien cuál es, para disgusto de quienes antes lo querían. Su cuerpo vivo interfiere en los sistemas relacionales de ¿este mundo? y él se prepara a abandonarlo para regresar al ¿mundo propio?
Fringe es cualquier cosa, pero es sobre todo un disparate. Anula las presunciones de realidad, por supuesto (el realismo, y no el mito, es el vómito de los estereotipos) y abandona la ciencia real de Estado cada vez que puede, en favor no de un modelo de relato (Fringe es mucho más ambiciosa) sino de un modelo de pensamiento que, una vez más, supone que la realidad sólo puede comprenderse como guerra y, en este caso, como guerra de la realidad contra si misma.
Claro que para darse cuenta de esas cosas hay que tener una "disposición al milagro" que los lectores actuales de Adorno no tienen ni tendrán nunca. Y hay que tener, sobre todo, la humildad de poder reconocer que "en un producto de Fox", en la chatarra televisiva, en una serie que hace del cualquierismo narrativo su divisa (¿será eso lo mítico?) hay (puede haber) partes equivalentes de diversión y pensamiento. Casi estaríamos tentado de recomendar al analista una bibliografía más acorde con nuestro propio tiempo y nuestras propias desesperanzas, pero como ha elegido el resentimiento como perspectiva, lo único que se nos ocurre decir es, mientras pensamos en otra cosa, "Mirá vos, che...".

6 comentarios:

  1. Último orejón del tarro10:43 p.m.

    Para mí, Adorno tiene una tensión milagrera tan intensa como escuchar a Gilda.

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  2. Schubert11:46 a.m.

    Me encantó que la respuesta al tipo sea termine con "Sigue en...".


    ^^

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  3. Estimado Daniel Link,
    En primer lugar, gracias por su comentario y por su lectura problematizada del texto. Intentaré responder en la medida de mis posibilidades.
    Lo primero a tener en cuenta es que no se trata de un texto cerrado y completo. Es, como digo en la nota, la primera parte de un texto más largo sobre los usos de la obsolescencia en la cultura visual contemporánea. Eso hace que queden muchas cosas en el aire y que otras incluso puedan verse de manera contradictoria. Pero lo esencial es que no es un texto –el general– sobre Fringe, sino sobre el modo en el que allí tiene lugar una fascinación por el pasado reciente, una especie de “retromanía” que se ha reactivado en los últimos años. Una característica del posmodernismo según Jameson –la moda de la nostalgia– que ha vuelto con fuerza a la cultura contemporánea con el cambio de siglo, tanto en el arte como en los productos de tecnología o entretenimiento. Mi interés en este sentido por Fringe –más allá de la serie en sí, de la que soy fan, pero también muy consciente de que hay lecturas mucho mejores y más competentes en términos de narrativa circulando por la red; quizá la suya sea una– es un interés por la medida en la que incorpora y visibiliza esta fascinación por lo anticuado.
    Es por esta razón por lo que la cita de Adorno tiene un sentido y ofrece la perspectiva del texto: las cosas supuestamente avanzadas quizá no lo son tanto, y las aparentemente atrasadas pueden ser las garantes del avance. Lo que hace Adorno aquí –no en otros lugares– es continuar la visión de Benjamin sobre la obsolescencia y ver las posibilidades que tiene lo pasado de moda y lo descartado por el progreso para decir el presente, observando la latencia de lo que ha sido quitado de en medio. En cierta manera, eso es lo que aparece en la serie respecto a la tecnología: el modelo de ciencia y tecnología descartado (el de Walter Bishop), sigue en el fondo latente y se presenta como más avanzado que el de Massive Dynnamic (aunque tengan una genealogía común). La cita de Adorno toma pleno sentido ahí. Lo que se ha quedado atrás quizá sea lo que esté más adelante. Y si he elegido el camino Adorniano no sólo para este texto, sino para las demás partes, es porque, como se verá en el resto de las entregas, su formulación es cierta también a otros niveles. En el caso del arte contemporáneo y su uso de la obsolescencia, el uso del pasado es visto como alternativo o avanzado. Sin embargo, comparte la misma fascinación por el pasado y lo descartado que los demás productos de masas. De manera que lo que a primera vista parece avanzado –paradójicamente a través del uso de lo descartado– en el fondo contribuye a perpetuar el sistema, incluso una economía perversa –mucho más que la de la cultura de masas (y ahí me separo de Adorno)– como la del arte. No creo –y así lo expresaré en los siguientes textos– que el arte, por muy vanguardista y autónomo que se diga, sea un lugar a salvo de esas fuerzas que mueven la industria cultural. No se trata de resentimiento, ni mucho menos. Pero sí de desconfianza.

