Por Daniel Link para Perfil
Paisaje, acontecimiento y mirada están relacionados en una eterna trenza dorada. Nos gustan particularmente los paisajes crepusculares, como al búho de Palas según Hegel, que sale a cazar cuando el día apenas comienza o cuando ya se termina (“Dämmerung”).
Como el búho de Palas, el poeta Gustavo Guerrero sale a cazar el sentido de la literatura y de la vida en el cambio cultural entre dos siglos (cuando algo no termina de nacer y algo no termina de morir). El resultado es Paisajes en movimiento, un libro que focaliza su atención en tres paisajes cuyos pliegues constituyen los acontecimientos que la mirada de Gustavo rescata al mismo tiempo que traza sus iridiscencias: el paisaje del tiempo, el paisaje del mercado, el paisaje de la nación.
Para bien o para mal, mil analistas ya han insistido en la transformación del tiempo, en el irresistible y creciente proceso de fetichización del arte como mercancía y en el adelgazamiento o la desaparición del horizonte nacionalitario en el cambio de siglo y de milenio.
Gustavo Guerrero va más allá de la simple constatación y traza líneas de articulación que reúne textos muy dispares que la crítica no suele considerar en conjunto: pensar el cambio de siglo, de paradigma y de experiencia con el lenguaje a partir de Mario Bellatin es casi uno de los lugares comunes del que ninguno de nosotros se ha privado. Pensar lo mismo a partir de Mario Bellatin y de Rodrigo Fresán, al mismo tiempo, es postular una aventura crítica completamente desusada y que nos interpela por la audacia de su gesto, la misma audacia que se adivina detrás del tratamiento en línea de Octavio Paz y de Germán Carrasco.
"Otro arte amanece”, subraya Paisajes en movimiento y acompaña ese indeciso alumbramiento con un parto no por demorado menos necesario. Otra crítica amanece: desprejuiciada, liberada de una pesada herencia escolástica, adecuada no tanto al comentario sobre el pasado y el futuro de “nuestras letras” (entidad ya insoportable) sino al presente, al acontecimiento y a la experiencia.
Esos paisajes finiseculares o milenaristas constituyen “la época sin nombre” que constituye nuestro horizonte, en la que vivimos e imaginamos. Retengo, del extraordinario libro de Gustavo Guerrero, ese señalamiento otra vez muy poco enfático pero decisivo: somos el efecto de lo que no tiene nombre, el efecto de lo innombrable. ¿Qué más se necesita para ponerse a escribir?
sábado, 28 de abril de 2018
viernes, 27 de abril de 2018
Brindis
La presente invitación es válida para entrar gratis en la Feria del Libro, presentándola en las ventanillas de canje ubicadas en las boleterías de los accesos de Plaza Italia, Cerviño y Sarmiento.
Dicen que...
El álbum Freire
por María Moreno para Soy
Sebastián Freire, el coleccionista de San Sebastianes libidinosos aunque se guarden en el mismísimo Louvre fotografía a los forajid@s de Eros sin necesidad de que muestren códigos explícitos como en los tiempos en que un soldado de la confederación estadounidense posaba con un sombrero cargado de frutas y verduras para hacer un guiño a otros maricones por sobre la lente de la censura o una campesina bretona con pañuelo en la cabeza y brazos de balaustrada lo hacía dándose piquitos con otra a fin de alcanzar el corazón de las tortas a través de una postal para guardar en una Biblia. Lo hace apurado ante un cierre de Soy o una muestra rodante; lejos del profesional para quien cada nota le exige el toco y me voy de universos desconocidos que tal vez tolera pero no comprende, él es siempre de la casa. No subraya en sus modelos cómo se piensan a sí mism@s ni a sus deseos pero los deja autoeditarse, es decir, renuncia a la instantánea cuyo espejismo es que la verdad surge cuando alguien está distraído de sí mismo y por eso es pescado por una cámara en una actitud que se presiona significativa. Si no se me ocurrieran chistes soeces la muestra parece la autobiografía de un ojo.
Puede que las fotos de Freire constituyan documentos de una época pero ¿de qué? No son para nada antropológicos a menos que lo fueran a la manera de un Oscar Lewis -autor de Los hijos de Sánchez, ese gran documento tercermundista que encubre un acto impune de apropiación bajo la fachada del género “historia de vida”- que se hubiera clavado un MDM y por eso su mirada se ha vuelto mimosa y como con un fondo de DJ Pareja.
