Por
Daniel Link para Perfil
Como
está cerca de Palos de la Frontera, visita el Puerto de Palos, donde
parte de su cóctel genético comenzó a formarse, como el de tantos
americanos. Allí, la municipalidad de Huelva, ha instalado un
memorial que conmemora el “Encuentro de culturas”. Están las
tres carabelas, reconstruidas en 1992 en ocasión del V Centenario,
rodeadas de una serie de puestos portuarios presuntamente de la época
en que Cristoforo Colombo partió rumbo al Este en busca del oro de
las Indias. Delante de las carabelas, en abanico ofensivo, se
encuentran las chozas y los indios e indias desnudos que tanto
encandilaron la libido de los conquistadores.
Pero
antes de llegar hay que pasar por la taquilla y pagar el precio.
Pregunta a una empleada más atónita que otra cosa: “¿Los indios
podemos entrar gratis?”. La cajera niega con la cabeza, con una
sonrisa que no se sabe si es idiota o cómplice (porque los andaluces
también sufrieron la Conquista). “¿Aceptan cuentas de colores
como forma de pago?”, insiste. Ahora la negativa adopta la forma
del miedo.
Se
resigna a pagar la entrada para ver lo que ya sabe: la celebración
de la navegación cristiano-capitalista y su imparable impulso
destructor bajo la máscara de una felicidad que ni siquiera engaña
a los pocos niños portugueses que frecuentan el lugar.
En el
centro de interpretación, los datos obvios, los más escolares. Se
acerca a un empleado que custodia no se sabe bien qué memoria y le
dispara: “¿Escenas de matanza, no hay?”. La respuesta protocolar
del empleado significa un hábil entrenamiento para enfrentar los
ocasionales destellos de rencor de los visitantes americanos.
En
países como Argentina faltan custodios del orden bien entrenados.
Habría bastado la acusación infundada de “quieren fundar una
República Autónoma Mapuche” para que una ministra de seguridad
tuviera que renunciar en el poco educado Reino de España. En
Argentina, en cambio, sigue en funciones después de episodios
incluso más graves que los panelistas de los programas televisivos
tratan de ocutar sin trazo alguno de culpabilidad y con una
ignorancia supina sobre los procesos que los desencadenaron. Pedirles
que lean libros sería peregrino, pero tal vez uno podría pedirles
que miren televisión que, a veces, también educa sobre problemas
que son globales porque comenzaron a formarse precisamente en el
capricho de un genovés ambicioso que cargó tres naves con falsas
esperanzas.
El
asunto “indígena”, por ejemplo, ha aparecido en series como The
Killing, que dice que en las reservas de América del Norte hay
salas de juego y prostitución a las que no pueden ingresar lor
agentes ordinarios del orden. Sea esto cierto o no, en todo caso
demuestra el mismo terror a la pérdida de control por parte del
Estado de segmentos territoriales, los cuerpos que con él se
relacionan y otros asuntos que hoy tienen estatutoparlamentario-televisivo en Argentina.
El
conflicto no es producto de la delirante imaginación kirchnerista,
sino el signo de los tiempos porque existe un principio generalmente
aceptado que involucra la autopercepción como clave de definición
racial identitaria.
La
britaniquísima Ley de los Lores de 1983 dictaminó que “Para que
un grupo constituya un grupo étnico en el sentido de la Ley de
Relaciones Raciales de 1976, debe considerarse a sí mismo y ser
considerado por otros como una comunidad distinta en razón de
ciertas características”. Después de establecer esas
características, la ley agrega: “Siempre que una persona que se
una al grupo de referencia se sienta miembro de él y sea aceptada
por otros miembros, será, a los efectos de esta ley, un miembro de
esa comunidad”.
Perseguidos,
exterminados, obligados a abandonar sus territorios y sus creencias,
los mapuches, los quilmes, los guaraníes, los calchaquíes y los
huarpes, entre tantos otros, encontraron en un principio de
jurisprudencia global una herramienta no para reclamar todo lo
perdido sino al menos para poder sostener un estilo de vida contrario
a los microfascismos que los representantes de las multinacionales en
el parlamento argentino, en la televisión porteña y en las fuerzas
de seguridad sostienen a rajatabla.
Genial.
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