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  4. Entra en juego entonces la cuestión del “sentirse Fox”. Evidentemente, como ha señalado Fernández Porta, no es un sentimiento característico de los productos de Fox, sino un régimen de experiencia sugerido por los modelos de ficción contemporánea. Daría igual que el producto fuese de HBO, Sony o incluso AMC. No hace falta sino darse un paseo rápido para ver cómo ciertos modelos actúan en todas las series. Falling Skies, Terranova, incluso Walking Dead –cada una de una cadena–, que plantean escenarios distópicos, acaban llamando a los valores de la familia, la unidad y el amor como única fuerza capaz de cambiar las cosas. Este sentimiento Fox, que sólo es evitado en algunas series más realistas tipo “The Wire”, en efecto es lo que nos hace soportable el mundo, pero al mismo tiempo tiene el peligro de instaurar modelos de experiencia –ese del sentirse fox– que producen sujetos incapaces de actuar políticamente, ya que las instancias que cambian el mundo o bien son trascendentes y mágicas, o bien aluden a modelos que en el fondo son conservadores y contribuyen a la perpetuación de lo establecido.
    Quizá en lo que sí estoy de acuerdo con usted es en mi falta de disposición al milagro. Es cierto, no creo en milagros. Y eso me hace ver todos los productos que aluden al milagro con desconfianza. Pero no con resentimiento. Esa no es mi perspectiva. Y por supuesto no niego de ninguna de las maneras las posibilidades de pensamiento de los productos de entretenimiento contemporáneo. Muchas veces, de pensamiento complejo. En más de una ocasión me he dedicado a observarlo. Si de la lectura de mi texto se desprende un resentimiento ante “chatarra televisiva” creo que entonces o me expresado muy mal, o no se ha entendido lo que he querido decir. Lo que tampoco podemos pretender es convertirla en adalid de la emancipación y el pensamiento crítico. Aunque quizá sea cierto que, más allá del puro entretenimiento, algo pueda sacarse de allí. Pero para eso, sin duda, es necesario efectuar una lectura crítica que desactive la memoria de programa del régimen espectacular en el que se halla inserto el relato. Quizá, como sostenía Benjamin, una lectura dialéctica de los productos de masas nos ofrezca tanto su potencia emancipadora como las fuerzas que la anulan. Aunque quizá la solución sea entonces que, en efecto, “acabe mirando, che…”

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  5. Daniel: cuál es esa bibliografía que preferís no recomendarle por su resentimiento? a mi me interesa...

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  6. Estimado Miguel Ángel: 1) no soy yo quien adscribe a Adorno al resentimiento, sino Agamben, y eso para defenderlo de la acusación de esteticismo que le formula Jacob Taubes, quien considera que el als ob adorniano ("como si la redención fuera posible") es, para nosotros, intolerable.
    Suponer que Fringe es (con las mediaciones del caso) responsable del estado del mundo (de la ruina de Europa, de, de, de...) es tal vez un despropósito (Fringe no coincide con la división de noticias de Fox). Para postular, además, que la serie se propone como un dispositivo de consolación y nada más hay que prescindir de todos los contenidos ciertamente inquietantes que funcionan como intercesores de su penssamiento.
    No, definitivamente no creo que sea posible analizar algo como Fringe (que, desde mi perspectiva, no es arte ni muchísimo menos) a partir de Adorno, cuyos límites de comprensión trazan un círculo mágico fuera del cual queda la masa (y lo masivo). Hay páginas muy notables de Adorno sobre la "paranoia popular" que podrían recuperarse en relación con este tema, por cierto, y que permitirían analizar con cierto equilibrio el problema de lo imaginario. Saludos desde esta triste tierra. DL

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