sábado, 4 de noviembre de 2023

Violencia de género

Por Daniel Link para Perfil

Que Misión Imposible (la última) es una película estúpida no hace falta subrayarlo porque de la estupidez obtiene su fuerza y su mayor ganancia. El archienemigo de Ethan Hunt es, esta vez (redoble de tambores) una inteligencia artificial dedicada con ahínco a corromper todos los sistemas operativos y a adueñarse del mundo. La llaman “la entidad” (porque es algo más que un ente, pero algo menos que un ser). Todo tiene siempre una solución sencilla, es decir: estúpida. Hay una llave (¡que tiene forma de llave!) que apaga a la entidad. A buscarla, pues, los buenos, para, salvar el mundo y los malos, para apoderarse de él.

Si una pelotudez así planteada no bastara, están los consabidos paisajes tan indicados para el ensueño americano: Roma, Venecia, no sé bien qué más. Son los lugares más trasheados por el turismo de masas, epidemia de la cual películas como ésta (o las 007) son cómplices activas.

Pero dejemos el asunto, porque en su versión Sentencia mortal (parte uno), Misión imposible revela también su maldad, su mezquindad, su paranoia identitaria.

En 2013 Rebecca Ferguson (1983) saltó a la fama con el papel de la reina Elizabeth Woodville, una viuda que se casa con el rey Eduardo IV en la miniserie La reina blanca, que vimos en su momento, sobre todo por la extraordinaria irradiación de Rebecca, cuya belleza es idéntica a la de Ingrid Bergman en su mejor momento (la actriz es medio sueca), en el papel de una advenediza que además es bruja.

Dos años después, ya estaba instalada en las más poderosas franquicias. Yo no sé cada cuánto tiempo se puede decir que “nace una estrella”, pero estoy seguro de que en los últimos diez años ninguna se comapra con la Ferguson.

Misión imposible la incorporó en la quinta y en la sexta entregas (y, de hecho, la única razón para ver esas películas era su presencia). Ahora, en la séptima, no sólo decidieron matar a su personaje, Ilse Faust, sino que a la actriz la hacen aparecer en dos o tres escenas deslucidas sin parlamento alguno.

En una de las más reveladoras escenas, Ethan Hunt sube a un helicóptero y mira sucesivamente a sus amigos de siempre para notar, al final, la presencia de Ilse. Ella hace un gesto (los guionistas no la dejan hablar), como diciendo: “y sí, viste, todavía acá” y Tom Cruise contesta con una mueca desencajada, a mitad de camino entre el endurecimiento del botox, la tirantez de los hilos de oro y la incapacidad de actuar: un rictus de terror ante lo que no se puede poseer. Y el deseo de aniquilarlo. Eso es el Mal.

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