sábado, 19 de agosto de 2023

La cruzada de los niños

Por Daniel Link por Perfil

Lo del domingo pasado me tomó por sorpresa y me obligó a cambiar el ritmo de mi pensamiento y el tema de esta columna (iba a versar sobre la performance en Ibiza de DJ Padre Peixoto, en relación con una idea religiosa de pueblo).

Yo me decía, contra las advertencias de nuestras maestras, que el fenómeno Milei no era importante y servía para que lo más reaccionario de la sociedad encontrara un palenque donde rascarse. Craso error.

Más grave todavía era mi desconocimiento del programa de gobierno de Milei, al que no había escuchado nunca hablar desde que comenzó su carrera política.

A partir del lunes pasado traté de instruirme. La mitad de las cosas que dice Milei están bien; la otra mitad meten, en efecto, miedo, porque nos arrojan a lo desconocido. Entonces, ¿cómo evaluar su discurso y sus propuestas?

En principio, Milei es un apasionado, y eso rinde. Su retórica supera ampliamente la de la media de la casta política, a la que detesta. Su misma vicepresidente no puede hilvanar dos frases seguidas sin trastabillar. Patricia Bullrich ignora la sintaxis. Etc.

En cuanto al contenido, es muy sorprendente la cantidad de referencias librescas que Milei enarbola para justificar sus posiciones (desde textos económicos hasta la Torá). Y ciertos latiguillos (“humanismo” es uno de ellos) nos dan la clave de interpretación.

Javier Milei es un personaje del Siglo XIX. Alberdi es, no tanto su antecedente, sino su compañero de ruta, y su programa para el sector educativo es totalmente sarmientino. Milei cree en la libertad de viejo cuño y quiere arrancar a la noción de “revolución” su tufillo marxista. El bunker desde el cual se dirigió a sus votantes y a la ciudadanía se ubicó en el hotel “Libertador”. Y luce patillas patrióticas.

Milei repite un gesto que no nos es extraño: vuelve al Siglo XIX y hace de cuenta que el Siglo XX no sucedió o fue sencillamente una pesadilla de la que debemos despertarnos. La recompensa será un encuentro pleno y total con la libertad, la verdad y la justicia, como si esas nociones positivas del siglo XIX no estuvieran en si cargadas de deformaciones (el humanismo no existe a secas, sino que es “humanismo burgués”).

Su catastrofismo (su milenarismo) es necesario para justificar una segunda venida, esta vez de una sociedad transparente que no necesita del Estado sino en mínimas cantidades para alcanzar la redención universal.

Es un programa (ideológico, filosófico) que nadie más sostiene, un poco porque, como él señala, la casta política es corrupta y otro poco porque es un modelo ya históricamente probado y cuyos resultados han sido poco edificantes (el imperialismo, el colonialismo, el extractivismo, las grandes purgas y procesos de exterminio, la precarización de lo viviente). Habrá que ver qué queda de su discurso si es que accede a los aparatos de gobierno, pero por el momento todo resulta una mezcla rara de luz cegadora y opacidad. Que sus seguidores se cuenten entre los más jóvenes y los más humildes nos obliga, además, a revisar las ideas políticas de pueblo con las que nos manejamos.

(continuará...)

 

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