sábado, 31 de diciembre de 2022

La gallina degollada

Por Daniel Link para Perfil

A veces, leyendo, uno descubre cosas. Yo descubrí un texto precioso, escrito por Baldassare Bonifacio en 1632, que se llama “De archivis”. Tan poderosa y límpida es la descripción de las funciones del archivo que allí se leen, que encargué una traducción del latín al español que todavía aguarda imprenta.

Según la ratio archivística, el archivo es la decantación de la actividad de una institución que, sometida a esa ficción teórica, sólo podría actuar a partir del ordenamiento de su propio sedimento, como si lo que no estuviera debidamente identificado, catalogado y guardado en un archivo no tuviera fuerza.

Desde esa perspectiva se hace depender la noción de verdad de la noción de archivo, entendido como el depósito ordenado de los documentos jurídicos públicos. Los archivos garantizan la continuidad del saber pero, sobre todo, garantizan una forma de gobierno que modifica la forma de la soberanía clásica, porque ya no se trata de obedecer la voluntad subjetiva del soberano, sino de aplicar principios de gubernamentabilidad fundados en la documentación acumulada. Baldassare (nació en una camada de trillizos, de ahí su nombre) escribe: “No hay nada más útil para instruir y enseñar a los hombres, nada más necesario para aclarar e ilustrar asuntos oscuros, nada más necesario para conservar los patrimonios y tronos, todo lo público y lo privado, que un almacén bien constituido de volúmenes y documentos y registros -mucho mejor que los astilleros navales, mucho más eficaz que las fábricas de municiones, ya que es mejor ganar por la razón en lugar de por la violencia, por el bien y no por el mal”.

Es decir que el buen gobierno no se fundará ya en la fuerza del soberano sino en el peso de la documentación, la jurisprudencia, los reglamentos y resoluciones.

El concepto de archivo rehúsa la existencia anárquica de los registros históricos o de los fondos documentales, evitando de ese modo la posibilidad de inscripciones sociales producidas sin derivar de una forma orgánica. El archivo es un organismo superior, incluso, al organismo humano, al que somete a una ley cada vez más sepultada bajo las capas de hojarasca documental.

De allí a la metáfora de la “jaula de hierro” propuesta por Max Weber y las pesadillas kafkianas hay sólo un paso. Si nos sometemos a los laberintos de la AFIP, del Registro Automotor o de las Direcciones de Tránsito (reparticiones que, justo es decirlo, funcionan mucho mejor que antes de la digitalización) es porque todo eso, que a veces nos exaspera y nos provoca sentimientos asesinos o suicidas, nos salva del capricho del monarca o el soberano que, cada vez más, es una figura decorativa, una mera garantía del funcionamiento de toda la máquina que no requiere más que necesidades ciudadanas como combustible para mantenerse en marcha para siempre.

Toda esta lógica del “buen gobierno” propuesta por Baldassare, que rechaza la voluntad caprichosa del soberano, decanta en la forma democracia, al menos tal como fue codificada en los Estados Unidos, que en Argentina los constitucionalistas copiaron puntualmente.

Por supuesto, en países donde la voluntad caudillista o el capricho soberano son todavía pensados como variables del sistema político, más allá de las burocracias partidarias y de las carreras de funcionariado público, se producen cortocircuitos un poco anacrónicos.

La más alta figura política es capaz de victimizarse y considerarse objeto de una persecución e, incluso, de considerase el emblema de lo perseguido (que es, en primer lugar, un partido sin demasiada identidad ideológica y, en último término, el Pueblo entero). Si existiera tal persecución (cosa que no puede negarse de plano) sería difícil encontrar un responsable fuera del círculo de primas donnas de ambos lados de la grieta, que han hecho de la política argentina un circo provinciano y torpe.

¿Se ganaría algo con una decapitación partidaria? Más bien todo lo contrario, porque toda esa cefaléutica no impediría que los engranajes del sistema sigan funcionando y que el común de los mortales se preocupe más por los engorros de la VTV o de las recetas electrónicas para medicamentos que por los desacuerdos entre los tres poderes del Estado. Además, como en el cuento de Horacio Quiroga, degollar a una gallina puede tener consecuencias imprevistas.

 

sábado, 24 de diciembre de 2022

Argentina campeona

Por Daniel Link para Perfil

Es muy raro que los eminentísimos expertos en discriminación que el INADI alberga no hayan notado lo que un usuario común de Twitter señaló hace unos días. Es muy molesto (además de agramatical) que se diga “Argentina campeón” cuando en otros contextos se dice “Argentina, condenada por la incapacidad y la falta de imaginación de sus gobernantes” (por ejemplo).

En realidad, la omisión de un análisis certero de situaciones no es tan raro, teniendo en cuenta la desagradable discusión en que se embarcaron altísimas autoridades, después de la fiesta, sobre cuál fue el más inútil y cuál estaba más borracho. La foto de ese micro atrapado en un mar de pasiones, con un puñado de motos policiales como custodia y ariete frontal, es la mejor ilustración de lo desconectados que están los gobernantes respecto de la multitud.

¿A qué iban a ir los jugadores a Casa Rosada. ¿A agradecer las tres horas de insolación?

En las seis horas de fiesta previa a la cancelación del operativo no hubo un solo incidente fatal. Pero la promesa que movilizó al Pueblo no se concretó por el idiotismo de quienes detentan el poder, empezando por los ministerios y secretarías de seguridad, que fueron incapaces de imaginar un dispositivo (por otro lado sencillísimo: bastaba con dejar despejada la autopista 25 de Mayo, con móviles de prefectura en los pocos accesos que tiene) para que los jugadores pudieran llegar a alguna parte, por ejemplo donde la multitud la esperaba, en el barrio de Constitución (donde vivo).

Lo único que le importaba al Poder Ejecutivo es que la escuadra mundialista llegara a Casa Rosada. Los funcionarios se humillaron y aceptaron cualquier condición para ello (incluso, la de no sacarse fotos con el equipo). No se les ocurrió que la mejor carta de negociación que tenían era precisamente la fuerza pública para organizar la seguridad del traslado.

El Poder Ejecutivo fracasa en su relación con el Pueblo. Fracasa en su administración de la Cosa Pública. Fracasa en las garantías de seguridad. Pero fracasa sobre todo en darle a la felicidad las alas que reclama.

Empantanado, se mira mezquinamente el ombligo mientras la Argentina campeona pasa de la vergüenza a la pena, pero también a una furia creciente.

 

martes, 20 de diciembre de 2022

El Mal absoluto

Nuestro pueblo no tiene muchas ocasiones para la felicidad porque vive siempre en la zozobra. Por fortuna, alguna acontecimento por década le ha brindado ocasiones de desembarazarse de todas las frustraciones y resentimientos y fabricar recuerdos que luego transmitirán a las futuras generaciones. 

Pero incluso entonces, deben cuidarse de los guardianes del orden, que son incapaces de sintonizar con la algarabía desordenada, desbordante, un poco borderline pero por eso mismo fascinante. A la sombra del Pueblo se esconde el Monstruo del Gobierno, atento a cada movimiento para poder capitalizarlo para perpetuarse en lugares que no le pertenecen, para los que no está capacitado, que insulta al ocuparlos (Macrón sufre en carne propia el mismo vicio, que entre nosotros da todavía más asco por la ilegitimidad).