Para el retrato de Ilse Fuskova, el fotógrafo se concentra en la mirada, esa mirada-archivo donde ella está vestida de azafata, pasea amiguísima con Alberto Greco, pinta en medio de una plaza copiando del natural junto a Claudina Marek, se ata a las rejas del Congreso durante una protesta y le dice que es torta a Mirtha Legrand. Para el de Naty Menstrual, en el momento futuro en el que, entre bambalinas, ella parece esperar el momento de salir a escena y hacer de Medea. Para el de Lisa Kerner y Jorgelina De Simone, la complicidad que sobrevive a la muerte. Para el de Silvina Giaganti, la puesta en escena de toda autobiografía (el abrazo a sí misma).
El álbum Freire es la derrota visual del identikit y la ilustración del caso clínico, más bien es un Vogue degenerado que saca orgullo del prejuicio. Entonces el de Charly Darling, es casi un retrato oval, donde el rostro deja en segundo plano el cuerpo, una elección estética original para una drag a quien siempre suele mostrarse de la cabeza a los pies.
Las chucherías iconográficas de Freire son módicas, nada que ver con las columnas dóricas o los fondos pintados con una atmósfera de Sir Alma Tadema que abundaban en los estudios del siglo XlX: una nieve David Copperfield para una descendiente de diaguitas como Diana Sacayán, una gorra Dr. Zhivago para ese artista a quien le gusta posar de millonario menesteroso llamado Sergio de Loof, un gato, único animal capaz de arrancarle a lector el libro que tiene en la mano para Sylvia Molloy, unos signos -ese desvelo de sociólogos, artistas y poetas- para Roberto Jacoby, una prótesis barroca y asimétrica para Mario Bellatín, una cota de malla de cruzado de la disidencia sexual para Pedro Lemebel, una boleadora para Gabriela Cabezón Cámara (¿las bolas de la Patria? ¿revoleárselas a Roca o castrarlo?).
Cierta metonimia se desliza entre algunos retratos que va desde las enormes tetas de Lohana (¿para dar subliminalmente la leche de su legado?), a su logo de mariposas sueltas en la de Maverik, pasando por el ademán de Marta Dillon que parece el anterior al Tetazo que es la acción nutricia de unos labios menos infantiles que amantes y por eso políticos.
Pero... ¿¿¿¿¿Y yo????? ¿¿¿Eh???¿¿¿Y yo ??? Una vez Sebastián Freire fotografió mi yo ideal. No importa que ese retrato tenga ya más diez años pero siempre me recuerda que por un instante fui Marianne Faithfull poniéndose una campera con desapego de rockstar. Hasta escribí un libro de 500 páginas sólo para poder usarlo en la tapa. Pero vuelvo a repetirlo: YO NO ESTOY. Puede que no sea ni una amiga ni un amor pero, ¿para qué recordármelo de manera tan explícita?
Ojo, soy vengativa. Me pidieron 6000 caracteres. Entregué 3000. Es que no sólo no estoy sino que tuve que hacer esta nota, ¿qué te creés, Freire? Rajá turrito.
Amor y Amistad se inaugura el viernes 27 de abril a las 19.30 en el stand de Orgullo y Prejuicio de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, Pabellón Ocre, Predio La Rural, Av. Santa Fe 4201. Se puede visitar todos los días de 14 a 22 hasta el 14 de mayo.
por María Moreno para Soy
Sebastián Freire, el coleccionista de San Sebastianes libidinosos aunque se guarden en el mismísimo Louvre fotografía a los forajid@s de Eros sin necesidad de que muestren códigos explícitos como en los tiempos en que un soldado de la confederación estadounidense posaba con un sombrero cargado de frutas y verduras para hacer un guiño a otros maricones por sobre la lente de la censura o una campesina bretona con pañuelo en la cabeza y brazos de balaustrada lo hacía dándose piquitos con otra a fin de alcanzar el corazón de las tortas a través de una postal para guardar en una Biblia. Lo hace apurado ante un cierre de Soy o una muestra rodante; lejos del profesional para quien cada nota le exige el toco y me voy de universos desconocidos que tal vez tolera pero no comprende, él es siempre de la casa. No subraya en sus modelos cómo se piensan a sí mism@s ni a sus deseos pero los deja autoeditarse, es decir, renuncia a la instantánea cuyo espejismo es que la verdad surge cuando alguien está distraído de sí mismo y por eso es pescado por una cámara en una actitud que se presiona significativa. Si no se me ocurrieran chistes soeces la muestra parece la autobiografía de un ojo.
