Por Daniel Link para Perfil
Hace unos meses, una persona muy querida cumplía años y, como conozco sus fantasías como nadie, me propuse regalarle un “smartphone”, su más intenso sueño.
Entre mi ofrecimiento y la concreción del regalo pasó mucho tiempo, porque el modelo regalando (participio futuro pasivo, como “amanda”, que implica obligación de) no estaba disponible o se había agotado hacía unos minutos o estaba disponible sólo para la compra on-line o, por el contrario, las unidades sólo se vendían en la agencia de tal barrio. Las pesquisas continuaron hasta que un día, inesperadamente, el modelo estaba, podía adquirirse, la portabilidad numérica podía tramitarse, qué felicidad para el que cumplió años.
Luego la portabilidad quedó trabada (aparentemente las miles de instancias que intervienen en el traspaso del número propio, el tatuaje bio-comunicacional, operan como predadores acechantes para bloquear el trámite) y el artefacto quedó en poder del cumpleañero, pero con número nuevo.
La programación del artilugio demoró una semana (incluidas las cargas de agendas múltiples y unificadas, y la prueba de las aplicaciones). Terminado el agobiante proceso, el (simpático, por cierto) teléfono inteligente demostró sus gracias: comparado con los antiguos celulares, no sirve para nada (útil), salvo reproducir una vela encendida (al soplarla, se apaga), una bandera con los colores del arcoiris (al soplarla, se agita), el “látigo de Sheldon” (el sonido de un látigo que, al hacerlo restallar, indica que alguien es un pollerudo), y todos los programas de comunicaciones e infames redes sociales imaginables (o incluso: inimaginados).
¿Es verdaderamente inteligente el teléfono? Lo único que hace es emitir sonidos todo el tiempo, porque ha entrado un mensaje de texto, o un WhatsApp, o una notificación de facebook, o porque una loca con ganas de sexo o amistad se aproximó al radio de alerta del aparatito. Es como un bebé que regurgita. O mejor: es como un cerebro de bebé que se ha salido para siempre de la cabeza del descerebrado que lo lleva en la mano y lo manosea en las mesas de los restaurantes.
Estar en contra de la tecnología es no solo tonto, sino reaccionario. Sin embargo, la gente que quiere estar à la page con la tecnonogía me parece un poco grasa. Me gustaría saber si Charles Swann hubiera tenido celular, y cuál. Por lo demás, las personas que manipulan blacks berrys y afines en cualquier lugar y a cada rato resulta inevitablemente un poco idiota.
ResponderBorrarCorrijo: resultaN inevitablemente un poco idiotaS.
ResponderBorrarQué bueno que compraste el teléfono para evitar quedar como el boludo con el teléfono inteligente. Así se jode el otro.
ResponderBorrarTodo celular inteligente es la reencarnación del tamagochi.
El zombi no pide cerebro, pide: smartttttphoneeeeeee.
nada que ver con el post:
ResponderBorrarhttp://www.youtube.com/watch?v=MyGIlUnX5yI
http://www.imdb.com/title/tt1611224/
capitalismo y esquizofrenia / notas sobre cine / lo imaginario
http://p.twimg.com/At7xD9wCIAAWZFf.jpg:large
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