Por Daniel Link para Perfil
En el Lacio italiano (cuya ciudad principal es Roma) un 70 % de la población ya ha sido vacunada con al menos una dosis anti COVID. Esto ha provocado una masiva apertura de los bares y terrazas (Roma sin aperitivo no es Roma), lo que inquieta a las personas más responsables porque temen que el semáforo amarillo se les vuelva de nuevo rojo en cualquier momento.
Aquí, en cambio, estamos en rojo intenso, tirando a púrpura y recién ahora las autoridades sanitarias repararon en el disparate que significa andar exportando oxígeno o pagar anticipadamente vacunas que nunca llegan (aún cuando se fabriquen en suelo patriótico).
Por fortuna, ya se sabe que la presencialidad escolar no ha sido motivo de incremento de contagios. Si bien estos han crecido un 10 % en la franja etaria de hasta diez años, esto ha sucedido con independencia de la asistencia a las aulas (igual en la ciudad de Buenos Aires que en el Conurbano, donde no hay clases). Los sindicatos docentes no reconocen estos porcentajes e insisten en el riesgo de mantener las aulas abiertas, pero la mayoría de las jurisdicciones desoyeron la recomendación presidencial.
El problema no estaría en las escuelas. Los que más traccionan los porcentajes de contagio hacia arriba son las personas entre 20 y 40 años quienes, hay que subrayarlo, no tienen en principio obligaciones escolares que cumplir.
Los partidos y sindicatos de izquierda vienen advirtiendo desde hace semanas el incremento de contagios en los lugares de trabajo (especialmente fábricas), donde se han registrado altos porcentajes de ausentismo y, lo que es peor, ocultamiento de síntomas (porque no se cumplen con los protocolos sanitarios) ante el temor de una suspensión con salario recortado o, en el caso de los trabajadores precarizados, directamente una desvinculación de la relación laboral.
De eso, claro, no se habla, porque se trata de un callejón sin salida del cual los gobiernos de todos los signos políticos han decidido desentenderse.
Mi informante romana me había dicho: “Somos privilegiados, porque nos paga el Estado”. Y es cierto. Aunque aquí el ajuste haya llegado con toda su violencia a las jubilaciones y los sueldos docentes, algo es algo y los pedagogos que se entregan a la virtualidad seguirán cobrando sus sueldos aunque sepan que la eficacia de esa forma de aprendizajes en hogares empobrecidos hasta el horror es nula, sencillamente porque la mayoría de las familias argentinas no tienen acceso a la tecnología (tampoco a los alimentos) y porque en la mayoría de las familias argentinas no es fácil organizar y tutelar los aprendizajes de les niñes.
Alguien comparó la situación que vivimos con el hundimiento del Titanic. Una mejor analogía es Constantinopla: discutimos el sexo de los ángeles mientras el cerco de la muerte cada vez se estrecha más.
Una mamá del grado de mi hijo que es maestra en CABA nos avisa hoy en el grupo de WhatsApp que ella y su marido tienen Covid. "En mi escuela fuimos cayendo como moscas", dice. Las burbujas se abren solamente para volver a cerrarse con cada nuevo caso. Solamente Larreta y Bullrich pueden defender la apertura de las escuelas. Este presente es inviable.
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