Puede que las fotos de Freire constituyan documentos de una época pero ¿de qué? No son para nada antropológicos a menos que lo fueran a la manera de un Oscar Lewis -autor de Los hijos de Sánchez, ese gran documento tercermundista que encubre un acto impune de apropiación bajo la fachada del género “historia de vida”- que se hubiera clavado un MDM y por eso su mirada se ha vuelto mimosa y como con un fondo de DJ Pareja.
Para el retrato de Ilse Fuskova, el fotógrafo se concentra en la mirada, esa mirada-archivo donde ella está vestida de azafata, pasea amiguísima con Alberto Greco, pinta en medio de una plaza copiando del natural junto a Claudina Marek, se ata a las rejas del Congreso durante una protesta y le dice que es torta a Mirtha Legrand. Para el de Naty Menstrual, en el momento futuro en el que, entre bambalinas, ella parece esperar el momento de salir a escena y hacer de Medea. Para el de Lisa Kerner y Jorgelina De Simone, la complicidad que sobrevive a la muerte. Para el de Silvina Giaganti, la puesta en escena de toda autobiografía (el abrazo a sí misma).
El álbum Freire es la derrota visual del identikit y la ilustración del caso clínico, más bien es un Vogue degenerado que saca orgullo del prejuicio. Entonces el de Charly Darling, es casi un retrato oval, donde el rostro deja en segundo plano el cuerpo, una elección estética original para una drag a quien siempre suele mostrarse de la cabeza a los pies.
Las chucherías iconográficas de Freire son módicas, nada que ver con las columnas dóricas o los fondos pintados con una atmósfera de Sir Alma Tadema que abundaban en los estudios del siglo XlX: una nieve David Copperfield para una descendiente de diaguitas como Diana Sacayán, una gorra Dr. Zhivago para ese artista a quien le gusta posar de millonario menesteroso llamado Sergio de Loof, un gato, único animal capaz de arrancarle a lector el libro que tiene en la mano para Sylvia Molloy, unos signos -ese desvelo de sociólogos, artistas y poetas- para Roberto Jacoby, una prótesis barroca y asimétrica para Mario Bellatín, una cota de malla de cruzado de la disidencia sexual para Pedro Lemebel, una boleadora para Gabriela Cabezón Cámara (¿las bolas de la Patria? ¿revoleárselas a Roca o castrarlo?).
Cierta metonimia se desliza entre algunos retratos que va desde las enormes tetas de Lohana (¿para dar subliminalmente la leche de su legado?), a su logo de mariposas sueltas en la de Maverik, pasando por el ademán de Marta Dillon que parece el anterior al Tetazo que es la acción nutricia de unos labios menos infantiles que amantes y por eso políticos.
Pero... ¿¿¿¿¿Y yo????? ¿¿¿Eh???¿¿¿Y yo ??? Una vez Sebastián Freire fotografió mi yo ideal. No importa que ese retrato tenga ya más diez años pero siempre me recuerda que por un instante fui Marianne Faithfull poniéndose una campera con desapego de rockstar. Hasta escribí un libro de 500 páginas sólo para poder usarlo en la tapa. Pero vuelvo a repetirlo: YO NO ESTOY. Puede que no sea ni una amiga ni un amor pero, ¿para qué recordármelo de manera tan explícita?
Ojo, soy vengativa. Me pidieron 6000 caracteres. Entregué 3000. Es que no sólo no estoy sino que tuve que hacer esta nota, ¿qué te creés, Freire? Rajá turrito.
Amor y Amistad se inaugura el viernes 27 de abril a las 19.30 en el stand de Orgullo y Prejuicio de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, Pabellón Ocre, Predio La Rural, Av. Santa Fe 4201. Se puede visitar todos los días de 14 a 22 hasta el 14 de mayo.
sábado, 21 de abril de 2018
Ante la ley
Por Daniel Link para Perfil
En su lúcida columna del sábado pasado, Rafael Spregelburd comparaba la versión ficcional que circula en Internet del interrogatorio al que fue sometido Ignazio Lula Da Silva con la estructura de los parlamentos en el teatro de Pinter, o Beckett, o...
