miércoles, 8 de octubre de 2025

El muerto que canta

 ¿Es verdad que el presidente de la Nación argentina cantó "Libre" en su última aparición circense? ¿Nadie le advirtió que, en la canción, el que canta está muerto?

Tiene casi veinte años y ya está

Cansado de soñar,

Pero tras la frontera está su hogar,

Su mundo, su ciudad.

Piensa que la alambrada sólo es

Un trozo de metal,

Algo que nunca puede detener

Sus ansias de volar.


Libre,

Como el sol cuando amanece,

Yo soy libre como el mar

Libre,

Como el ave que escapó de su prisión

Y puede, al fin, volar

Libre,

Como el viento que recoge mi lamento

Y mi pesar,

Camino sin cesar

Detrás de la verdad

Y sabré lo que es al fin, la libertad.


Con su amor por banderas se marchó

Cantando una canción,

Marchaba tan feliz que no escuchó

La voz que le llamó,

Y tendido en el suelo se quedó

Sonriendo y sin hablar,

Sobre su pecho flores carmesí,

Brotaban sin cesar


Libre,

Como el sol cuando amanece,

Yo soy libre como el mar

Libre,

Como el ave que escapó de su prisión

Y puede, al fin, volar

Libre,

Como el viento que recoge mi lamento

Y mi pesar,

Camino sin cesar

Detrás de la verdad

Y sabré lo que es al fin, la libertad.

 

Nino Bravo cantó un himno cadavérico. Naturalmente, también cantamos ese himno durante los setenta. Pero para disimular su putrefacción, las estrofas narrativas en tercera persona, donde se cuenta la muerte del que canta, se perdían, nadie las recordaba. El acento estaba puesto en el “Yo soy libre”.

Después crecimos y supimos que el mar no era libre, sino que estaba atado a las determinaciones de la luna. Y supimos que el sol tampoco era libre, porque estaba subyugado por la lógica astronómica. Y del pájaro supimos, cuando leímos a los más sabios comentadores de Rilke, que el animal estaba preso de su propio aturdimiento, que no podía liberarse de la cárcel de su instinto (ese mismo al que nosotros habíamos renunciado para construir civilizaciones). De modo que de las comparaciones de Nino Bravo no nos quedaba sino la amargura de que ni muertos habríamos de ser libres.

Por fortuna, casi al mismo tiempo Joan Manuel Serrat nos regalaba la hipótesis de que no importa tanto el ser libres sino el trabajo “para la libertad”, el anhelo utópico, el principio esperanza (nos había enseñado Bloch: hic Rhodus, hic salta!).

 

 

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