Por Daniel Link para Perfil
Vivimos en el mejor de los mundos
posibles: el Sr. Macri ya no gobierna y el Sr. Fernández (en quien
depositamos todas nuestras expectativas) todavía no se ha
equivocado. Además ya es casi verano y podemos dedicarnos a los
preparativos navideños (que son siempre más satisfactorios que la
reunión, siempre opacada por rencores, cansancio y malos
entendidos).
La semana pasada nos dedicamos a
diagnosticar las luminarias del jardín de la casa de campo donde
vamos a juntarnos. Hay que cambiar un par de “arturitos”
(llamamos así a unos faroles bajos que se parecen bastante al famoso
robot de La guerra de las galaxias), así que llamamos a un
electricista. Nos fuimos a comprar los materiales que, como nos
habían advertido nuestros amigos, están baratísimos. Es la mejor
época para encarar refacciones.
Mientras avanza ese arreglo que escapa
a nuestras competencias, nos dedicamos a armar un galponcito en un
armarito que estaba en desuso para poder acumular ahí todas las
herramientas que, justo es decirlo, tampoco usaremos demasiado.
El fin de semana que viene atacaremos
las latas almacenadas en la pinturería, para ver qué sirve (tenemos
que pintar un cuarto, un pasillo, y algunas paredes exteriores) y qué
se puede tirar. Pero antes hay que sellar unas grietas ominosas. Para
que no vuelvan, aplicaremos unas llaves de acero que sirvan de
juntura.
Con suerte, el 10 de diciembre nos
encontrará con la casa tan renovada como nuestras esperanzas: ¿nos
llegarán el asfalto, el gas, el agua corriente?