Esa mezcla de estupidez, venalidad, falta de imaginación y total inoperancia es una ofensa mayúscula para el Pueblo que, como es decididamente bueno, decide no darle la importancia que tiene.

Tres millones de personas ocupan hoy las calles de Buenos Aires, sus autopistas y sus plazas. En las ya seis horas de fiesta no ha habido un solo incidente fatal. Pero la promesa que movilizó al Pueblo no se concreta y probablemente no llegue a concretarse por el idiotismo de quienes detentan el poder, empezando por los ministerios y secretarías de seguridad, que fueron incapaces de imaginar un dispositivo de seguridad (por otro lado sencillísimo: dejen despejada la autopisa 25 de Mayo, con móviles de prefectura en los pocos accesos que tienen) para que los jugadores (que están ya agotados y seguramente insolados, como la muchedumbre misma) pudieran llegar a alguna parte.,

Lo único que le importaba al Poder Ejecutivo es que la escuadra mundialista llegara a Casa Rosada. Se humillaron y aceptaron cualquier condición para ello (incluso, la de no sacarse fotos con el equipo). No se les ocurrió que la mejor carta de negociación que tenían era precisamente la fuerza pública para organizar la seguridad del traslado del micro mundialista.

El Poder Ejecutivo fracasa por segunda vez en la organización de un evento de masas (aún cuando La comunidad organizada debiera significar algo para quienes lo integren) como nunca se ha visto en nuestra patria. Fracasa en su relación con el Pueblo. Fracasa en su administración de la Cosa Pública. Fracasa en la necesidad de homenajear a los responsables de la algarabía generalizada. Pero fracasa sobre todo en darle a la felicidad las alas que merece. 

Empantanado, el Poder Ejecutivo se mira el ombligo, como un primate subnormal que no entiende su función en el mundo o el mundillo que habita que es sólamente potenciar el fuego sagrado de la multitud, darle alas al Pueblo por venir. 

Una vergüenza, una pena, pero también (escuchen, tarambanas) una furia creciente.


 


Party planner

Que renuncien ya Aníbal Fernández, Berni y el pelotudo de ciudad, cuyo nombre no tengo por qué saber.


sábado, 17 de diciembre de 2022

Las tres Argentinas

Por Daniel Link para Perfil

La selección nacional había empezado la carrera mundialista con un traspié de esos típicamente argentinos. Típicamente, los opinadores futbolísticos salieron a matar a la escuadra (“somos los peores”) y los melancólicos hinchas empezaban a refugiarse en excusas pueriles (“somos chiquitos”). No podía ser de otro modo, porque ya se sabe que la argentinidad tiene dos precios: lo que podríamos valer y lo que realmente valemos y en esa tensión se cifran todos nuestros fracasos: resentimiento y angustia.

Después todo cambió y aparecieron las otras patrias. Contra Países Bajos (se ha comprobado que el cambio de nombre de la “marca” fue una estrategia para bloquear el famosísimo “el que no salta es un holandés”) apareció el padecimiento patriótico: “si no hay sufrimiento no es Argentina”, dijo un jugador y un amigo confesó que envejeció diez años durante los escalofriantes minutos finales de ese match implacable.

Yo me quedo, sin embargo, con las tres Argentinas del partido contra Croacia, cada una responsable de un gol. Primero la picardía criolla, con ese penal medio inventado pero que desanudó la algarabía. Después la locura y el sinsentido de una carrera completamente fuera de libreto y sin plan alguno. Julián Álvarez dijo después: "La cancha venía mal, la pelota venía picando mal en la cancha, por suerte me fue quedando”. Esa Argentina, la que vive en el azar, es tal vez (para mí) la más apasionante. Y después la tercera, que es tal vez la más noble, y la que más se nos escapa: la jugada maestra, el jueguito, la complicidad Messi-Álvarez, lo que se llama una comunión, el cuerpo común, el agenciamiento de dos seres para formar una máquina única, el ronroneo de lo que funciona bien a partir de la sabiduría innata pero también de la certera reflexión.

Fue el partido que más disfruté (no vi todos). Y fue precisamente por ese repertorio de lo que nos constituye: la picardía transgresora, el arrojarse a lo impensado o inimaginable (el “¡mah sí!”) y la comunidad intelectual.

Ahora sólo nos resta cruzar lo dedo para mañana. Lo mejor ya pasó, sólo falta la merecida corona para Messi. Y ya que estamos, el Museo Messi, para que visite nuestra Beatrice durante el próximo Mundial.

sábado, 10 de diciembre de 2022

La loca de los gatos

Por Daniel Link para Perfil

Querida Sylvia: leer tu Animalia, que recién acaba de distribuir Eterna Cadencia, es como conversar con vos de nuevo, y me da mucha pena que esa dicha ya no pueda repetirse. No sé si Animalia es tu mejor libro, pero es el que mejor me hace sentir.

Escribí en Certificado de presencia, ese homenaje que te hicieron en Nueva York, una anécdota que no incluiste en este libro (si bien alguna página permite suponerla) sobre un gato que, porque tuvo la malhadada idea de morirse en invierno, no pudo ser enterrado y decidiste guardarlo en el freezer. Entonces te dije que parecías esa vieja loca que Capote había incorporado a su relato “Una luz en la ventana”.

Ahora, en tu libro, leo la formación infantil de tu pasión por los animales (cada uno un individuo), en un barrio que fue tanto tuyo como mío (una vez fuimos a visitar tu casa de infancia, y comparamos las películas que habíamos visto en el cine York de Olivos). La serie empieza con teros, cascarudos, hormigas, gusanos de seda, lechuzas, carpinchos, vizcachas, patos y, por supuesto, gatos y perros (tu perra Lola inspiró a nuestra perra Lolita, ¿alguna vez te lo dije?).

Pero ningún animal se compara, en nuestras vidas, con los gatos. Una vez coincidimos en este diagnóstico: amamos las ciudades con gatos callejeros, no nos gustan las ciudades donde no se ve uno solo, conclusión a la que llegamos después de haber sentido un malestar inexplicable.

Subrayo frases de tu libro que escucho ahora por primera vez, dichas con tu voz, que todavía está ahí, en la parte intacta de mi memoria. Escribís “para ser uno mismo es siempre mejor estar con otro, sobre todo si el otro pertenece a una especie distinta, es decir, si es totalmente no uno”.

John Berger se preguntaba “¿Por qué miramos a los animales?”. Tu respuesta, creo, es más sabia que la suya: los miramos porque nos permiten sostener una ética de la diferencia.

El otro subrayado que habría comentado con vos, en una lenta sobremesa, es más raro. Contás un episodio que, en el marco de la psicología conductista estadounidense, revelaría a la asesina serial: estás, siendo una niña, por diseccionar una rana (“disecar”, dice el texto, que habría merecido una corrección más atenta) y confesás: “me fascinaba la idea de poder abrir un cuerpo y mirarlo por dentro”. Creo que fuiste la prueba viviente de que esa pasión por la disección no implica una violencia contra el otro sino a una atención atenta de lo que guarda en si y para si. ¿No son Las letras de Borges o tus ensayos sobre la pose un fabuloso acto de disección de lo que todavía está vivo, para demostrarnos cómo vive por dentro?

