La película El
baile los 41 ficcionaliza uno de esos acontecimientos que
parecen iluminar la pequeña historia de una comunidad ya muy antigua
y tal vez un poco caduca (integrada por homosexuales masculinos) pero
que, bien mirados, muestran los momentos de riesgo de la Historia con
mayúscula.
Por Daniel Link para Soy
Netflix acaba de estrenar una película
simpática y mediocre, El baile de los 41, que ficcionaliza
los acontecimientos de la “Gran Redada”, cuando 41 o 42
caballeros de la alta sociedad mexicana fueron arrestados por
conducta indecorosa en una fiesta en la que se entregaban a placeres
reñidos con una concepción tradicional de la hombría mexicana
(incluidos el dragueo de la mitad de ells y una rifa para pasar la
noche con el más hermoso de los chicos de alquiler de la ciudad de
México).
Más allá de las cualidades
específicamente cinematográficas (el relato es pobre en pormenores
psicológicos, el guión es endeble, las escenas sexuales son un poco
antiguas en su coreografía, los planos exteriores son siempre
demasiado cortos porque ampliarlos hubiera significado dar cuenta del
paso del tiempo) lo que hay que señalar de la película es la
misoginia y la homofobia de su punto de vista. La esposa del
protagonista (la hija del Presidente Porfirio Díaz) es mala y
resentida y las locas que se dan cita detrás de la tienda de tabaco
son superficiales, mezquinas, ambiciosas y corruptas.
Un poco de historia
Todo sucede casi al final del
Porfiriato, el período (28 de noviembre de 1876 al 25 de mayo de
1911) durante el cual México estuvo bajo el control militar de
Porfirio Díaz, quien debió exiliarse en Francia pocos meses después
del triunfo de la Revolución Mexicana.
La fiesta de las 41 maricas a las que
el título se refiere sucedió el 18 de noviembre de 1901 cuando la
“Gran Redada” desmanteló el Club de Caballeros que se entregaban
al amor que, por entonces, no osaba a decir su nombre.
Cuentan las malas lenguas que esa
institución había sido fundada años antes bajo la regencia de
Fernando Maximiliano José María
de Habsburgo-Lorena, quien había renunciado a todos sus títulos
para ser el emperador de México con el título de Maximiliano I (que
coincidió con el gobierno de Benito Juárez, responsable de la
consolidación del Estado mexicano como tal). Hace veinte años, en
la crónica que escribió a propósito de la Gran Redada, Carlos
Monsiváis se quejaba de lo poco que se sabía de la homosexualidad
durante el Porfiriato antes del Baile de los 41. Según Salvador Novo
en sus memorias (publicadas póstumamente recién en 1998), Antonio
Adalid, hijo de un caballerango del emperador Maximiliano y ahijado
de los emperadores, fue el alma de las fiestas clandestinas de fines
del XIX y principios del XX con el sobrenombre de Toña la Mamonera.
El periódico El
Hijo del Ahuizote, que
publicó la noticia de la Gran Redada, sin dar nombres propios,
aclaró además:
"No
daremos a nuestros lectores más detalles por ser en sumo
asquerosos".
Así
no hay investigación ni película posible. En “Los 41 y la gran
redada”, Monsiváis se lamenta: “Casi toda la información
disponible viene del cotejo con los documentos de otras sociedades”.
Habrá que hacerle caso, porque al comienzo del siglo XX el armario
sexual comenzaba a requebrajarse globalmente (así en México como en
Berlín), aunque en otras latitudes la prensa cumplió un papel más
útil para los nostálgicos y los historiadores.
La raza maldita
En
una carta de 1908 Proust cuenta que ha pasado 60 horas sin dormir
(del 4 al 6 de julio). La hipótesis de los biógrafos y los
críticos: es el período en el que comienza a escribir En
busca del tiempo perdido
porque
encuentra los nombres de sus personajes, en particular el de esa
forma de vida que
Proust llama la “raza maldita”.
Las
fechas coinciden, en efecto, con el escándalo que estalla por esos
días en el círculo de Liebenberg, como se conocía al grupo más
íntimo de los asesores del emperador alemán Guillermo II (de los
Hohenzollern).
El nombre se derivaba del palacio de Liebenberg, pripiedad de Philipp
zu Eulenburg, asesor destacadísimo del Kaiser, que da nombre al
escándalo que a Proust le llamó tanto la atención.
En
1902, el periodista Maximiliam Harden, en desacuerdo con la política
exterior del Kaiser, chantajeó personalmente a Eulenburg para que
abandonase su puesto de embajador en Viena. Eulenburg se retiró
temporalmente de la vida pública. Cuando reapareció en 1906, Harden
volvió a la carga y comenzó a denunciarlo públicamente por sus
preferencias sexuales, su anti-imperialismo y sus anglofilia (como si
una cosa fuera consecuencia de la otra).
En
1908, en una sobremesa imperial, el secretario militar Dietrich von
Hülsen-Häseler cayó muerto de un ataque al corazón mientras
realizaba un pas
seul vestido
sólo con un tutu
de ballet.
El episodio reveló un trasfondo alarmante en los altos mandos del
ejército alemán y el servicio exterior y motivó una serie de
juicios marciales en los círculos en los que participaban
centralmente el príncipe Philipp von Eulenburg y el general Küno
von Mottke, quienes fueron acusados de homosexualität
y
conspiración para influir en Guillermo II. De los juicios
participaron activistas de la “causa gay” muy reconocidos (Adolf
Brand, Magnus Hirschfeld), además de todos los involucrados, sus
esposas y parientes.
El
caso fue muy documentado en la prensa europea y en particular la
francesa, donde la homosexualidad pasó a llamarse “el mal
alemán” e incluso en los urinarios públicos, donde los
“entendidos” se preguntaban: “¿Hablás alemán?”.
Revolución
y Guerra
La
documentación de la Gran Redada es muy escasa, y todo se limita a
las habladurías y las sospechas porque “de esas cosas no se
habla”.
Los
listados de la policía incluían 41 o 42 nombres porque uno de ellos
era el de Ignacio de la Torre (para más datos: vestido de mujer), el
yerno del presidente Porfirio Díaz, quien prefirió que los asuntos
de Nacho no salieran a la luz.
La
prensa de la época sólo insiste en que todos eran “niños ricos”
y “pollos gordos”. Pero, de todos modos, el pasaje de la “fiesta”
del ámbito de lo privado al de lo público marca un umbral de
visibilidad que el siglo XX se encargará de amplificar y de depurar
de la moral veterotestamentaria. En
Cancionero
folclórico mexicano,
Margit Frenk consigna esta copla:
De
aquellos que están allá,
no
me parece ninguno:
el
uno ya está muy viejo
y
el otro es 41.
Según
los entendidos, el abandono de Guillermo II de las posiciones
moderadas después del affaire
Eulenburg terminaría desembocando en la I Guerra Mundial. En
la hacienda de Ignacio de la Torre, en Morelos, trabajó por un
tiempo Emiliano Zapata, que fue por vez primera a la ciudad de
México como caballerango de don Nacho, quien
le tuvo especial afecto por su destreza en la monta.
En ese viaje, en el que sabe Dios qué pudo haber pasado, Zapata
perfeccionará su desprecio hacia los sectores aristocráticos y
también su homofobia.
Nunca
hay que subestimar el poder de un escándalo de locas que, bien
visto, es capaz de cambiar el curso de la Historia. Eso sí, hay que
saber contarlo.