Difícil
de comprender para las mentalidades periodísticas de derecha, el
anarquismo se compone a partir de arjé, que
se
puede entender como origen (“arqueología”) o como mandato o
dominación (“monarquía”). Hay, incluso, una epistemología
anarquista (Paul Feyerabend).
Como
negación de toda hipótesis sobre el origen o sobre la dominación,
el anarquismo se revela profundamente nihilista y aspira a la
soberanía sobre si (por eso, detesta toda forma de Estado).
Hay
cientos de corrientes anarquistas diferentes, desde el
anarcoindividualismo hasta el anarcosindicalismo o el colectivismo.
Pocas usan el terrorismo, pero todas suponen el nihilismo.
Es
Nietzsche quien lo eleva a noción filosófica (y no mera
cosmovisión) y motor
de la historia. Nietzsche creía que el nihilismo era resultado de la
muerte de Dios (ese origen, ese mandamás), e insistió en que debía
ser superado.
En
1940, Heidegger impartió unas lecciones sobre “Nietzsche:
el nihilismo europeo”, la presentación más comprensiva del
nihilismo como fuerza histórica. El nihilismo está cargado de
potencia de destrucción, de negatividad y, por lo tanto, de
historia.
Entre
los años 1865 y 1875 algunos grandes anarquistas, sin saber los unos
de los otros, trabajaron en sus máquinas infernales.
Independientemente unos de otros, pusieron su reloj a la misma hora,
y cuarenta años más tarde explotaron en Europa simultáneamente los
escritos de Dostoyevski, Rimbaud y Lautréamont, al mismo tiempo que
Bakunin (en la estela de Proudhon) sentaba unas bases para la acción
política.
Bakunin
propuso, según Walter Benjamin, un “concepto radical de libertad”
que luego desapareció del mapa conceptual de Occidente. Despreciaba
a Marx, quien por su parte lo acusó de ser un agente zarista dentro
de la Internacional.
Pero
está también Auguste Blanqui, quien sin haber sido en rigor un
anarquista, recibió las mismas críticas que el ruso por parte de
Marx y sus amigos.
Blanqui
sabía que la revolución estaba condenada a repetirse y a
fracasar
(1789, 1830, 1848, 1871) y por eso se consideró a si mismo un
prisionero del infierno. Esa posición anarco-nihilista es la de la
Revuelta (la del 68, la de los Sex Pistols, la de Deleuze) y no
coincide en casi nada con la posición ético-anárquica, más cerca
de la idea de Revolución, que subordina la anarquía temporal propia
de la revuelta a una ética, y esa ética es, marxianamente, la que
el partido manda.
Gracias.
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