La figura de “la loca de los gatos” se nos presenta como un ser un poco extraviado, que huye de la compañía humana por incapacidad afectiva. Pero así como nunca fuiste una asesina serial, tampoco se te puede reconocer en esos rasgos.

Tu libro es precioso, Sylvia, no sólo porque nos devuelve tu voz, sino porque nos insinúa una ética, una comprensión total de lo “totalmente no uno” y una suspensión de todos los estereotipos.

sábado, 3 de diciembre de 2022

Ideas de pueblo

Por Daniel Link para Perfil

Hace unas semanas tuve un arranque de cólera. En mi caso, esos episodios que pasan inadvertidos para casi todo el mundo, determinan cambios de dirección. Una mañana me levanté y renuncié a la mitad de los proyectos en los que estuve involucrado en los últimos diez años. Por fortuna, para las personas que participamos de los espacios académicos y pedagógicos, que un año termine y otro empiece suele implicar pasar de un proyecto a otro. En nuestro caso (me refiero a las personas que trabajamos juntas haciendo circo ambulante desde ya treinta años) nos llamaron la atención dos posibles caminos que parecen ir en diferentes direcciones pero que, tal vez, como los caminos proustianos, se junten en alguna parte. Uno de ellos es la transformación gigantesca que sucede ante nuestros ojos a partir de la digitalización de las humanidades, los archivos y la necesaria actualización de los paradigmas de lectura. Lejos de todo optimismo (pero también de toda hipótesis apocalíptica) nos preguntamos si esas mutaciones (que implican una cierta desmaterialización del ser) implican mayor participación política o mayor desigualdad social.

No es evidente que la creación de nuevos vocabularios y nuevas herramientas analíticas impliquen necesariamente un acceso más democrático a los materiales a partir de los cuales nuestra memoria se ha formado y, ni siquiera, que esos materiales sean ahora de acceso más democrático. Tampoco es seguro que esté garantizado la correcta identificación de los registros de tales o cuales experiencias, porque en general esos registros están fuera del control de quienes las han realizado (uno es siempre fichado por otro).

Además, las políticas de acceso abierto (libros, artículos, revistas) garantizan la libre disponibilidad de materiales, casi sin restricciones, a niveles ya tan generosos que es fácil perderse en esos laberintos. Hacen falta señales de validación y reconocimiento. A partir de esas señales se van formando pueblos virtuales.

Un poco por eso, decidimos también examinar las “ideas de pueblo” a las que recurren no sólo los paradigmas de investigación sino sobre todo los imaginarios sociales. Desde las diferencias entre pueblo, masa, multitud y ciudadanía hasta las peculiares autopercepciones de las comunidades. ¿Hay un pueblo que coincide con la Nación? ¿Hay un pueblo cuir? ¿Hay comunidades de origen o, más bien, comunidades de destino?

El pueblo puede ser una aldea flotante o aquello que falta en la (inequitativa, por ahora) cibercultura actual.

 

sábado, 26 de noviembre de 2022

¿El tamaño importa?

Por Daniel Link para Perfil

Es difícil sustraerse al mundialismo aunque uno lo intente, así que me dejo arrastrar hacia esa nadería acompañado del manual de comunicación (imagino que con el asesoramiento de las más importantes lingüístas, expertas en ideología lingüística en la prensa, y agudas analistas de la complicada articulación entre discurso y discriminación) elaborado por esa institución eminentísima que es el INADI.

Las personas de bien esperamos la intervención de oficio del Instituto en relación con la difusión en la televisión satelital del nuevo remix del clásico “Escuchen, corran la bola” que avanza sobre territorios inexplorados todavía, como la asignación de identidades sexuales en relación con un vínculo que podría pensarse en un más allá de los trascendentales: ¿que un hombre “heterosexual” se involucre eróticamente con una “mujer trans” lo convierte en “puto” (entrecomillo los nombres, porque son designantes siempre provisorios, sujetos a revisión constante)?

Como no sabía quién era Kylian Mbappe, lo guglié. Y llegué a un archivo PNG donde aparece en cueros junto con nuestro Messi y con Neymar en un vestuario del PSG.

Esa foto de inmediato me remitió a la frase que ya está en el imaginario colectivo para justificar lo que hoy pudiera suceder durante el partido contra México: “es que los jugadores argentinos son chiquitos”.

¿Subalimentados?”, uno pregunta. No, son chiquitos. Messi parece, efectivamente, un souvenir de bolsillo al lado de los otros dos (que, sin embargo, no son europeos). Espero el pronunciamiento del INADI sobre este confuso lazo entre resultados deportivos, razas y clases.


sábado, 19 de noviembre de 2022

Sed de guerra

Por Daniel Link para Perfil

El corto siglo XX (en oposición al largo siglo XIX), dice Eric Hobsbawm, comenzó con la Primera Guerra Mundial. No es la única hipótesis que se puede sostener y, de hecho, Giovanni Arrighi plantea un Siglo XX largo, que empieza antes y termina bastante después. El 20 de febrero de 1909 apareció en Le Figaro el “Manifiesto futurista”, promovido por Filippo Tomasso Marinetti. Como se sabe, esa vanguardia intelectual encontraría en el fascismo una vía de desarrollo poco sorprendente, si se recuerda que en su artículo 9 el “Manifiesto” ya proclamaba: “Queremos glorificar la guerra -sola higiene del mundo-, el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los anarquistas, las bellas ideas que matan, y el desprecio a la mujer”.

