domingo, 5 de abril de 2020

Diario de la peste, día 18

(anterior)

Juro que hicimos todo lo posible para que nos gustara Freud, pero fue en vano. No pudimos siquiera mirarla sin bostezar cada cinco minutos (y llegamos al capítulo 5 porque nos habían dicho que crecía en disparate).
Como todas las producciones de Netflix la serie es muy mediocre: las actuaciones no convencen, los diálogos son bastante torpes y burocráticos, el guion abunda en tropiezos y, sobre todo, incurre en intolerables intertextualidades, que nos recuerdan lo que fue bueno, en este caso: Penny Dreadful
Es evidente que el personaje de Salomé está robado de Vannesa Ives, claro que sin la belleza de Eva Green y sin la majestad que le impone a su personaje:




Luego: que Sigmund Freud no lea ningún libro, al menos en los primeros cinco capítulos,  hace pensar que es un homónimo. Porque si algo hizo Freud, en lugar de andar persiguiendo fantasmas por las calles de Viena, fue leer y escribir (vean sus Obras completas, vean sus epistolarios).
Penny Dreadful recurrió a la mezcolanza de ficciones góticas (Drácula, Frankenstein, Dorian Gray, los hombres lobos) para decir algo sobre el presente. Anticipó, a su manera, la marea feminista que domina nuestro horizonte. Éste, uno de los (muchos) monólogos de Lily (para quien las "sufragistas" no merecían el más mínimo respeto), corta el aliento:


No se entiende a qué apunta Freud, salvo a ofender la inteligencia de los espectadores a través de ficciones paranoicas ya muy transitadas con mayor fortuna.
Sé que la época es avara en el suministro de distracciones de la peste. Por eso creo que Penny Dreadful merece una chance entre quienes no la vieron en su momento (yo, que la amé, la vería de nuevo sin dudarlo).

Update: Mi marido lee estas entradas antes que se publiquen (de ahí el "deleite"). Me observa que, teniendo en cuenta las ficciones paranoicas en las que estamos inmersos, es difícil que alguna imaginación televisiva nos cautive.
Sabemos que hay un virus circulando, cuyo objetivo primero fue poner a la gente en cuarentena obligatoria: vaciar las calles. Acostumbrarnos al encierro. 
Mientras la actividad económica llega a mínimos históricos, el Planeta se va recuperando del daño que le hemos inflingido. Saldremos de la pandemia, en el mejor de los casos, para firmar la Constitución de la Tierra y hacer del mundo unas Islas Galápagos universales.
No es seguro que semejante proyecto (que supone además la interrupción de los procesos capitalistas o comunistas de acumulación indefinida) salve nuestro mundo porque, por otro lado (lo sabemos por los servicios de inteligencia venezolanos), hay un meteorito cuya dimensión y ruta alcanzan para destruir toda la vida en este planeta. En julio lanzarán varios dispositivos con la intención de desviarlo en septiembre.
Daniel Nemrava me insiste, desde Olomouc, para que vaya al congreso que tuvo que postergar para septiembre. Roland Spiller me insiste para que vaya en noviembre a Frankfurt, para ultimar los detalles del proyecto internacional que nos involucra.
A Roland le digo, sin darle demasiados datos, que noviembre tal vez sea demasiado tarde.
Mejor sería que nos viéramos en septiembre así, si fallaran los proyectos aeroespaciales, tengo tiempo de despedirme de mi familia y esperar tomados de la mano la extinción.
Hoy nos enteramos del renacimiento del ludismo. 
Aparentemente hay brigadas agambenianas que se constituyeron en fuerzas de choque. La inteligencia de esos grupos italianos de izquierda radical no leninista (como corresponde) descubrió que la expansión del virus y la cantidad de muertes es correlativa de la distribución de la tecnología 5G (naturalmente, antes de la pandemia esa discusión, que entonces parecía "comercial" agotó la paciencia de los lectores de las tapas de los diarios).
En toda Europa los grupos agambenianos se dedican a volar las torres de comunicación 5G, para obturar la expansión del virus.
El mundo es, definitivamente, una construcción mucho más interesante que cualquier ficción. Ampliaremos.



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