Hoy es 19 de enero del 19. La columna
que, por azar, me correspondía escribir, debe tener 1.900
caracteres. Uno más nueve es diez, y 1 es el ordinal que le
corresponde al mes de enero.
De todas las doctrinas presocráticas,
la más hermosa es el pitagorismo.
Lo dijo Diógenes Laercio: “El
principio de todas las cosas es la mónada o unidad; de esta mónada
nace la dualidad indefinida que sirve de sustrato material a la
mónada, que es su causa; de la mónada y la dualidad indefinida
surgen los números; de los números, puntos; de los puntos, líneas;
de las líneas, figuras planas; de las figuras planas, cuerpos
sólidos; de los cuerpos sólidos, cuerpos sensibles, cuyos
componentes son cuatro: fuego, agua, tierra y aire; estos cuatro
elementos se intercambian y se transforman totalmente el uno en el
otro, combinándose para producir un universo animado, inteligente,
esférico”. Leibniz retomó el asunto monádico y propuso una
Explication de l'Arithmétique Binaire.
Después
vino Deleuze, para quien los números y el arte son geomorfismos
(formantes del cosmos).
Si
todas las cosas son, en última instancia, números, e incluso
números binarios (1,0), esta fecha y esta columna se complotan para
pronunciar una verdad que pocos (y tal vez, ni siquiera yo mismo, que
soy sólo un instrumento de la música del cosmos) alcanzarán a
comprender. Mi cuerpo, pensado como el efecto de un código
binario, no se diferencia en nada de un avatar en un juego de
consola.
Cualquier número decimal puede
convertirse en binario mediante una serie de divisiones sucesivas (en
internet hacen el trabajito por uno): 19 se dice, en binario, 100112.
Esta noche voy a dormir al aire libre,
mirando las estrellas, cuya danza numérica me arrullará y me
brindará las respuestas que le pida. No creo en el poder de los
astros, sí en el del discurso. Trataré de registrar las secuencias,
los ritmos, las entonaciones. Ése será mi año.
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