por Daniel Link para Perfil
Debo a la conjunción de un accidente y de una enciclopedia cinematográfica una sensación de felicidad. El accidente (uno de los tantos que mi madre viene sufriendo en los últimos años y que me obligan a acompañarla las veinticuatro horas) inquietaba a una quinta de General Rodríguez; la enciclopedia se llama Incaa TV y es una vasta y morosa recopilación de las películas producidas con subsidios del Incaa mezcladas con algunos clásicos del cine, como para engañar al espectador desprevenido.
Sebastián Freire me acompañaba esa noche, como todas las demás. Nos demoró una vasta polémica sobre lealtades conyugales en momentos de crisis de salud. El televisor nos acechaba. Descubrimos (en la alta noche ese descubrimiento es inevitable) que los televisores tienen algo monstruoso. No sé qué azar había detenido el zapping en Incaa TV, donde daban una película que nos pareció suficientemente bizarra como para que eligiéramos mirarla: De caravana (2010), escrita y dirigida por Rosendo Ruiz (San Juan, 1967). “Escrita” y “dirigida” es un decir, porque la película era una sucesión de escenas todas ellas muy mal filmadas (con una luz tenebrosa sin quererlo) en la que unos actores se entregaban a improvisaciones que la mayoría de las veces tropezaban en la nadería o el error. Y sin embargo... nos cautivó de inmediato que la película estuviera hablada en cordobés, que sucediera en la ciudad de Córdoba y que se mencionara, muy al comienzo, un vago proyecto de secuestrar a la Mona Jiménez.
Pensábamos, como Laprida antes que nosotros: esa cordobesada bochinchera y ladina ¿qué ha de poder con nuestra paciencia? Y sin embargo...
La película no mejoró un ápice, considerada parte a parte y capa por capa. Pero la acumulación de sinsentidos fue generando una sensación de felicidad que hace mucho tiempo no sentía mirando una película argentina. De caravana obtuvo el Premio del Público en el 25° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata y es fácil darse cuenta por qué: es una película previsible, que copia grandes motivos del cine internacional de los 80, hecha sin demasiadas pretensiones formales (por no decir ninguna) y que se entrega a una marea simpática, arrastrándonos con ella: el corbobesismo (que puede ser también trágico), la felicidad de compartir la alegría (casi palpable) de quienes hicieron esa película un poco ridícula.
Juan Cruz (Francisco Colja) es un joven fotógrafo originario de la burguesía cordobesa a quien Sara (Yohana Pereyra) le roba el material fotográfico en el que está trabajando. Sara es una “cuartetera”, Juan Cruz prepara una muestra en el museo Caraffa. Dos mundos ofensivamente distantes se tocan y quedan atados mientras dura la película: el mundo de los bajos fondos, el tráfico de drogas, la criminalidad, y el mundo de los barrios privados y los reductos del coqueto Cerro de las Rosas. Hay una travesti imposible, unos tatuados, autos de la década del 70 de los que sólo se ven en las provincias, aristócratas cordobesas, mucha puteada fácil y mucha antropología provinciana.
Lo que no hay, por fortuna, es algo que haga decaer el ritmo y el tono del relato, que se mantiene incólume entre el Jonathan Demme de Después de hora y el Almodóvar de Mujeres al borde de un ataque de nervios.
De caravana es una película de la pura felicidad: gente que habla una lengua herida (para mí) por el amor incondicional (hablada en porteño, la película hubiera provocado indignación generalizada), que juega (en el mejor sentido de la palabra) las últimas cartas de un realismo de provincia, y lo hace con el encanto de los cuentos mágicos. Lo que la película hace (más allá de lo que cuenta) es desbaratar el centro (la idea de centro) y postular que cualquier lugar puede ser interesante si se lo habita con la alegría del caso. Una política menor (es decir: pasoliniana) del cine y del lenguaje. ¿Se puede pedir algo más delicioso y oportuno?
Leo en los diarios que la nieta de un amigo de infancia de Ernesto Guevara fue encontrada asesinada en Carlos Paz. Demasiado sentido: mi madre (cordobesa) accidentada y De caravana son mucho más interesantes.