Esa misma inteligencia futurista se entregó, antes que al fascismo, a los juegos bélicos. Todavía hoy sorprende la cantidad de voluntarios y voluntarias que se enrolaron para pelear en la Gran Guerra (en ambos bandos): la mitad de los escritores de aquella época se enrolaron y algunos pocos sufrieron incluso el resentimiento de no haber podido participar de la contienda por diferentes razones (Francis Scott Fitzgerald siempre se quejó de no haber llegado al campo de batalla; Kafka quiso enrolarse, y no lo aceptaron).
Como tantos otros y otras, Guillaume Apollinaire (el inventor del superrealismo, el más sensible radar de la descomposición del mundo) murió al volver del frente. No se lo llevó propiamente la Guerra sino la Gripe Española, que mató más personas que los ejércitos (50 millones de personas en el mundo entero).
La inteligencia americana ya había previsto muy tempranamente esa pandemia gripal. El 5 de abril de 1909 Rubén Darío publicó en La Nación de Buenos Aires una crítica radical al “Manifiesto” que señalaba, entre otras cosas, la aporía vanguarista de la “destrucción reglamentada” (¿qué sentido tienen un conjunto de reglas para destruir las reglas?) y luego se interrogaba: ¿La Guerra como Higiene? No sean infantiles: la Peste le gana.
A aquellos que pretendían que la Guerra era la higiene del mundo (a aquellos que marcharon a la guerra creyendo que iba a acabar con la Plutocracia y el Imperialismo) Darío les advierte: la Peste es mucho más higiénica. El contagio es mucho más eficaz que la dialéctica imperial-nacionalitaria.
Guerra y Peste, entonces, en ese comienzo del siglo, prefiguradas en 1909 por dos imaginaciones que no parecen compartir las mismas esperanzas (ni que hablar de la distancia respecto de las mujeres, a las que Darío adoctrina con su “Sonatina feminista”).
Todo eso, que el siglo XXI quiso olvidar junto con el comunismo volvió condensadísimo en 2020-2022 para decirnos que la Guerra, el Fascismo, la Crisis y la Peste siguen estando ahí (sobre todo como nombres), y nos obligan a pensar las vías de superación de un régimen de acumulación insensato y hostil a lo viviente, porque Peste, Guerra y Crisis son la consecuencia de ese régimen.
No hace falta ser poeta ni historiador para evaluar todo lo que fue escrito con sangre y humo de cadáveres en el corazón mismo del Siglo XX (que no es sólo En busca del tiempo perdido sino también la puesta en acto de las más atroces fantasías de exterminio).
Y sin embargo, hoy todo el mundo semblantea y nadie se atreve a levantar demasiado la voz contra la guerra. Los políticos tejen acuerdos: te voto esta condena si me das un puñadito de dólares; me abstengo de llamar “guerra” al “conflicto” en Ucrania para no irritar a los países “amigos” o ponemos en la balanza el agresivo expansionismo de la OTAN para justificar lo injustificable. La insensatez es mayúscula y es como si de nuevo quisiéramos entregarnos a la sed de guerra. “¡Por fin un Dios!”, exclamó Rilke cuando estalló la Gran Guerra. Que alguien pretenda percibir en esos procesos de “depuración” o de “higiene” alguna esperanza para una humanidad agobiada por el régimen de acumulación capitalista ( liberal o autoritario) nos retrotrae a los momentos más trágicos del siglo pasado. Hoy es posible escuchar voces que se autoperciben de izquierda justificando la agresión rusa hoy y mañana, ¿por qué no?, la agresión china.
 

Mientras tanto, Meta despidió a 11 mil empleados, Twitter a la mitad de su planta, Amazon planea despedir a 10.000 trabajadores. 

Un ejército de sedientos para la catástrofe perfecta.

lunes, 14 de noviembre de 2022

domingo, 13 de noviembre de 2022

Humilde mensaje para el Sr. Ritondo

Señor Ritondo: si bajan la edad de imputabilidad a los 14 años, la lógica indica que deberían bajar también la edad de consentimiento sexual. Piense un poco, por favor, se lo pedimos. NO SEA NECIO.




El interés común. La construcción de una sociedad sin privilegios

por Alejandro Katz, Eduardo Levy Yeyati para La Nación

Después de décadas de desacuerdos sobre la cuestión fundamental del régimen político bajo el cual ordenarnos, en 1983 los argentinos optamos por la democracia como forma de vida en común.

El propósito fundamental de aquella decisión fue desplazar a la violencia de la escena pública, instaurando la palabra como el modo privilegiado de resolución de diferencias. La experiencia traumática de la dictadura, pero también la evidencia del daño provocado por la violencia revolucionaria, contribuyeron a establecer un consenso democrático que se ha mantenido inalterado durante cuarenta años, a pesar de las crisis que atravesó el país y de la insuficiencia del sistema político para proveer mínimos de bienestar a un porcentaje alto de la población.

"A pesar de las evidentes virtudes de nuestra democracia, no es la igualdad uno de sus rasgos notorios"

Ese no fue el único logro de nuestra vida democrática. La extensión de derechos, desde el divorcio vincular al matrimonio igualitario y, más recientemente, el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo, contribuyeron a que muchas personas puedan desarrollar proyectos de vida más autónomos y satisfactorios. Así, la democracia probó ser un instrumento adecuado para resolver de un modo pacífico cuestiones que también afectan las creencias más íntimas, morales y emocionales, de sus ciudadanos y de sus ciudadanas.

Sin embargo, no fue suficiente para revisar concepciones del poder profundamente enraizadas en la cultura política argentina que continúan distorsionando la búsqueda de justicia social, sin la cual el futuro del orden democrático se verá amenazado.

La democracia no es solo un dispositivo de selección de representantes o de resolución pacífica de desacuerdos. Es también un régimen que expresa una idea de sociedad, uno de cuyos fundamentos es lo que en la Grecia clásica se denominaba isonomía: la igualdad de derechos civiles y políticos de los ciudadanos. Esta igualdad, limitada en la democracia ateniense a un núcleo reducido de personas, era el modo más claro de caracterizar un régimen opuesto a una tiranía en la que el gobernante ejerce un poder ilimitado. Como observa el jurista italiano Luigi Ferrajoli, “el principio de igualdad es el principio político del que, directa o indirectamente, pueden derivarse todos los demás principios y valores políticos”.
"Dar un empleo en el Estado sin concurso público es conceder un privilegio"

A pesar de las evidentes virtudes de nuestra democracia, no es la igualdad uno de sus rasgos notorios. No solamente por la capacidad de sustraerse al imperio de la ley que disfrutan quienes acumulan cuotas extraordinarias de poder (como dijo uno de ellos, “el poder es impunidad”), sino por la capacidad que los gobernantes conservan para asignar beneficios de modo arbitrario, creando una trama de privilegios que cuestiona los principios mismos de la democracia.

Desiguales

El privilegio es contrario al derecho: si este es resultado de la igualdad de las personas ante la ley, aquel es la excepción de una obligación o la posibilidad de hacer o disfrutar de algo que a los demás les resulta prohibido, el beneficio que recibe alguien como resultado de una concesión otorgada desde el poder.

Desde sus orígenes en la era moderna, la democracia ha pretendido ser un régimen de supresión de privilegios, para ciudadanos en condición de igualdad.

Ciertamente, la idea de igualdad fue y es objeto de intensas controversias, políticas y filosóficas, tanto en su definición (igualdad de qué y para qué) como en sus alcances políticos (entre quiénes). Pero, más allá de las discrepancias, su aparición introduce una exigencia siempre presente en las sociedades democráticas: la de justificar la diferencia entre las personas, argumentando en qué situaciones y por qué razones es justo que algunos tengan o reciban algo distinto que otros.

No cuesta mucho entender de qué modo el privilegio no solo es lo opuesto del derecho, de la igualdad y de la justicia, sino que además corroe esos principios fundamentales de una sociedad democrática. Y, si bien ninguna sociedad es perfectamente justa, entre otras razones porque hay numerosas concepciones de justicia, para todas ellas la limitación o erradicación de los privilegios es un principio compartido.

"Una sociedad de privilegios es una sociedad bloqueada para la cooperación"

Por supuesto, hay discusiones sobre qué constituye un privilegio. Pero, también aquí, las buenas sociedades han establecido algunos acuerdos bastante robustos. Así como hay privilegios (por ejemplo, los obtenidos por nacimiento) cuya preservación es materia de discusión, no hay ninguna duda de que los beneficios otorgados arbitrariamente, sin una justificación pública aceptada socialmente, son inaceptables.

