Por Daniel Link para Perfil
“Las fuerzas” operan, desde hace un mes, en dos dimensiones. Están “las fuerzas del cielo”, que el presidente invoca irresponsablemente y están “las fuerzas de seguridad”, que la Ministra de Represión manda imprudentemente. Entre unas y otras hay una atadura fuerte que hace desconfiar de ese cielo cada vez más ominoso. Cualquier espacio habitado por Dios y por él ordenado es de temer, por supuesto, pero Milei lo lleva a un nivel de pura destrucción y exterminio.
Ya la sola invocación de “las fuerzas” suena un poco primitivo, sobre todo porque es bien sabido que lo que importa es la potencia (“matemáticamente, la potencia es el resultado de multiplicar la fuerza por la velocidad de ejecución en un determinado movimiento. Esto significa que un mismo valor de potencia puede obtenerse desplazando muy poco peso muy rápido, o movilizando muchos kilogramos muy despacio”).
Más allá de la física, en la teoría política también hay diferencias. La fuerza es lo que produce estado de excepción y, una vez éste instaurado, produce vida desnuda o vida “sacra”, si sacer designa en primer lugar una vida que puede ser asesinada sin cometer homicidio, como las primeras deposiciones presidenciales subrayan con algarabía y que personajes sobrevivientes de regímenes caducos han anunciado al hablar de “orcos”. Esa primera separación entre humanos y los que no lo son no es una metáfora sino que designa toda una política sobre lo viviente: “gente de bien” contra “orcos”, como principio. De ahí en más, el exterminio. Aunque seamos pocos, nos asisten las “fuerzas” (represivas) del cielo.
La potencia, en cambio, se define como aquello que no tiene ninguna relación con el ser en acto. El acto, así, deja de ser el cumplimiento de una potencia. Vista de ese modo, la potencia puede alcanzar un umbral destituyente, es decir: que no se resuelva nunca en un poder constituido.
A la máquina antropológica mileinarista (que opera sobre lo viviente a partir de una división primera que define lo humano y lo ciudadano con un recorte hostil a las diferencias) debemos oponer una antropogénesis que ponga a la potencia en su horizonte. La potencia es, incluso, la posibilidad de la negación. Decir “no” a “las fuerzas” es empezar a pensar.
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