Por lo que sabemos, el juez Sérgio Moro cometió la torpeza de señalarle al acusado que “minha convicção foi que o senhor é culpado”.
Al hacerlo, retrotrajo la relación entre verdad y formas jurídicas a los tiempos previos a la Democracia griega. Sabido es (lo demostró Foucault) que en la vieja y arcaica práctica de la prueba de la verdad, ésta no se establecía judicialmente por medio de una comprobación, un testigo o una indagación, sino por un juego de desafíos. Uno lanza un desafío, el otro debe aceptar el riesgo o renunciar a él. El descubrimiento final de la verdad quedaba, de ese modo, en manos de los dioses y sería Zeus, castigando el falso juramento, si fuese el caso, quien manifestaría con su rayo la verdad.
Después las cosas cambiaron y la verdad comenzó a construirse no sobre la base de juramentos, maldiciones y convicciones sino de testimonios y pruebas sensibles.
Tal vez no convenga ir tan lejos y nos baste remitirnos a Franz Kafka, a quien se le fue la vida en describir el funcionamiento monstruoso de la Ley. En su relato “En la colonia penitenciaria”, le hace decir al Oficial que ejecuta las sentencias: “Mi principio fundamental es éste: la culpa es siempre indudable”.
En convicciones así de férreas se apoyó el fascismo.
domingo, 15 de abril de 2018
¡Otra denuncia estremecedora!
Carolina Papaleo reveló un episodio paranormal con el fantasma de su mamá
Negociaciones conversacionales
por Rafael Spregelburd para Perfil
Harold Pinter se adelantó medio siglo a esto que hoy es vox pópuli: el lenguaje es poder. Quien pregunta no tiene el mismo estatuto que quien responde, quien obedece una orden no goza de las mismas posibilidades que quien las da, etcétera. Pero extraña y afortunadamente quien da una orden imposible (como decirle “Siéntese” a alguien que ya está sentado) no siempre tendrá éxito, ni quien pretende arribar a una verdad lo logrará solo por su autoridad.
El diálogo del juez Sérgio Moro para encarcelar a Lula da Silva se me torna más pintoresco que real. Es más, dudo que sea real, pero creo inspirador replicar por escrito esta versión muy difundida: “–¿El departamento es suyo? –No. –¿Seguro? –Seguro. –¿Entonces no es suyo? –No. –¿Ni un poquito? –No. –¿O sea que usted niega que sea suyo? –Lo niego. –¿Y cuándo lo compró? –Nunca. –¿Y cuánto le costó? –Nada. –¿Y desde cuándo lo tiene? –Desde nunca. –¿O sea que no es suyo? –No. –¿Está seguro? –Lo estoy. –Y, dígame: ¿por qué eligió ese departamento y no otro? –No lo elegí. –¿Lo eligió su mujer? –No. –¿Quién lo eligió? –Nadie. –¿Y entonces por qué lo compró? –No lo compré. –Se lo regalaron... –No. –¿Y cómo lo consiguió? –No es mío. –¿Niega que sea suyo? –Ya se lo dije. –Responda la pregunta. –Ya la respondí. –¿Lo niega? –Lo niego. –O sea que no es suyo. (...) –Señor juez, ¿usted tiene alguna prueba de que el departamento sea mío, que yo haya vivido ahí, que haya pasado ahí alguna noche, que mi familia se haya mudado; o tiene algún contrato, una firma mía, un recibo, una transferencia bancaria, algo? –No, por eso le pregunto. –Ya le respondí”.
El Brasil no solo se hunde en la negrura sino que además inaugura una instancia preocupante: si la política regional siguió siempre el sucundún del realismo mágico, nos ha llegado la hora aciaga de un cambio de estilo hacia el “teatro de amenaza”, un mote con el cual los detractores de Pinter pretendían minimizar la potencia –la verdad– de su obra.
Harold Pinter se adelantó medio siglo a esto que hoy es vox pópuli: el lenguaje es poder. Quien pregunta no tiene el mismo estatuto que quien responde, quien obedece una orden no goza de las mismas posibilidades que quien las da, etcétera. Pero extraña y afortunadamente quien da una orden imposible (como decirle “Siéntese” a alguien que ya está sentado) no siempre tendrá éxito, ni quien pretende arribar a una verdad lo logrará solo por su autoridad.