En este sentido podría decirse que la democracia argentina ha relegado la pretensión de justicia al convalidar una dinámica en la que la búsqueda, obtención y naturalización de privilegios se volvió moneda corriente.

Taxonomía preliminar

Por su misma naturaleza, resulta difícil realizar una tipología de los privilegios existentes. Alfonso V de Aragón nos ofrece un buen punto de partida histórico: durante su reinado en Italia, entre 1442 y 1458, estableció el registro Privilegiorum, quizás el listado más completo de privilegios que podamos consultar, y que establece, entre otros, derechos de explotación de recursos y exenciones fiscales. Sustraer a alguien de la obligación de pagar impuestos era la principal prerrogativa de la nobleza y del clero durante el Antiguo Régimen, y de esos privilegios gozan, en la Argentina contemporánea, individuos, empresas, corporaciones y regiones particulares. No se trata, desde luego, de todos los individuos ni de todas las empresas: lo propio del privilegio es que se otorga a unos y no a otros.

Las dos modalidades establecidas en el Privilegiorum de Alfonso V –exenciones fiscales y derechos de explotación– son los modos principales en los que el poder concede privilegios también entre nosotros. Son conocidos los casos más emblemáticos y en alguna medida también los más costosos: el régimen fiscal especial de Tierra del Fuego, que según diversos cálculos equivale a un porcentaje de entre 0,5 y 0,8% del total de la riqueza producida en la Argentina cada año, o la exención del pago del impuesto a las ganancias a la corporación jurídica, tanto a los magistrados y fiscales como al personal administrativo.

La exención fiscal a las empresas de Tierra del Fuego es también un régimen de privilegios previsionales para los trabajadores: los empleados provinciales se pueden jubilar a los 55 años con un haber del 88% de los ingresos que tenían en actividad; y los de las empresas alcanzadas por el régimen de promoción a los 50 años las mujeres y a los 55 los hombres. También a los 50 años pueden jubilarse las y los docentes de la provincia de Buenos Aires, igual que los aeronavegantes y los metalúrgicos. Los gráficos, los ferroviarios, el personal de servicios eléctricos y otros muchos pueden hacerlo a los 55 años. Muchos de esos regímenes previsionales especiales se originan en decretos o leyes que tienen medio siglo o más de antigüedad, y fueron dictados en tiempos en que las condiciones de trabajo de esos oficios o profesiones eran totalmente diferentes de las actuales.

Es interesante observar el régimen de Tierra del Fuego porque no solo implica beneficios fiscales y previsionales para las empresas y para los empleados, sino que también entrega a las empresas el privilegio de un mercado cautivo, necesitado de lo que allí se produce; en términos de Alfonso V, el derecho de explotación de un recurso; en términos económicos, rentas oligopólicas que los beneficiarios captan gracias al lobby político.

Privilegios también se conceden a algunas regiones del país; por ejemplo, mediante tarifas especiales para ciertos bienes o servicios fundamentales, como la energía en zonas frías que, contra las tendencias climáticas, se extendieron recientemente a la costa bonaerense.

"También es un privilegio la concesión de un servicio por parte del Estado, dado que se trata de la entrega a un particular del derecho de explotar un recurso"

También es privilegiar a alguien darle un empleo en el Estado sin un concurso público de oposición, ya que esa contratación le dará estabilidad laboral durante toda su vida. O permitir la competencia desigual y las extendidas prácticas comerciales no competitivas, con el consiguiente desplazamiento de otros agentes económicos y la vulneración de los derechos de los consumidores. Son privilegios las zonificaciones y excepciones en los códigos y permisos de construcción, o la defensa corporativa de determinados trabajos de nula utilidad social. Por no mencionar la prioridad para la obtención de un empleo a los familiares de los trabajadores –¡cargos hereditarios!–, por ejemplo en el subterráneo de Buenos Aires, en el Banco Nación o en el Banco Central. Como lo son los contratos de obra pública concedidos en los márgenes de la legalidad a grupos económicos a los que se quiere favorecer.

También es un privilegio la concesión de un servicio por parte del Estado, dado que se trata de la entrega a un particular del derecho de explotar un recurso. Evidentemente, en muchos casos resulta imprescindible hacerlo, dado que el Estado no puede y posiblemente tampoco debe ocuparse de todas las tareas que están bajo su responsabilidad. Pero cuando esa concesión, como en el en caso de los registros públicos del automotor o el servicio de recolección de vehículos mal estacionados, se parece más a una patente de corso que a la asignación de una tarea específica a un tercero a cambio de la remuneración adecuada, lo legal deja de ser legítimo.

Porque los privilegios son legales: se confieren de acuerdo con las potestades para hacerlo del órgano que los asigna, trátese del Poder Ejecutivo o del Legislativo, en cualquiera de los niveles de gobierno. Pero su legalidad no los vuelve legítimos. Para ser legítima, la ley (o resolución, o decreto, o reglamento) que establece el privilegio debe apelar al ideal de ética y de justicia que toda norma debe incorporar. La legalidad pertenece al orden del derecho, la legitimidad pertenece al orden de la ética pública. La legalidad genera obligación, la legitimidad genera reconocimiento. Al conceder privilegios sin una fundamentación pública adecuada –o, por decirlo de otro modo, contra el ideal de ética y justicia de la sociedad– la democracia pierde legitimidad.

(Casi) todos sacan

El origen de la inmensa red de privilegios es diverso. En algunos casos, bajo argumentos racionales, en otros discutibles, en otros insostenibles. Indagar en ellos excede el propósito de estas líneas. Importa, sí, contribuir a poner en el debate público la necesidad de revisar esa dinámica, que parece haberse vuelto irrefrenable. Las dirigencias políticas, cada vez más aisladas de la sociedad, han resignado la práctica de la negociación para adoptar la de la transacción. La negociación supone el reconocimiento de las intenciones y de los intereses del adversario, exige persuadir y ceder. Persuadir de que los intereses propios tienen valor colectivo, y ceder en aquello que no se pueda probar de interés general. Negociar no implica saber ganar sino saber perder. La transacción política es de otro tipo: se efectúa sin ceder nada propio, sino entregando lo ajeno: los bienes colectivos, el futuro común.

Aprobar una exención impositiva exigida carece de costo para quien la pide y para quien la otorga. A cambio de aquella exención, se obtiene, por ejemplo, un beneficio previsional para una corporación aliada, y tampoco el costo de este nuevo beneficio va a la cuenta de los involucrados. Ambas partes de la transacción, que en definitiva controlan los parlamentos, las legislaturas y los concejos deliberantes, o que desde los Ejecutivos tienen capacidad de dictar decretos y resoluciones, conceden beneficios que no les cuestan nada.

En esta versión moderna del problema de los commons, los beneficios son privados pero los costos –que existen, claro– son comunes, públicos. De todos. Y, en última instancia, de aquellos que, al carecer de representación y de voz, no pueden proteger sus propios intereses ni extraer sus propios beneficios: el impacto neto del predominio de los privilegios no es solo injusto; también es, casi por definición, sumamente regresivo.

