Por Daniel Link para Perfil
Esta vez, el congreso al que fui invitado funcionaba en una poderosísima universidad católica en un estado conservador de los Estados Unidos.
No viene a cuento, pero me sorprendió el avance en los procedimientos migratorios (mi última estancia había sido en febrero de 2019). Ya no hay que presentar pasaporte ni visa. Basta con pararse frente a una cámara que accede de inmediato a nuestros expedientes. La pregunta a qué viene (“Congreso, Rubén Darío, poeta”) fue contestada con un gentil: “Adelante los poetas”. A la vuelta, la cámara registra la salida a la puerta misma del avión. Es como ser visto por el ojo sapientísimo de Dios.
Vuelvo al congreso. La Universidad de la que hablo fue fundada por católicos irlandeses y abrazó, como casi todo en los Estados Unidos, el gótico tardo-tardío (es decir: del Siglo XX). Del barroco, tan ligado a nuestra propia imaginación católica, ni noticias.
En cada aula, en cada salón, en cada dormitorio, había un Cristo en la cruz. Yo no pude resistirme y cometí el infantilismo de invertir el mío, como primerísima medida. Es que todo evocaba antes que a la religión a esas películas americanas de terror católico. Piénsese en El exorcista, cuyo carácter de obra maestra ha sido demostrado recientemente por Fernando Murat en su excelente libro Fábulas morales y soluciones extraordinarias o en cualquiera de las cachiruladas indigestas que pueblan las plataformas. Por supuesto, aquí y allá había grupos de monjas complotando (vestidas de Prada o algo así, elegantérrimas) y sacerdotes conversando en italiano o en alemán. Como era el fin de semana en que las familias visitan la universidad con candidatos a incrementar el número del claustro estudiantil (unos niños al mismo tiempo excitados y temerosos), sospechábamos que eran en realidad actores contratados para demostrar a esas familias (potenciales donantes de pabellones y edificios) el cosmopolitismo conservador de la Universidad.
Sobre un terreno gigantesco se desparramaban elegantemente los 136 edificios góticos y neoclásicos, ordenados alrededor de una avenida que conduce a la “Cúpula dorada”, el edificio principal de la Universidad, de estilo neoclásico (adecuado a las funciones administrativas que allí se desempeñan). A su costado izquierdo el estadio donde el equipo de fútbol americano (que descolla en la gran liga de equipos universitarios) celebra sus triunfos y llora sus derrotas.
Entre los muchos programas que la universidad ofrece, uno nos llamó la atención, cuando vimos trotar a un grupo numeroso de hombres (no muchachos) al grito de “Want be a man?”.
Es un programa de formación para oficiales del ejército. En esas pocas hectáreas, las vidas quedaban atadas a una u otra de las formas más conservadoras de imaginar el progreso.
Traté todo lo que pude de disimular mi condición de argentino, no fuera cosa de que se me asociara con el Papa, cuyo cultivo de la teología del pueblo, estoy seguro, sería aquí causal de hoguera o de cárcel militar. A la salida, en el aeropuerto, se me sometió a una terrible pregunta teológica: “¿Messi o Maradona?”
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