lunes, 19 de diciembre de 2011

La lógica de Copi

Por Daniel Link para Gazpacho


En 1893, a los 51 años, poco tiempo antes de ser internado por segunda vez, el Juez Daniel Paul Schreber tuvo, en una de esas duermevelas deliciosas en la que cualquier fantasía nos arrebata, un pensamiento perturbador que articulaba dos misterios: el goce femenino y el poder: “Qué lindo sería ser una mujer sometida al coito” (“Es doch eigentlich recht schön sein müsse, ein Weib zu sein, das dem Beischlaf unterliege”). Unterliegen es el término legal que Schreber usa para definir esa condición de sujeción a un poderío muy inscripto en la doxa del XIX, que él asocia con no sabe bien qué voluptuosidades. La simple idea, cuando medita en ella, lo asquea.

Poco después se da cuenta de que Dios, con la mediación de fuerzas, rayos y nervios, quiere volverlo una mujer para cogérselo bien cogido y engendrar en su vientre una nueva raza, habida cuenta de que la especie humana ya había tocado fondo, cosa que a esta altura del partido ya todos sabemos.

Ese discurso (que Schreber escribe en Memorias de un enfermo nervioso, el libro que escribió para que lo dejaran salir de la clínica donde fue internado y para que le levantaran la interdicción para administrar sus bienes) es la paranoia (cuya lógica definirá Freud a partir de ese libro), que queda originalmente ceñida a ese principio de articulación (el goce femenino y el poder), (supuestamente) inscripto en la frase que desencadena el delirio.

Emil Kräpelin (1856-1926), el fundador de la psiquiatría comparada, había caracterizado a la paranoia como el "desarrollo insidioso, dependiente de causas internas y en evolución continua, de un sistema delirante, duradero e imposible de quebrar, que se instaura con conservación completa de la claridad y el orden en el pensamiento, la voluntad y la acción". El paranoico se piensa como profeta, monarca, reformador.

Heredero crítico de esa tradición, Sigmund Freud asimiló "la paranoia crónica en su forma clásica" a un "modo patológico de defensa (...). Las personas se vuelven paranoicas porque no pueden tolerar ciertas cosas". En su lectura de 1911 de las Memorias de Schreber, Freud intentó demostrar que la paranoia funcionaba como mecanismo de defensa contra la homosexualidad. Freud, que consideraba que el conocimiento teórico, a diferencia del conocimiento paranoico, estaba libre de ese pánico, había escrito en 1910 a un amigo: "He triunfado allí donde el paranoico fracasa".

Por supuesto, estaba equivocado. La fantasía de Schreber (goce femenino, emasculación, gestación) es menos homosexual que trans.

Tuvo que pasar todo el siglo XX para que quedara clara esa diferencia lógica, para que la teoría psicoanalítica se despojara de esos restos de heterenormatividad (Freud consideraba un “triunfo” el poder defenderse de sus propias tendencias homosexuales).

La homosexualidad (en el horizonte cultural de Freud, que es también el de Proust) responde a una lógica de la inversión cuyo presupuesto es que existen determinados trascendentales (el Hombre y la Mujer). La transexualidad, por el contrario, se propone como una inmanencia absoluta, vacía de cualquier trascendental (si algo se aparta de esta regla dorada, no es transexualidad, sino otra cosa).

La obra de Copi (Raúl Damonte: Buenos Aires, 1939-París, 1987) es, en ese sentido, singular (como lo es la máquina kafkiana de “En la colonia penal”). Copi es un “argentino de París” que rechaza las ficciones guerreras del Estado nación. Por eso, pone en crisis en sus tiras, novelas y piezas de teatro todas las figuras asociadas con la paranoia (el profeta, el monarca, el reformador): el misionero, la princesa Inca, el Papa, el presidente, las culturas sexuales).

Su obra es transnacional (lo trans es su tema, pero también lo que define su lógica) y, por lo mismo, translingüística (“He preferido colocarme en el no man’s land de mis ensoñaciones habituales, hechas de frases en lengua italiana, francesa y de sus homólogas brasileña y argentina, entrecortadas con interjecciones castellanas, según la sucesión de escenas que mi memoria presenta a mi imaginación”, escribió Copi en un manuscrito que se guarda en la antigua abadía normanda de Ardenne).

De esa tierra de nadie de la ensoñación, la imaginación y la memoria, Copi deriva una lógica del territorio (el Uruguay de “El uruguayo”, la Defense en La torre de La Defensa, Las escaleras de Sacré Cœur, la selva, la luna), una lógica del lenguaje y una lógica de la transexualidad.

En Copi (El homosexual o la dificultad de expresarse) no hay “homosexuales”, ese invento desdichado del siglo XIX que Freud habitó, y los pocos que hay mueren en La guerre des pédés , traducida como La guerra de los putos, La guerra de las mariquitas y La guerra de las mariconas, en un “devaneo nominativo” que no hace sino destacar un rasgo dominante de la lógica de Copi: la imposibilidad (o al menos la dificultad) del Nombre, que tanto afecta a “Copi” (me refiero al nombre, no a la persona), como al de los demás personajes.

En el universo-Copi sólo hay locas (El baile de las locas). Locas desclasificadas y de-generadas. Locas fuera de todo sistema clasificatorio. Incluso, como en La torre de la defensa, “una verdadera mujer, de esas que te cagan la vida” (Cachafaz señala apenas la dirección de esa serie infinita: mujeres con pito-mujeres sin pito-mujeres con pito vestidas de maricón-mujeres con pito vestidas de mujer...).

Para Copi, el Pop (como potencia de desclasificación) había sido culturalizado. Él fue más allá, hacia el horizonte donde cesa el desorden de las categorías (característico de la cultura pop) y se puede postular una antropología nueva. No un arte nuevo (eso es totalmente secundario), sino una nueva relación entre arte y vida, un nuevo concepto de vida.

Copi realiza el imaginario (actualiza las virtualidades de/ en sus narraciones, actuándolas o leyéndolas), como si esas palabras todavía no (hos me, la fórmula del universal paulino) se hubieran desprendido del todo de su cuerpo. Copi transforma la escritura en una tachadura y, así, hiere de muerte el imaginario (en ese sentido, su arte es un arte de lo trans). “Roza lo Imaginario y va más allá” (Aira).

No, nada de “homosexuales” ni delirios (psicóticos o teóricos) que pretendan triunfar sobre el pánico al derrumbe de la barrera de los sexos. Que Dios exista, dice Raulito en Cachafaz, depende de la suspensión de las categorías y las determinaciones, las jerarquías, los sistemas de alianza y las exclusiones (“cachafaz ¡Pero si vos sos un puto!/ raulito ¡Pero entonces Dios no existe!”). Es la klesis como suspensión de todas las vocaciones. Dios es lo transitivo del género (si es que entiendo bien lo que quisieron decir Schreber y Copi, uno desde dentro del discurso paranoico, y el otro desde fuera).

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