Los costos económicos de los privilegios contribuyen, en su conjunto, al déficit crónico, a la inversión insuficiente, a la falta de trabajo decente y a la desigualdad regional y social, la pobreza y la desesperanza. Pero estos costos son sólo un aspecto del problema. Tan importantes como ellos son los efectos que la “privilecracia” provoca en la conducta individual y colectiva, promoviendo una cultura de buscadores de rentas a expensas del desarrollo. Los incentivos de los agentes económicos se distorsionan ante la evidencia de que los beneficios de largo plazo son mayores si los esfuerzos y las capacidades se dedican a obtener un privilegio en lugar de a desarrollar una actividad socialmente necesaria o económicamente útil. Una sociedad de privilegios es una sociedad bloqueada para la cooperación. Es una sociedad que ha perdido conciencia de que el destino de cada uno depende del destino de los demás, hecha de privilegiados y desposeídos, carente de las formas más elementales de la cohesión, incapaz de actuar en favor del interés común, ineficiente e injusta.

El privilegio, lo hemos dicho, es lo contrario del derecho, el imperio de la arbitrariedad. Así, cuestiona el principio universal que consiste en el derecho a tener derechos que, según lo expresó Hannah Arendt, es el estatus del ciudadano. La regla es inflexible: a más privilegios menos ciudadanía.

La punta del ovillo

Este equilibrio centrífugo de no cooperación no se resuelve con gestos o acciones individuales, fugaces o inverosímiles. La solución, si existe, requiere de decisiones políticas coordinadas en un proyecto político capaz de persuadir de que cooperar (“poner”) producirá mejores resultados colectivos que depredar. También requiere liderazgo para contrarrestar la percepción, habitual en el beneficiario de un privilegio naturalizado, de que el privilegio siempre es el del otro. Liderazgo para ir contra la corriente.

En la salida de la dictadura nuestro país subió un peldaño de la escalera civilizatoria al decidir que los conflictos se resolverían, de allí en más, con los instrumentos de la política y no con los de la violencia. Desde entonces, no ha sido posible avanzar el horizonte colectivo: hoy debería haber menos pobreza, precarización y desigualdad, mayor calidad educativa, mejores servicios de salud, y protagonismo en las agendas urgentes del presente, desde la climática hasta la digital.

Ello ocurrirá solo cuando la ley y las normas, en lugar de designar beneficiarios, sirvan para el propósito fundamental que tienen en una sociedad democrática: hacer que todas y todos sean iguales en su calidad ciudadana. Que la nuestra sea, por fin, una sociedad sin privilegios y sin privilegiados. Ese es el próximo escalón civilizatorio al que debemos aspirar.

sábado, 12 de noviembre de 2022

No soy tu padre

Por Daniel Link para Perfil

Volvimos de la 31º Marcha del Orgullo, agotadas de cansancio y un poco ofuscadas con la COMO por la deficiencia en la organización. Hubo una cantidad de gente como nunca se vio en Plaza Mayo en los últimos tiempos: la plaza llena, multitudes por Diagonal Norte hasta el Obelisco, y por Diagonal Sur hasta el monumento a Roca, donde estaba la carroza Loca (o mejor: la carroza Cheta) y Avenida de Mayo totalmente cubierta de gente prácitamente hasta Esmeralda. La COMO hablaba de más de 1.000.000 de personas, y esa cifra era verosímil. En el peor de los casos, superaban el medio millón de personas.

En Plaza Mayo había un escenario frente al cual la gente se amontonaba desde el mediodía. Alrededor de la plaza se había instalado el mercadillo, lo que generó problemas de circulación: no se podía salir de la plaza sino por el centro, enfrente de Avenida de Mayo. En algún momento a alguien se le ocurrió decir que la Marcha había comenzado (y no era cierto) por lo que decenas de miles de personas se abalanzaron sobre la única salida disponible, donde se produjeron sofocos y apretujones que podrían haberse evitado sencillamente poniendo el mercadillo contra las fachadas que rodean la plaza.

Ya en casa, prendimos la televisión a ver cómo lo habían cubierto los canales. En los diarios hablaban (hay que ser cretinos) de 50.000 personas. La televisión también se conformaban con “miles de personas”. Señoras y señores: fueron cientos de miles de personas las que se congregaron para pedir ciertas cosas, pero sobre todo para festejar que la vida continúa, pese a todas las fantasías de exterminio, la transfobia, la homofobia y la lesbofobia.

Habíamos visto drones filmando la marcha desde todos los ángulos. Ningún canal se dignó a pasar esas imágenes impresionantes que después pudimos ver en redes, porque hubieran tenido que acompañarlas de alguna explicación.

Alguien me entrevistó por la remera que yo estrené en la Marcha: la máscara de Darth Vader y la leyenda “No soy tu padre”. “¿Qué quería decir?” Es una negación del patriarcado: la ascendencia y los mandatos no te definen. “¿Es un mensaje para alguien que esté en la marcha?” Sí, claro: que no he venido en calidad de padre. Soy una más en el millón.

sábado, 5 de noviembre de 2022

Dólar Manolo

Por Daniel Link para Perfil

La noticia no pudo llegar en mejor momento. Un amigo que se llama Manuel vive en un apartado villorio de la España profunda, donde sostiene un emprendimiento de quesos y embutidos de oveja. Digo mal: vivía. Se ha pasado la mayor parte de 2022 habitando diferentes apartamentos del barrio de Palermo (que ha adoptado como nuevo pueblo propio) por razones del corazón.

Ha viajado ya tres veces (se queda tres meses en Buenos Aires y vuelve un mes a su aldea). Como es consciente de las dificultades cambiarias que implica vivir en nuestra patria, lo ha probado todo. Primero venía cargado de euros hasta el límite admisible por las autoridades aduaneras. Al principio, alguno de sus amigos de la red de charcutería de la que participa le cambiaba dinero. O mejor: aceptaba sus divisas y a cambio de eso le prestaba una tarjeta de débito (¿quién no tiene una cuenta en desuso?) cargada de pesos para que hiciera sus compras.

Como el asunto podía despertar las alarmas de las autoridad fiscal, me contó que sus amigos comenzaron a retacearle esa ayuda imprescindible para sostener sus amores.

Alguien le recomendó un nuevo método: transferir dinero a Buenos Aires desde su cuenta europea mediante Western Union que, aparentemente (yo qué sé), liquida las divisas a un tipo de cambio conveniente para los extranjeros. Quedaba en pie el intríngulis de cómo resolver el delicado asunto del transporte de todos esos fajos de billetes de 1000 o 500 (alguna vez parece que le dieron incluso toneladas de papeles de 200).

Como yo tengo un apego a la legalidad absoluto, traté de conseguirle una de esas cuentas bimonetarias para extranjeros pero en el Banco Nación (la única entidad que la implementó) no hallé modo de contratarla (al menos a través de Internet, y no me iba a hacer una cola por una historia amorosa ajena).

De modo que todas recibimos con la algarabía del caso la buena nueva: ahora los Manueles del mundo podrán venir a visitar a sus novias y usar sus habituales medios de pago con un tipo de cambio mucho más parecido al real: el dólar Manolo, lo llamamos, que se suma a la ya larga lista de oficiales: el dólar Coldplay, el dólar Qatar, el dólar Netflix. Nos falta el dólar CONICET, para poder asistir a congresos.