El diálogo del juez Sérgio Moro para encarcelar a Lula da Silva se me torna más pintoresco que real. Es más, dudo que sea real, pero creo inspirador replicar por escrito esta versión muy difundida: “–¿El departamento es suyo? –No. –¿Seguro? –Seguro. –¿Entonces no es suyo? –No. –¿Ni un poquito? –No. –¿O sea que usted niega que sea suyo? –Lo niego. –¿Y cuándo lo compró? –Nunca. –¿Y cuánto le costó? –Nada. –¿Y desde cuándo lo tiene? –Desde nunca. –¿O sea que no es suyo? –No. –¿Está seguro? –Lo estoy. –Y, dígame: ¿por qué eligió ese departamento y no otro? –No lo elegí. –¿Lo eligió su mujer? –No. –¿Quién lo eligió? –Nadie. –¿Y entonces por qué lo compró? –No lo compré. –Se lo regalaron... –No. –¿Y cómo lo consiguió? –No es mío. –¿Niega que sea suyo? –Ya se lo dije. –Responda la pregunta. –Ya la respondí. –¿Lo niega? –Lo niego. –O sea que no es suyo. (...) –Señor juez, ¿usted tiene alguna prueba de que el departamento sea mío, que yo haya vivido ahí, que haya pasado ahí alguna noche, que mi familia se haya mudado; o tiene algún contrato, una firma mía, un recibo, una transferencia bancaria, algo? –No, por eso le pregunto. –Ya le respondí”.
El Brasil no solo se hunde en la negrura sino que además inaugura una instancia preocupante: si la política regional siguió siempre el sucundún del realismo mágico, nos ha llegado la hora aciaga de un cambio de estilo hacia el “teatro de amenaza”, un mote con el cual los detractores de Pinter pretendían minimizar la potencia –la verdad– de su obra.
sábado, 14 de abril de 2018
Lula vale a luta
Por Daniel Link para Perfil
Mi mamá se despertó bastante tarde de
su siesta y vino a nuestra parte de la casa de campo anegada en
llanto. “¿Qué pasó? ¿Lo mataron?”. Se refería a Ignacio Lula
Da Silva, cuya compleja y postergada entrega a las fuerzas de la
represión habíamos seguido durante horas el sábado pasado.
“No, no”, le contesté para
tranquilizarla un poco, “Lula está más vivo que nunca”.
Mi primer
recuerdo político es muy parecido a este nuevo episodio: mi mamá
llorando en un Renault Dauphine
tuneado por mi papá. Entonces, ella murmuraba mientras lloraba
desconsoladamente y me abrazaba: “Lo mataron, lo mataron”. Se
refería a Ernesto Guevara, quien fue capturado y ejecutado
clandestinamente por el Ejército boliviano con la colaboración de
la CIA el 9 de octubre de 1967.
Sólo con el
tiempo (entonces yo tenía 8 años recién cumplidos) comprendí
cabalmente la dimensión del episodio.
Cincuenta años
después, la cabeza de mi mamá le jugó una mala pasada (mil veces
le he dicho que no se duerma con la televisión prendida) y confundió
un mal sueño con la realidad. O mejor: confundió una pesadilla con
el mal sueño que es nuestra realidad: Lula preso después de que un
Tribunal Supremo fallara (¡por sólo un voto!) en contra del recurso
de Habeas Corpus que su defensa había presentado para liberarlo de
una condena que no resiste el menor análisis jurídico.
Secretamente,
tanto ella como yo nos prendimos a nuestros televisores esperando
(deseando) un 45 brasileño, que no sucedió.
Según las
encuestas (en las que nunca creo pero que esta vez me conviene citar)
Lula habría de ganar ambas rondas (primera y segunda) en las
próximas elecciones presidenciales. Encarcelarlo con argumentos poco
convincentes, que serán revisados en los próximos meses, durante la
apelación, es encarcelar las esperanzas de una nación.
