sábado, 24 de abril de 2021

Educar al soberano

Por Daniel Link para Perfil

Entre las muchas cosas que habría que agradecerle a Michel Foucault figura su analítica del poder. Con precisión quirúrgica rastreó el momento histórico (lo que se llama modernidad) en que hubo una transformación radical en los regímenes de gobierno. Hasta cierto momento, lo que predomina es un ejercicio subjetivado de la soberanía (un poder soberano más o menos absoluto y, como es un poder subjetivo, sujeto sólo a su propio capricho o su propio saber). Luego, se impone un régimen de poder más objetivo, fundado en mecanismos de regulación, un ejercicio de poder mucho más burocrático, anónimo, diseminado. La soberanía se ejerce desde la grisura de los escritorios donde se contabilizan los nacimientos, los casamientos, los impuestos pagados, los traslados en el territorio, los estudios cursados y los trabajos realizados. La soberanía se vuelve más difusa aunque no por eso menos implacable (Kafka propuso la versión paroxística de ese poder total).

El modelo piramidal del poder (ejercido desde un vértice hacia abajo) pega entonces un vuelco. En los archivos que revisó junto con Arlette Farge, Foucault encontró un dispositivo bien curioso: las cartas que los ciudadanos corrientes escribían a los soberanos denunciando a sus vecinos, a sus parientes, al vendedor del mercado por tal o cual asunto y pidiendo un castigo para delitos o desarreglos que, de otro modo, a nadie se le hubiera ocurrido investigar o penar.

En estos días hemos asistido en Argentina a un retroceso a regímenes de soberanía más bien arcaicos, incomprensibles. No se trata de invervenir aquí en la polémica sobre la relación entre escuelas abiertas y contagio, sino de notar el efecto de un mandato apoyado sólo en una soberanía subjetiva (“he decidido”, “nadie me hará cambiar de idea”) basada en pobre evidencia (“me mandan fotos”), el mismo día que los aparatos burocráticos que ejercen el poder (los ministerios) decían lo contrario.

Ya se sabe lo que sucedió después: sólo cinco jurisdicciones se pusieron al amparo del manto soberano y, en una de ellas, los padres comenzaron a organizar escuelas paralelas.

Mi nieta, que vive en la provincia de Buenos Aires, disfruta con siete niñes más de un aula informal, que lleva adelante una maestra contratada a tal efecto. Otres no tendrán la suerte de ese privilegio, por un capricho soberano que podría haberse fundamentado (así fue el año pasado) en la racionalidad burocrática.

 

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