 

sábado, 29 de octubre de 2022

Procastinar, nunca

Por Daniel Link para Perfil

Después de haber estado ausente un mes de mi casa pero, sobre todo, de mi mesa de trabajo, la primera semana se me va siempre en resolver los asuntos atrasados (empezando por los trescientos correos acumulados en la bandeja de entrada).

La segunda empieza ya con una agenda normalizada pero en un registro vertiginoso, que no me permite pensar demasiado: actúo antes de que el mundo se me venga encima.

Para que no me queden cosas en el tintero haré de esta columna un compendio de columnas posibles, para poder luego pasar a otra cosa.

Me entero de que a alguien se le ocurrió “penalizar” a quienes usan una prepaga más allá de la obra social que les tocó en suerte. El asunto cae en el olvido rápidamente porque es una estupidez, producto de una ignorancia supina. La mayoría de los trabajadores tienen libertad de elección de obras sociales (muchas de ellas asociadas con prepagas). No sé quién más, además de los docentes universitarios, carecemos de ese privilegio relativo, pero privilegio al fin. Me doy cuenta de que la mayoría de la gente (incluidos los parlamentarios) también actúan sin pensar: ¿será que estuvieron de viaje? ¿O viajaron sus asesores? No es raro que el país se derrumbe, con el escaso nivel de reflexión que se nota en todo.

Empezó Gran Hermano. No voy a verlo, aunque hayan contratado al Poder Ejecutivo para que le haga campaña de promoción.

En cambio, sí vi Argentina, 1985. La película no está mal, en el registro en el que se instala. Pero tampoco está demasiado bien. Una sóla escena me conmovió (y no diré cuál). Me hace ilusión ver a Mariano Llinás recibiendo el Oscar a mejor guión, porque él me cae bien.

Volví justo para el cumpleaños de mi nieta, que tiene ya cinco años y escribe instrucciones para encontrar tesoros. Le traje de regalo una cometa multicolor y una valijita hermosa de legos (lo único que conseguí que no respondiera a la odiosa manía de la franquicia y la mercadotecnia). Ella estaba todavía fascinada con otros regalos: vació la valija de legos y la usó para guardar sus sets de maquillaje. Cuando me contó que le habían regalado también una barbie, casi me da un ACV. Volví a verla el fin de semana pasado, y ella me mostró el teléfono celular que había armado con los legos. Me sentí aliviado.

Mi hijo se especializa en software para satélites. Es como una parte de mí que yo nunca hubiera podido desarrollar. Me quejo de los algoritmos, de google maps, en fin, de la inteligencia artificial y él toma partido contrario. Le digo: ¿no viste Terminator, no viste Matrix? Se ríen de mí, como si estuviera hablando de neorrealismo italiano.

En noviembre estaremos presentando tres libros: un Pasolini y el tercer mundo, intervención colectiva de la que participó Ana Amado, entre otras estrellas, y a quien le dedicaremos la presentación, el Epistolario entre Enrique Pezzoni y Raimundo Lida (cartas entre 1947 y 1972), con edición de Miranda Lida y prólogo mío y, a la distancia, mi Autobiographie d'un lecteur argentine, como Gallimard llamó a La lectura: una vida...

 

sábado, 22 de octubre de 2022

Huella de carbono

Por Daniel Link para Perfil

Una amiga de Berlín es lo que se llama “persona pública”. Debe ser muy cuidadosa en la adecuación de lo que dice y lo que hace, porque en ese ajuste se fundamenta su ética y su imagen pública. Por supuesto, es una abanderada de las causas ecológicas, vegetarianas, antibelicistas, etc.

Lejos de la facilidad (tan argentina) de declamar una cosa y hacer todo lo contrario, sus convicciones la obligan a decisiones complejísimas. Por ejemplo: tiene que viajar desde Berlín hasta Avignon, en el sur de Francia. Como no quiere que su viaje sume carbono a una atmósfera ya suficientemente enrarecida y ante la inminente escasez de combustibles que se avecina en Europa, elige viajar en tren. Tarda 16 horas en llegar y otras tantas en volver (en un vuelo directo en avión hasta Marsella tardaría 2 horas más una en transporte público).

¿Por qué tanta diferencia? Bueno, allí es donde lo personal se intersecta con las políticas públicas. Mientras los demás países se dedicaban a trazar líneas ferroviarias de alta velocidad (TGV, AVE), Alemania prefirió apostar a subsidiar a las empresas aeronáuticas para favorecer la movilidad intraeuropea. Un tren de alta velocidad no es sólo una máquina potente sino que requiere de trazados lo más rectos posibles para poder acelerar hasta 300 kms/h. No habiendo hecho ese trabajo, con todo lo que implica (compra de terrenos, expropiaciones, etc.), hoy Alemania carece de trenes de alta velocidad.

Si bien yo soy un fanático de los trenes per se, no podría seguir a mi amiga en sus convicciones. En Argentina, el peronismo (me disculparán la generalización, pero el de Menem fue un gobierno peronista) desmanteló completamente una de las más vastas redes ferroviarias de América latina que hoy es imposible de recuperar.

Por otro lado, el 8 de mayo de 2006, el Sr. Néstor Kirchner y el Sr. Ricardo Jaime firmaron la resolución 324, que lanzaba el proceso para la construcción de un “Tren Cobra” de alta velocidad entre Córdoba y Buenos Aires (con parada en Rosario), con una duración máxima de tres horas entre cabeceras y un costo aproximado de 4.000 millones de dólares.

En enero de 2008, la Sra. Fernández adjudicó la obra a un consorcio francés-español-argentino y el 26 de marzo del mismo año Martín Lousteau firmó la estructura financiera del proyecto que, por supuesto, quedó en la misma nada que el traslado de la capital.

El asunto perjudica a quienes necesitan medios de transporte eficaces y sustentables. Perjudica también la posibilidad de una ética ambiental.

 

sábado, 15 de octubre de 2022

Los pasos perdidos

Por Daniel Link para Perfil

En la última actualización de mi sistema operativo telefónico apareció una aplicación llamada “Fitness” que controla cada paso que doy y me informa de mis “logros” y “rendimientos” diarios.

Cada noche, el teléfono me felicita por haber superado en un 200 % los objetivos prefijados (algo que la aplicación hizo automáticamente), que tal vez sean los de un comatoso, minusválido o desahuciado.

Y, sin embargo, me doy cuenta de que empiezo a depender de la aplicación y, dado mi natural sedentarismo, empiezo a contar los pasos que doy dentro de mi casa, no sea cosa de que se me pierda algún movimiento decisivo para mi supervivencia y mañana rel celular me lo recrimine con la misma violencia de un personal trainer o un maestro de gimnasia.

Supongo que el carácter protésico de mi teléfono móvil está a la altura de los anteojos de leer, sin los cuales no funciona. Es decir: yo no puedo leer nada de lo que me dice, pero además él no puede reconocerme para abrirse a mi curiosidad o mi control. Últimamente he notado que, porque he cambiado el marco de mis óculos, desconfía de mi identidad y me pide que teclee el código.

