sábado, 3 de marzo de 2018

La ruleta rusa


Por Daniel Link para Perfil

Hay cosas que este gobierno no quiere resolver y otras que no sabe cómo. Me apena la mezcla de incompetencia y de mala fe para resolver el déficit fiscal, ese cuco, y por eso propongo a los señores y señoras que nos gobiernan esta solución cristalina (a Pato no le propongo nada, porque ella trabaja en una carnicería).
La iluminación me sobrevino en el sótano del Banco Provincia donde están las cajas y adonde yo había concurrido, junto con otros cientos de personas, a cumplir con una obligación que no podía resolver de otra manera y que me demandó dos horas de espera.
La máquina expendedora de números ofrecía dos posibilidades: A (clientes del banco) y B (no clientes). Detrás de las mamparas de plástico había 24 posiciones habilitadas y las pantallas de televisión iban llamando números A o B a determinada caja.
Todos mirábamos con ansiedad la pantalla (yo tenía un número de la serie B), para ver qué salía y qué letra avanzaba más rápido.
¿Por qué no establecer un sistema de apuestas in situ? Bastaría con tener unas maquinitas del tamaño de un celular en el que los que esperan puedan cargar un determinado monto de dinero para apostar. Por ejemplo, arriesgar si el próximo número será de la serie A o B. Pero eso no es todo, porque también se podría poner alguna moneda a la chance de que el próximo número par sea convocado a una posición par o impar. E incluso se me ocurrió cómo armar el “pleno”: la suma de los dígitos del número de orden y de los dígitos de la posición que tocó en suerte. Por ejemplo, el número A 161 es llamado a la caja 15. El resultado es 5 (1+6+1+1+5 = 1+4). Quien apostó al 5 gana, los otros pierden. Y así sucesivamente (yo regalo la idea general, que la perfeccionen los burócratas).
Incluso se me presentó la solución para cuando el sistema se desequilibra en contra del banco: la letra C (opción no contemplada al comienzo del trámite) de pronto fue llamada. Tal vez correspondiera a personas embarazadas (ya ni siquiera nos atrevemos a decir mujeres) pero, en todo caso, en mi sistema de apuestas, equivalía al cero.
Se me objetará que el juego es un arma perniciosa y yo lo sé, pero no es peor que la timba financiera o la relación entre la cotización del dólar y la tasa de referencia, o el rendimiento de los bonos que mensualmente el país coloca en diferentes mercados para paliar el déficit fiscal.
Mucha gente se retiraría del banco, por supuesto, habiendo consumido su dinero y sin pagar las cuentas. Pero, después de todo, nos dicen todo el tiempo que la esperanza se paga (por adelantado). Esos deudores ya volverán otro día a hacer la cola para pagar y para apostar y, si persistieran en la mora, que les ejecuten sus propiedades.
Hice la cuenta y llegué a la conclusión de que si varios bancos estatales (Nación, Provincia, Hipotecario, etc...) establecieran el sistema de apuestas que estoy recomendando como solución a los problemas argentinos, se recaudarían miles de millones de pesos por día hábil.
Donde mejores resultados se obtendrían es en los bancos donde los jubilados cobran sus haberes. Allí las colas siempre son multitudinarias, comienzan a atender más temprano, y les viejes ya no podrían quejarse de que el Estado les ha comido parte de sus ingresos porque ellos estarían jugando voluntariamente (y bien conocida es la debilidad de las ancianas por los bingos).
Si el asunto funciona, se podría incluso luego trasladar a la política. ¿De qué sirve convocar a les ciudadanes a las urnas periódicamente si las predilecciones de cada cual no sirven para paliar el déficit fiscal? Instalemos quioscos de apuestas a la entrada de cada escuela para que cada uno pueda, antes de emitir su voto secreto y obligatorio, apostar al triunfo de tal o cual candidato, si así lo quiere.
Una vez superado el obstáculo del déficit fiscal, las apuestas podrían establecerse directamente en el dominio moral: quien resultara favorecido en un lance determinado no ganaría dinero, sino una posición social, una cuota de poder, derecho de vida o de muerte sobre tal o cual.
Apuesto mi alma a que una sociedad semejante no sería más injusta que la actual.

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