por Daniel Link para Soy
Año a año, diversos rituales de
regeneración marcan el comienzo de la primavera en el hemisferio
norte. Uno de ellos es la competencia para la elección de
International Mister Leather, cada vez más agobiada por los
fantasmas del capitalismo, que se celebra en Chicago. Soy
volvió a participar por segunda vez del evento.
La
multitud
La temporada hot
de Chicago funciona entre dos festividades: Memorial Day (lunes 29 de
mayo, este año), el primer fin de semana largo que anticipa la
primavera y Halloween, que inaugura el otoño y abre las puertas del
infierno (es decir: del invierno).
El
lobby del Congress Plaza Hotel en el centro de
Chicago estaba, como era de esperarse, atestado de asistentes a la
edición 2017 de la competencia International Mister Leather que,
basada en criterios cada vez más oscuros, elige al rey anual del
fetichismo del cuero. En los pasillos de la planta baja, en los
salones del hotel, en el tercer piso, las multitudes deambulaban de
aquí para allá, luciendo sus arneses, sus glúteos, sus pectorales
peludos (oh sí, en esta edición la pelambre cotizaba alto), sus
botas y sus progresivas borracheras. Durante cuatro días, las
puertas de ciertas habitaciones estuvieron abiertas (y así lo
anunciaban las páginas de contactos) a quien quisiera pasar para
descargar su stress o su renovada potencia primaveral en el
indiferente recipiente del huésped del hotel (por lo general, con
los ojos vendados).
En los quioscos instalados en cada
rincón disponible, la compraventa de artículos relacionados con el
cultivo del estilo de vida “cuero” y más en general la
festichola con cotillón, alcanzaba niveles delirantes (tanto por los
precios como por la velocidad del intercambio). La habitación más
concurrida (porque era la que más y mejor habilitaba al manoseo
distraído) era donde se exhibían los dildos de última generación,
de inverosímiles tamaños y textura tan “realística” que en el
silencio sólo se escuchaba un coro de suspiros de boca de fresa.
Los lobbistas Por supuesto, una
vez que el ojo se acostumbró al régimen perceptivo que el evento
proponía, comenzó a fijarse en las personas vestidas, que
resultaban las más escandalosas. Son, claro, quienes trabajan en y
para el evento, haciendo prensa, organización o lobby.
Acorde con su posición política en
los Estados Unidos, The New York Times hizo campaña en favor
de Ali Mushtaq, un paquistaní-americano de Los Ángeles, el primer
concursante musulmán en toda la historia del evento. Pero no es en
relación con esos altos ideales que se dirimen los ganadores.
El triunfador resultó ser Ralph
Bruneau de California, un actor que se presentó a la competencia
esponsoreado por la asociación Gay Naturists International (GNI) que
le había dado la corona GNI Leather 2016.
Mucho antes de que se conociera el
resultado, la promoción de campamentos nudistas (en Wisconsin, en
California, en el Estado de New York, en los Everglades) era
abrumadora.
La vida homosexual masculina
norteamericana se parece cada vez más a un gigantesco crucero
temático, cuyos desplazamientos en masa se inducen a través de
eventos como IML, donde gana quien ofrece el mejor recorrido para los
negocios del verano.
El fetichismo Como se sabe, para
Karl Marx, el fetichismo de la mercancía es un proceso más bien
misterioso que participa de un registro fantasmagórico. El
fetichismo suprime el carácter social de las cosas producidas por
los hombres y lo proyecta como si fuera una propiedad material
propia de la cosa, transformada en mercancía. El resultado del
fetichismo aniquila la relación entre las personas, poniendo como
actor principal la cosa, desprovista de todo significado social en el
proceso de intercambio. Tanto Marx como, posteriormente, Freud,
tomaron la noción de la etnografía, donde el fetichismo es una
forma de creencia en la cual se considera que ciertos objetos poseen
poderes mágicos. El maestro de Viena denominó fetichismo a la
relación erótica desplazada hacia un objeto (el zapato,
ejemplarmente) o la parte del cuerpo de una persona (los pectorales o
los despreciables músculos abdominales).
Severo Sarduy derivó de esas lecturas
un elogio del fetichismo (por la vía del tatuaje) al señalar que
éste permite “desmentir
la ilusión antropomórfica, el engaño de un cuerpo íntegro”. El
fetichismo cita la escena “del demembramiento nocturno, de la
ceremonia sádica, la preparación del doble infernal”, es la
“presentación o materialización -como se dice en brujería de un
fetiche, en el sentido etimológico del término: del portugués
fetiço,
lo hecho, el hacer que se ve”. Sea. Con gusto suscribiríamos esas
hipótesis en relación con rituales primaverales de regeneración,
la potencia de la tierra y el tamborileo enloquecido de cuerpos
orgiásticos alrededor de una fogata.
Pero
el capitalismo, que es de una astucia que hiela la sangre, ha
conseguido convertir en mercancía incluso al fetichismo, esa
fantasmagoría o desplazamiento del deseo. La festividad se resuelve
en un Leather Market y la magia y la brujería del fetiche renuncia a
su potencia en favor de una sexualidad cada vez más administrada. La
signatura que los cuerpos exhiben en IML ya no se relacionan con los
astros, ni con la tierra, ni con las comunidades flotantes ni con el
deseo. La signatura dominante es la de precio y a nadie se le
ocurriría pensar si tal o cual tendrá una buena performance sexual
porque lo que importa es encontrar el propio lugar en un escaparate.
Superpoderes
La potencia de la causa leather
(con sus imaginarias mazmorras, sus sacrificios rituales controlados
y el chasquido del cuero sobre la carne trémula) parece haberse
agotado y arnés es ya un basico del armario de la loca. Un poco por
eso, la edición 2017 de IML incluyó una matinee
de superhéroes (esa abominable invención). Durante dos horas
posaron para las cámaras una multitud de Batmans, un Red Robin, una
Lilu, varias Sailor Moons, algunos (pocos) Supermans, Flashes para
todos los gustos. El sondeo de marketing resultó positivo: la edad
promedio de los cultores de la doble identidad y los poderes
aumentados era mucho menor que la de los cultores del cuero, cada vez
más parecidos a lo que Leo Bersani alguna vez caracterizó como una
comunidad de rotarios. Los quioscos por venir pasarán seguramente
por versiones cada vez más gay
de las clásicas COMIC-CON (no es casual que el prestigioso matutino
La
Nación
comience a vender figuras oficiales de superhéroes con su edición
de los miércoles: ¿quién lo hubiera supuesto?) o, en los márgenes
de las ciudades, campamentos nudistas que poco tienen que ver con el
naturalismo utópico, contracultural y anticivilizatorio que
cultivaron los jóvenes en las primeras décadas del siglo XX (y
contra los cuales, qué duda cabe, se levantaron los estados
fascistas).
Los
muchachos que nos venden la verdura en el Parador Fruit de Moreno,
porque pescaron alguna foto del evento en Facebook (otra invención
espantosa), nos dijeron que quieren ir el año próximo. Les dijimos
que vayan, claro, como quien recomienda ir a la Fiesta del Tomate o
al Salón del Automóvil.
De
fetiches neutralizados por su conversión (¡al cuadrado!) en
mercancía estamos ya un poco hartos. Investigaremos los campamentos
nudistas porque Soy
debe estar allí donde exista la posibilidad de que algo pase, de que
algún acontecimiento desbarate la estrechez de los horizontes que
organizan los comportamientos de las multitudes. Pero iremos guiados
por Kafka (nudista, vegetariano y célibe), quien decía que “hay
esperanza en el mundo, pero no para nosotros”.
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