(anterior)
Desde el domingo, los ánimos han cambiado radicalmente. La "unidad nacional" y el lema "al virus lo combatimos entre todos" se disolvieron en las eterna pesadilla argentina.
En el interior de nuestro encierro, las cosas no fueron mejores.
Ya conté que mi mamá y yo no nos hablábamos desde hace tres días. Hoy las cosas pasaron a mayores y nos peleamos malamente (sucede casi siempre, cada dos o tres meses, pero esta vez creo que es más grave porque es evidente que alguno de los dos va a morir.
Ella está harta de "no poder hacer mi vida" y empezó con acusaciones disparatadas y discursos paranoides. Yo le contesté en términos igualmente irritados y, si pudiera volverme a mi casa, con las gatas y todo el equipaje, lo haría. Pero no puedo.
En un momento le dije: "Vos preferís morirte antes de que yo haga algo por vos". Y ella me contestó, con una sonrisa triunfante en la cara: "¿Sabés que sí?".
Le pedí que lo grabara para beneficio de mis hijos, ante quienes finge ser una anciana solitaria y frágil, pero se negó a hacerlo.
Si me detengo en el asunto es porque una de las cosas que sabemos de la pandemia es que afecta fatalmente principalmente a personas de edad avanzada y con "comorbilidades previas". O sea, mi mamá.
Y hemos leído, en los últimos días, la posición de los holandeses sobre el tratamiento de los ancianos: es inhumano ponerlos en la unidades de terapia intensiva. Lo mejor es dejarlos morir en la casa. Hasta ahí podía discutirse (o no) el argumento "humanitario".
Pero inmediatamente agregaron que "el colapso hospitalario en España e Italia se debe a la «posición de los ancianos» en su cultura: salvarlos a cualquier precio" (yo subrayo).
Y, como si eso ya no fuera suficientemente escandaloso, el ministro de finanzas de Holanda pidió que la UE realizara una auditoría para determinar por qué España no tiene capacidad de respuesta y por qué no ha tenido superavit fiscal en los últimos años.
La vida sometida al cálculo (presupuestario, sanitario) y a parámetros de eficiencia. El cálculo fascista.
El asunto había ya sido planteado muy tempranamente en las redes, a las que uno tiende a no hacer caso. Este recorte es del 13 de marzo:
Que los gobiernos se hagan eco del asunto es más grave. A su manera, el Papa contestó a esa "preocupación" liberal-utilitarista.
También José Luis Villacañas en su columna de Levante (gracias, Diego):
Pero esos grandes genios del norte deberían encontrar la manera de
defender su posición sin insultarnos, ni despreciar a los que mueren en
nuestras UCI, ni decirnos a quién tenemos que salvar y a quién no.
Nosotros no miramos la muerte como un hecho del todo natural, ni creemos
que esté justificada sencillamente porque alguien haya vivido mucho. La
miramos como algo que no debería suceder y no nos reconciliamos con
ella por mucha edad que haya acumulado nadie. Hemos leído a Canetti, y
si no lo hemos leído lo llevamos en la sangre. Nos sentimos orgullosos
de que alguien haya luchado y vencido a la muerte, cuanto más tiempo
mejor, y si pudiera vencerla eternamente, sentiríamos que eso es lo
debido.
Vuelvo al principio: estamos obligados a cuidar de nuestros viejos. No porque sean sabios, no porque "les debemos la vida", no porque vayan a agradecernos el gesto, no porque no nos saquen de quicio sus humillaciones, sus reproches injustos, sus manías, sus terquedades ("voy a hacer lo que tenga que hacer", "quiero hacer mi vida de siempre") sino porque es lo debido desde la perspectiva de una antropología que no se ponga en relación con el cálculo económico y la eficacia de la salud pública (o de los sistemas previsionales).
Es probable que mi madre no me quiera. Es probable que mi felicidad aumentaría si yo estuviera lejos de ella. Pero en esta circunstancia no me queda sino aceptar la compactación y la unidad de lo viviente, amenazado como un todo.
Después agarramos el auto y nos fuimos a Buenos Aires: yo tenía que ver a mi traumatólogo y hacerme una radiografía en el Otamendi. El retén del barrio estaba desierto. El retén del primer peaje (en provincia) nos pidió explicaciones que aceptó sin dudar (además, exhibimos los correspondientes permisos y certificaciones). El retén de capital estaba funcionando sólo en la dirección de salida de la ciudad. El retén de Callao y Corrientes miró nuestros papeles, nuestros documentos, la credencial de prensa de Sebastián y nos dejó pasar sin problemas.
Exhaustos, decidimos pasar por casa para buscar la libreta de matrimonio que probara nuestro vínculo.
No sabemos cómo cobraremos la jubilación de la señora que se preferiría muerta antes que ayudada por mí (las colas en los cajeros de Buenos Aires son menos ominosas que las del Conurbano, pero los teclados estarán igualmente infectados), pero ya veremos si a los cráneos que nos gobiernan se les ocurre algo.
(continúa)
"Muchas veces me mira, como si quisiera decirme: 'Te llevaré conmigo, padre.' Entonces pienso: 'Eres la última persona a quien me confiaría.' Y su mirada parece replicarme: 'Déjame entonces ser por lo menos la última..."
ResponderBorrarFranz Kafka, Once hijos...