Lo
mismo sucedió en Catalunya, donde el ex-presidente de la Generalitat
y diputado electo tuvo que renunciar “provisionalmente” a su
candidatura a la presidencia para resolver el entuerto político
creado por la corona española, quien conserva en la cárcel a su
segundo, Jordi Sànchez, mientras las dos reinas (la griega y la
plebeya) brindan un triste espectáculo ante las cámaras del
periódico Hola.
Recién salido
de la cárcel berlinesa, Carles Puigdemont se preguntó en público:
“¿España tiene un proyecto para Catalunya? Nos gustaría verlo y
discutirlo, estamos dispuestos a escuchar”.
De
Madrid a Brasilia se tiende una misma línea divisoria en una
justicia burguesa que, por un lado, considera que la figura regia (el
Rey Juan Carlos de Borbón) es constitucionalmente
“inviolable y no está sujeta a responsabilidad" o que el Sr.
Temer necesita del acuerdo de dos tercios de los representantes en
Diputados (que, por supuesto, no se alcanzaron) para poder ser
procesado por las denuncias de corrupción, asociación ilícita y
obstrucción de la justicia que se hicieron en su contra el año
pasado. Por el otro, aquellos que representan (para bien y para mal)
las esperanzas de una nación y organizan las energías
emancipatorias.
La derecha
siempre enarbola estandartes abstractos (“el progreso”, “¡el
crecimiento!”, “¡la libertad!”, “¡¡la justicia!!”)
mientras condena al calabozo o el cadalso las posibilidades concretas
de felicidad.
Somos,
lo dice un libro que quiero mucho (Llamamiento),
como “niños perdidos”, y agrega: “Debes construir la lengua
que habitarás y debes encontrar los antepasados que te hagan más
libre. Debes construir la casa donde ya no vivirás solo. Y debes
construir la nueva educación sentimental mediante la que amarás de
nuevo. Y todo esto lo edificarás sobre la hostilidad general, porque
los que se han despertado son la pesadilla de aquellos que todavía
duermen”, en un capítulo que se llama “Y la guerra apenas ha
comenzado”.
Lula y
Puigdemont, entre tantos otros, no son caídos en combate sino los
mitos a los que nos aferramos para construirnos en una guerra de la
que nunca hubiéramos querido participar pero que nos arrastra
inexorablemente.
No es el momento
para ponerse tristes, sino para estar furiosos. Puedo soportar casi
cualquier cosa, menos que hagan llorar a mi madre.
miércoles, 11 de abril de 2018
sábado, 7 de abril de 2018
El fin del patriarcado
Por Daniel Link para Perfil
En
su clásico libro Las
estructuras elementales de la violencia
(cuyo fraseo rememora las estructuras de parentesco de Lévi-Strauss)
Rita
Segato
sostiene
que la violación
no es sencillamente una consecuencia de patologías individuales ni,
en el otro extremo, un resultado automático
de la dominación masculina ejercida por los hombres, sino un
mandato,
es
decir un imperativo:
la
condición para la reproducción del género como estructura de
relaciones entre posiciones marcadas por un diferencial jerárquico.
La
violación, como exacción naturalizada de un tributo sexual, juega
un papel necesario en la reproducción de la economía simbólica
del poder cuya marca es el género (o la edad u otros sustitutos del
género). Se trata de un acto necesario
en los ciclos regulares de restauración de ese poder.
Si
se entiende bien lo que la antropóloga argentina está diciendo, la
violación sería un crimen de poder inscripto en la estructura
elemental de la dominación (el sujeto no viola porque tiene
poder o
para demostrar que lo tiene, sino porque debe
obtenerlo).
Por
eso, el acto no es percibido como delito por quienes aceptan el
mandato de género para cometer un “acto disciplinador y vengador”
contra una mujer genéricamente abordada y que se realiza con,
para o
ante una
comunidad de interlocutores masculinos (sino “de cuerpo presente”,
presentes en el horizonte mental, el ámbito discursivo en que se
realiza).
Si
eso permite entender la violación como un acto expresivo revelador
de significados, resta una duda: ¿de qué tienen que vengarse los
hombres contra las mujeres? Para intentar contestar esa pregunta hay
que aproximarse al mito: las mujeres habrían inventado no sólo las
flautas, sino también el arco y las flechas. Es ese exceso de
creatividad
lo que el varón castiga.
Por
eso, sólo al superar la estructura simbólica patriarcal, la
humanidad podrá salir de su prehistoria.