Por Daniel Link para Perfil
Leo dos libros extraordinarios al mismo
tiempo, Autorretrato en el estudio y Diarios del capitán
Hipólito Parrilla y a partir de cierto punto los párrafos
leídos en ambos libros entran en una harmonia austera o
conexión áspera.
Lo que hace Giorgio está (¿cómo
podría ser de otro modo?) a caballo entre la elegía y el himno. Se
trata de su vida, de sus lecturas, de los modos de habitar los
espacios en los que ha escrito. Lo que hace Rafael es un diario falso
de una persecución (“Cuando retorne cubierto de la gloria y con la
cabeza de Vicuña Porto en esta pica...”) que es, en el fondo, la
persecución del amor y de la palabra.
Aunque el libro de Rafael se muestre
(haga el gesto) de una novela basada en la forma “diario”, el
ritmo que le imprime a cada período revela que se trata de un poema,
la epopeya de la palabra perdida o imposible. Ningún rigor
filológico lo mueve, sino más bien, el amor mismo que la filología
dice y que, por eso mismo, le permite el anacronismo más evidente
pero también el más secreto.
En el otro extremo, Giorgio recuerda un
libro en particular que para él significó “una suerte de
despedida de la poesía en nombre de una práctica poética que ya no
abandonaría nunca más: la filosofía, la «música
suprema»”.
Giorgio
y Rafael entienden, creo, la poesía como gesto. El gesto, como
expresión y como gag (“un perro de verdad que hace de perro”),
suspende la relación significativa de las palabras con las cosas, y
por eso, Giorgio sostiene que un filósofo que no se plantea un
problema poético no es un filósofo. Es seguro que Rafael ha
pensado: un actor que no se plantea un problema poético no es un
actor.
En la
dedicatoria de su libro, Rafael dice “Papá Noel me dejó este
engendro para vos”.
Hay algo
de impersonalidad en ese don que viene de otra parte y del cual él
es sólo un presunto intermediario. El engendro es un gesto poético
de vuelo altísimo. Y yo se lo agradezco.
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