En
la ceremonia de entrega de los premios Golden Globe brillaron Matt
Bomer (dedicó el premio a su marido y a los tres hijos que tienen
juntos) por The Normal Heart y
Jeffrey Tambor por Transparent. Por
arrastre, la misógina y anodina The Imitation
Game fue celebrada como
película que milita en favor de las disidencias sexuales.
The Normal Heart es
un extraordinario telefilm sobre los primeros días de la epidemia de
SIDA y la reluctancia de las autoridades sanitarias a declarar el
carácter epidémico de una enfermedad de transmisión sexual que no
hace diferencias basadas en comportamientos sexuales. Bomer desempeña
allí a una de las primeras víctimas del virus.
Transparent ganó
en el rubro mejor comedia y su protagonista, Jeffrey Tambor, se quedó
con el premio como “Mejor actor en una serie de tv, musical o
comedia”. La miniserie es una producción de Amazon y, como tal
llamó la atención de la crítica extranjera. Anteayer era Netflix,
hoy es Amazon y mañana será, no sé, IMDB, la empresa que haga
lobby
para que se conozcan sus nuevas formas de distribución de chatarra
televisiva.
En
Transparent,
Jeffrey Tambor desempeña a un señor ya muy mayor, separado y con
tres hijos que son, cada uno de ellos, un manojo de defectos y,
juntos, una bomba de tiempo (el padre le pide a cada uno de ellos,
cada vez que les hace un favor o les promete algo: “no les digas
nada a los otros...”).
La
serie comienza cuando Mort Pfefferman, patriarca de una acaudalada
familia judía de Los Ángeles, decide comunicar a sus hijos, nietos,
yernos y amigos que ahora deberán llamarla Maura y aceptarla como lo
que siempre fue: una mujer atrapada en un cuerpo de hombre.
Yo
no comparto la teoría hegemónica que pretende explicar las
identidades trans, mediante la simple supresión del registro de lo
imaginario, como una correlación equivocada entre un trascendental
psicológico y un trascendental morfológico que la voluntad puede (y
debe resolver) gracias a un agenciamiento con la máquina
médico-farmacológica. Pero acepto esa teoría hasta que mis amigxs
trans me digan que han abrazado otra causa, porque lo que se juega
allí no es una verdad abstracta sino una posibilidad de vida.
Parto,
como Transparent,
de ese presupuesto y me pregunto qué ha hecho el capitalismo
audiovisual tardío con ese asunto teórico.
Desde
su título mismo, Transparent
juega con la parentalidad trans y la transparencia. Pero Mort no ha
sido transparente sino para su ex-mujer, casada ahora con una víctima
terminal del Alzheimer. Ni sus amigos, ni sus compañeros de trabajo
ni sus hijos se hicieron nunca una pregunta seria sobre ese hombre
mal peinado que invirtió algunos fines de semana de su vida
matrimonial en los campamentos de crossdressing
a los que los norteamericanos son tan afectos (si los tienen sobre
ciencia, sobre ajedrez, sobre hábitos alimentarios, ¿por qué no
habrían de tener uno sobre el gusto masculino por la ropa
femenina?).
Por
supuesto, en esos mismos campamentos se plantea la pregunta radical
sobre la diferencia entre usar ropas de mujer, sentirse una mujer, la
atracción sexual por hombres o mujeres, preguntas que no pueden
contestarse en la sana algarabía de un fin de semana durante el cual
se han suspendido las reglas de lo cotidiano.
Enterados
los hijos de esta nueva manía (así presentada) de su padre, la
aceptan como judíos liberales que son con diferentes grados de
carcajada: en todo caso, a ellos parecen importarles más el destino
de la casa paterna y sus propios dramas sentimentales que la
desgarradura identitaria de Maura.
Lo
que constituye el foco de interrogación de Transparent
no es la identidad trans, que es presentada con ligereza que bordea
el rídiculo, sino la reacción de las instituciones liberales (la
familia, la comunidad, la representación visual, etc.), llevadas a
un límite. Enemigo de toda opacidad, incapaz de sostenerla, el
liberalismo económico, identitario y comunicacional pretende
convertirlo todo en un mero problema técnico.
Recuadro:
Mientras
tanto, en otro lugar...
Kayinin
("Existimos") se estrenó en Youtube como una serie
destinada a difundir las atrocidades que sufren las personas LGTB en
Marruecos. El primer capítulo reproduce un relato oral que una
presunta víctima del autoritarismo marroquí sufrió (cárcel por
prostitución), acompañadas de unas imágenes filmadas por separado
donde un actor gesticula aproximadamente en relación con lo que se
va diciendo, sin que su cabeza se vea nunca. Tratándose de una
acusación semejante, en un país donde la prostitución es ejercida
por los varones desde los 12 años con algarabía (mi teléfono
celular está lleno de números de Mustafás y Mohameds cuyos
servicios nunca contraté pero que me insistieron para que guardara
sus contactos) y donde hasta los sordomudos pretenden sacar algún
rédito del improbable regalo que Alá les habría otorgado (el
tamaño de su miembro), la condena del protagonista suena un poco
extravagante (aunque todo puede ser cierto): ¿qué hubiera sido de
Roland Barthes, de Truman Capote, de Yves Saint Laurent si la
sexualidad mediada por el dinero no fuera moneda tan corriente en la
sociedad marroquí?). Naturalmente, el Islam es fundamentalista y la
imagen que se tiende a aceptar de los países musulmanes es de
extrema represión de todos los comportamientos. Pero ni en Egipto
(país mucho más intolerante que Marruecos) las cosas son tan
“transparentes”. Como siempre, los que sufren los abusos del
Estado son quienes están en peores posiciones para defenderse, los
pobres. No parece ser el caso del protagonista de Kayinin,
un sedicente estudiante de posgrado con zapatos Caterpillar
que, con sus palabras,
halaga la mala conciencia de París.