Yo lo desprecio por estupideces semejantes y ahora planeo una venganza, digamos, monárquica. Cada vez que paso frente al televisor hay un episodio nuevo de La casa del dragón, donde hay rivalidades políticas y disputas sobre herencias fundadas en la genética. Me reconforta pensar que mis genes me salvarán de la decrepitud que me anuncia el celular, hasta que descubro que lo tengo en la mano y que he estado caminando y moviéndome frente al televisor con él. Debería tener un apple watch, pienso.


sábado, 8 de octubre de 2022

El gorjeo de los pueblos

por Daniel Link para Perfil

La semana que viene participaré de un Coloquio que reunirá a una notable tribu de especialistas en Pedro Henríquez Ureña, el dominicano que dictó exactamente hace cien años, en la ciudad de la Plata, la conferencia “La utopía de América”.

La efemérides no tiene sólo que ver con el pasado sino, sobre todo, con el futuro, y es por eso que nos pareció oportuno atravesar los desgarramientos actuales de las sociedades americanas con una pregunta sobre el sentido de nuestro estar en el mundo (americano).

Las circunstancias han querido que yo tenga que hablar en nombre de un colectivo, la Cátedra Libre de Estudios Filológicos Latinoamericanos “Pedro Henríquez Ureña”, cuyas tareas coordino en la UBA, por encargo del Consejo Directivo y con el patrocinio del ya casi centenario Instituto de Filología y Literaturas Hispánicas “Dr. Amado Alonso”. Tan señeros nombres, a los que se suman los de quienes me acompañan en la empresa, me obliga a todas las precauciones del caso, porque no puedo expresar sólo mis propias convicciones sino las de un grupo que se está constituyendo en relación con acontecimientos como este Coloquio.

En las últimas semanas hemos estado conversando sobre una serie de principios (que proponemos semanalmente a la discusión general) que orienten nuestro trabajo, nuestro pensamiento, nuestra imaginación. Copio aquí algunos.

La Cátedra Libre de Estudios Filológicos Latinoamericanos “Pedro Henríquez Ureña” se propone recuperar los saberes sobre los lenguajes, los textos y los acontecimientos de discurso acumulados durante el largo ejercicio de la filología novomundana como fundamento de una expresión.

Entendemos “expresión” como un conjunto de gestos (verbales, corporales, raciales, tonales) que caracterizan no sólo un determinado uso de tradiciones lingüísticas y culturales heredadas sino, sobre todo, una posición ante el mundo y la posibilidad de imaginar una “comunidad de destino”.

Nos situamos más allá de las cruentas dialécticas históricas (centro/ periferia; local/ global; autóctono/ cosmopolita, liberal/ populista) a las que nuestra vida común fue sometida. La “expresión” no es sólo asunto poético sino, sobre todo, una perspectiva teórica y política, un lugar de enunciación y de construcción de saberes.

Si la filología es una “ciencia de la vida”, lo es también de lo comunitario o, para decirlo rápidamente, de los pueblos. Entendemos “pueblo” no tanto como un conjunto de vínculos reificados sino (repito) más bien como una “comunidad de destino”. La filología trabaja para ese pueblo que falta.

Como esa falta sucede en el contexto de unas convulsiones que asociamos con la globalización nos es necesario situarnos en el mundo para definir nuestro(s) “mundillo(s)”. Ningún sectarismo, ninguna aduana, ninguna frontera. Nuestro mundillo y el mundo, que son ambos contrarios a los afanes homogeneizadores de la globalización se definen por una línea punteada que deja que todo pase de un lado al otro, sin adentro o afuera definitivo y duradero.

Imaginar ha tomado siempre como objeto lo ausente, lo que no está, lo que podría estar o ser, lo que interpela nuestro deseo. Pensar se relaciona por lo general con lo existente, pero nos parece que estamos en las condiciones justas para pensar lo que todavía no ha existido y forzar nuestro propio pensamiento para levarlo a lo desconocido: a otros lugares, a otras formas de organización (económica, social, erótica) de la vida en común, a un tiempo que sólo puede existir después de una discontinuidad: el día después de mañana.

Un haz de pensamiento es sólo eso: un manojo de briznas de sentido que nos vienen como herencia de la tierra mezcladas con otras briznas que decidimos incorporar de un presente que, aunque hegemónico, no debe entenderse necesariamente como enemigo. La utopía americana, porque así se llama, no puede terminar nunca de constituirse del todo: es un proceso constituyente, orientado por una idea cierta del Bien.

Escuchen, decimos, la expresión de un pueblo en falta y que usa como vehículos diferentes lenguas y diferentes tecnologías (desde el relato hasta el twitt, que en español significa “gorjeo”).

Como nos interesa el canto (una canción de cuna o una melancolía del terruño) es que queremos recuperar los saberes filológicos para mejor describir lo que nace, lo que vive, lo que todavía palpita.

sábado, 1 de octubre de 2022

Demasiado humano

por Daniel Link para Perfil

Estoy en un lugar al que se considera la cuna del capitalismo, pero como hoy el capitalismo es global, da lo mismo, es cualquier parte. La máquina capitalista ronronea o gruñe, pero está siempre ahí.

Hace unos días tuve una discusión con mi marido. Apenas llegados a la ciudad, salimos a hacer las compras. Él portaba su mapa de google, donde había identificado unos mercados. Se enojó porque yo hacía caso omiso de sus indicaciones. Había visto a un chico y un perro corriendo por un camino o pasaje y decidí seguirlos. Nos metimos en un laberinto de callejuelas desconocidas (mi marido seguía protestando: “no es así, no es así, hay que seguir las indicaciones del mapa”) donde pronto aparecieron personas portando bolsas repletas de víveres. Dos pasos más allá, estaba el supermercado del barrio. Dije “si hay un camino, es que lleva a alguna parte”.

Si me detengo en este pormenor es para subrayar que suelo desconfiar de las máquinas, aún de las que más admiro, como es el caso de googlemaps.

Soy prácticamente un ludita, incapaz de resignar sus capacidades de baqueano a la omnisciencia de un satélite.

Esta mañana (y si no importa el lugar preciso, tampoco importa el tiempo), apenas terminado el desayuno escuché un ruido del otro lado de la ventana de la cocina. El robot que corta el pasto se había activado y recorría con paso torpe el breve jardín del que disfruto. Entendí su fealdad: el robotito corta todo lo que tiene por delante: trébol, cardo, brote de rosa, deditos de príncipe. Cuando encuentra un obstáculo o un borde de material, retrocede y cambia de dirección, aleatoriamente. Los caminos que va trazando sobre el pasto son irregulares, como heridas (el pasto debe cortarse siguiendo paralelas). Además, hay pormenores del terreno que confunden sus sensores y se empaca y queda ahí, gruñendo como un animal amenazado, hasta que consigue retroceder un poco y, con las últimas fuerzas que le quedan, volver a su base con el pasto todavía desprolijo para recargar la energía dilapidada.

Cualquier chonguito cumpliría con mayor eficacia, sentido de belleza y en menor tiempo una tarea semejante, pero aquí se ha decidido desconfiar de la capacidad humana para realizarla. Me angustio un poco.