La globalización tiene sus límites:
algunos meramente geográficos y otros ideológicos. La comunicación
entre Europa y América tiene una ventana bastante restringida por
las cinco o más horas de diferencia. Escribo a las nueve de la
mañana, en una remota ciudad holandesa, después de haber leído los
diarios europeos, con la certeza de que en Buenos Aires todos
duermen. A las nueve de la mañana rioplatense, yo estaré dando una
conferencia, y probablemente al final de una tarde primaveral porteña
yo ya esté durmiendo.
Si se piensa en México o la costa
oeste de los Estados Unidos la diferencia se agranda y se comprende
por qué en Europa las manifestaciones de algarabía hollywoodense no
tienen tantas adhesiones como entre nosotros. No es sólo un asunto
de colonización de las conciencias (vicio del que los europeos no
están libres) sino de diferencia horaria: sólo los muy desvelados
pueden seguir las premiaciones califronianas.
Con la política sucede otro tanto.
Desde Lisboa hasta Estambul, los diarios no dejan de comentar el
resultado de las elecciones alemanas, y la confirmación de la
ultraderecha como tercera fuerza política, algo que Alemania tolera
mal porque desde el nacionalsocialismo no hubo ultraderecha (neonazi,
racista y nacionalista) con representación parlamentaria.
El asunto apenas aparece comentado en
los diarios latinoamericanos, pero parece ser el tópico obligado de
los editorialistas madrileños y polacos, porque desestabiliza los
proyectos de una Europa ya suficientemente herida por sus
contradicciones. Mientras ellos sufren, nosotros dormimos. Y
viceversa.
Pero además, la reforma del euro (o su
apuntalamiento) tendrán que esperar, dicen, hasta que Frau Merkel
forme gobierno de coalición (lo que supone un arte del tejido que ni
las rendeiras portuguesas son capaces de ejercer sin error).
Eso sí, en Amsterdam hubo una
gigantesca manifestación por la aparición con vida de Santiago
Maldonado, asunto que atraviesa todos los husos horarios, porque las
comunidades latinas se encargan de ampliar el mapa del nuevo mundo
con destellos de felicidad y de protesta.
Algo que en Europa no saben es el
efecto que algunas resoluciones de Naciones Unidas y la
jurisprudencia europea han tenido sobre lo que ya se llama
“re-emergencia indígena” en América latina.
El caso de los mapuches y tantos otros
grupos en Argentina es un ejemplo de eso. Cosas que pasan mientras
ellos duermen.