Debo a la conjunción de un accidente y de una enciclopedia cinematográfica una sensación de felicidad. El accidente (uno de los tantos que mi madre viene sufriendo en los últimos años y que me obligan a acompañarla las veinticuatro horas) inquietaba a una quinta de General Rodríguez; la enciclopedia se llama Incaa TV y es una vasta y morosa recopilación de las películas producidas con subsidios del Incaa mezcladas con algunos clásicos del cine, como para engañar al espectador desprevenido.
Sebastián Freire me acompañaba esa noche, como todas las demás. Nos demoró una vasta polémica sobre lealtades conyugales en momentos de crisis de salud. El televisor nos acechaba. Descubrimos (en la alta noche ese descubrimiento es inevitable) que los televisores tienen algo monstruoso. No sé qué azar había detenido el zapping en Incaa TV, donde daban una película que nos pareció suficientemente bizarra como para que eligiéramos mirarla: De caravana (2010), escrita y dirigida por Rosendo Ruiz (San Juan, 1967). “Escrita” y “dirigida” es un decir, porque la película era una sucesión de escenas todas ellas muy mal filmadas (con una luz tenebrosa sin quererlo) en la que unos actores se entregaban a improvisaciones que la mayoría de las veces tropezaban en la nadería o el error. Y sin embargo... nos cautivó de inmediato que la película estuviera hablada en cordobés, que sucediera en la ciudad de Córdoba y que se mencionara, muy al comienzo, un vago proyecto de secuestrar a la Mona Jiménez.
Pensábamos, como Laprida antes que nosotros: esa cordobesada bochinchera y ladina ¿qué ha de poder con nuestra paciencia? Y sin embargo...
La película no mejoró un ápice, considerada parte a parte y capa por capa. Pero la acumulación de sinsentidos fue generando una sensación de felicidad que hace mucho tiempo no sentía mirando una película argentina. De caravana obtuvo el Premio del Público en el 25° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata y es fácil darse cuenta por qué: es una película previsible, que copia grandes motivos del cine internacional de los 80, hecha sin demasiadas pretensiones formales (por no decir ninguna) y que se entrega a una marea simpática, arrastrándonos con ella: el corbobesismo (que puede ser también trágico), la felicidad de compartir la alegría (casi palpable) de quienes hicieron esa película un poco ridícula.
Juan Cruz (Francisco Colja) es un joven fotógrafo originario de la burguesía cordobesa a quien Sara (Yohana Pereyra) le roba el material fotográfico en el que está trabajando. Sara es una “cuartetera”, Juan Cruz prepara una muestra en el museo Caraffa. Dos mundos ofensivamente distantes se tocan y quedan atados mientras dura la película: el mundo de los bajos fondos, el tráfico de drogas, la criminalidad, y el mundo de los barrios privados y los reductos del coqueto Cerro de las Rosas. Hay una travesti imposible, unos tatuados, autos de la década del 70 de los que sólo se ven en las provincias, aristócratas cordobesas, mucha puteada fácil y mucha antropología provinciana.
Lo que no hay, por fortuna, es algo que haga decaer el ritmo y el tono del relato, que se mantiene incólume entre el Jonathan Demme de Después de hora y el Almodóvar de Mujeres al borde de un ataque de nervios.
De caravana es una película de la pura felicidad: gente que habla una lengua herida (para mí) por el amor incondicional (hablada en porteño, la película hubiera provocado indignación generalizada), que juega (en el mejor sentido de la palabra) las últimas cartas de un realismo de provincia, y lo hace con el encanto de los cuentos mágicos. Lo que la película hace (más allá de lo que cuenta) es desbaratar el centro (la idea de centro) y postular que cualquier lugar puede ser interesante si se lo habita con la alegría del caso. Una política menor (es decir: pasoliniana) del cine y del lenguaje. ¿Se puede pedir algo más delicioso y oportuno?
Leo en los diarios que la nieta de un amigo de infancia de Ernesto Guevara fue encontrada asesinada en Carlos Paz. Demasiado sentido: mi madre (cordobesa) accidentada y De caravana son mucho más interesantes.
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